Cuerpos al sol: lo bueno, lo malo, lo aconsejable y los mitos

Miguel Máiquez, 29/6/2014

A prin­ci­p­ios de los años ochen­ta, el psiquia­tra surafricano Nor­man Rosen­thal le puso nom­bre y expli­cación cien­tí­fi­ca a lo que muchas per­sonas sufrían y sufren cada año con la lle­ga­da del invier­no: Trastorno Afec­ti­vo Esta­cional. Cono­ci­do tam­bién como «depre­sión inver­nal», se tra­ta de un esta­do cícli­co pro­duci­do por la fal­ta de luz solar que afec­ta, en difer­entes gra­dos, a has­ta un 20% de la población, sobre todo en los lugares de may­or lat­i­tud, con invier­nos pro­lon­ga­dos y pocas horas de luz diur­na. Los sín­tomas van desa­pare­cien­do grad­ual­mente según van sien­do más lar­gos los días y, para cuan­do lle­ga al fin el ver­a­no, son ape­nas un mal recuerdo.

El sol no solo hace posi­ble la vida; la hace, tam­bién, más lle­vadera. El prob­le­ma es cuan­do parece que nun­ca ten­emos bas­tante, por más infor­ma­dos que este­mos acer­ca de sus ries­gos. De hecho, la luz solar puede ser, espe­cial­mente en ver­a­no (cuan­do más fuerza tiene y más la hemos echa­do de menos), una autén­ti­ca dro­ga. Literalmente.

Un estu­dio pub­li­ca­do hace solo unos días en la revista cien­tí­fi­ca Cell rev­e­la­ba que la exposi­ción cróni­ca a los rayos ultra­vi­o­le­ta (UV) provo­ca la lib­eración de endor­fi­nas (las lla­madas hor­monas del bien­es­tar), que actúan a través de la mis­ma vía que la heroí­na y otros medica­men­tos rela­ciona­dos, lo que, en los roe­dores usa­dos por los cien­tí­fi­cos, llevó a una depen­den­cia físi­ca y a una autén­ti­ca con­duc­ta de adic­ción.

El hal­laz­go parece explicar por qué muchas per­sonas pueden sen­tir un deseo instin­ti­vo de pasar horas toman­do el sol, a pesar de los cono­ci­dos ries­gos para la salud que ello supone. «Esta infor­ma­ción podría servir como un medio valioso de edu­car a las per­sonas para que reduz­can la exce­si­va exposi­ción al sol, con el fin de lim­i­tar el ries­go de cáncer de piel, así como el enve­jec­imien­to pre­maturo de la mis­ma que se pro­duce con la repeti­da exposi­ción al sol», dijo el autor prin­ci­pal del estu­dio, David Fish­er, del Hos­pi­tal Gen­er­al de Mass­a­chu­setts y la Uni­ver­si­dad de Har­vard (Esta­dos Unidos).

La exposi­ción cróni­ca a los rayos ultra­vi­o­le­ta puede provo­car depen­den­cia físi­ca y una con­duc­ta de adic­ciónCáncer, enve­jec­imien­to pre­maturo… Pero tam­bién fuente de vit­a­m­i­nas esen­ciales, ayu­da para las defen­sas del organ­is­mo, un fac­tor impor­tante en la mejo­ra de nue­stro esta­do de áni­mo y, según algunos estu­dios, respon­s­able inclu­so del aumen­to de la cre­ativi­dad y la pro­duc­tivi­dad (el doc­tor Rosen­thal suele recor­dar aquí que Haen­del com­pu­so la may­or parte de su obra en ver­a­no). Tomar el sol, como todo en esta vida, tiene sus pros y sus con­tras.

Estos son los ben­efi­cios, los ries­gos y algunos con­se­jos a la hora de expon­erse al sol:

Ventajas

Vitamina D

Uno de los efec­tos pos­i­tivos más cono­ci­dos de la luz solar es su capaci­dad para pro­mover la sín­te­sis de vit­a­m­i­na D en el organ­is­mo. Esta vit­a­m­i­na, que está pre­sente en pocos ali­men­tos de man­era nat­ur­al, ayu­da a cal­ci­ficar hue­sos y dientes, ya que con­tribuye a que el cuer­po pue­da absorber el cal­cio que nece­si­ta. Estu­dios recientes han detec­ta­do asimis­mo que puede ser útil a la hora de pro­te­ger al organ­is­mo con­tra algunos tipos de cáncer, como el de mama.

No obstante, para pro­ducir la can­ti­dad de vit­a­m­i­na D que requiere el cuer­po solo son nece­sar­ios entre 10 y 15 min­u­tos de exposi­ción al sol, tres veces por sem­ana, siem­pre que el sol alum­bre de for­ma direc­ta sobre la piel de la cara, los bra­zos, la espal­da o las pier­nas. La piel expues­ta a la luz solar en espa­cios cer­ra­dos a través de una ven­tana no pro­ducirá vit­a­m­i­na D. La som­bra y ten­er la piel oscu­ra dis­min­uyen asimis­mo la can­ti­dad de vit­a­m­i­na D que la piel produce.

Defensas, respiración, tono muscular…

Como expli­ca la Acad­e­mia Españo­la de Der­ma­tología y Venere­ología, entre los prin­ci­pales ben­efi­cios del sol en nue­stro organ­is­mo en encuen­tran la mejo­ra del tono mus­cu­lar y el aumen­to de la resisten­cia en gen­er­al. El sol incre­men­ta nues­tra respues­ta inmunológ­i­ca, reducien­do la inci­den­cia de infec­ciones al aumen­tar el número de glóbu­los blan­cos y lin­foc­i­tos en la san­gre. La capaci­dad de tra­ba­jo car­dio­vas­cu­lar tam­bién mejo­ra, así como el pro­ce­so res­pi­ra­to­rio, espe­cial­mente para las per­sonas asmáti­cas. Asimis­mo, el sol estim­u­la las ter­mi­na­ciones nerviosas.

Presión sanguínea

La luz solar provo­ca una dilat­ación de los vasos san­guí­neos super­fi­ciales y aumen­ta la cir­cu­lación de la san­gre en la piel, dis­min­uyen­do los val­ores de pre­sión arte­r­i­al. La expli­cación parece encon­trarse tam­bién en la vit­a­m­i­na D, ya que, en pres­en­cia de ella, se reducen los nive­les de la hor­mona paratiroidea, encar­ga­da de reg­u­lar la pre­sión sanguínea.

Hay que ten­er en cuen­ta, no obstante, que lo que es ben­efi­cioso para una per­sona con prob­le­mas de hiperten­sión puede no ser­lo para alguien con nive­les nor­males de ten­sión arte­r­i­al, a quien una exposi­ción pro­lon­ga­da al sol puede provo­car una baja­da brus­ca de la mis­ma e inclu­so una lipotimia.

Colesterol

La vit­a­m­i­na D puede pro­te­ger al organ­is­mo con­tra algunos tipos de cáncerLos nive­les de coles­terol entre la población tien­den a ser menores durante los meses de ver­a­no. Una expli­cación es que en ver­a­no se hace más ejer­ci­cio (gra­cias al buen tiem­po, a la may­or can­ti­dad de horas libres y al hecho de que los días son más lar­gos), y se comen más ver­duras y fru­tas de tem­po­ra­da. Pero tam­bién es cier­to que la luz solar es nece­saria para metab­o­lizar el coles­terol, lo que reduce sus nive­les en la san­gre cuan­do nos exponemos a ella durante más horas.

Piel

Como han demostra­do diver­sos estu­dios (entre ellos, uno pub­li­ca­do recien­te­mente por la Aso­ciación Británi­ca de Der­matól­o­gos), tomar el sol con mod­eración puede ayu­dar a mejo­rar pieles aque­jadas de pso­ri­a­sis o acné.

Estado de ánimo, sexo y sueño

Los rayos ultra­vi­o­le­ta estim­u­lan la pro­duc­ción de sero­ton­i­na y endor­fi­nas, sus­tan­cias con­sid­er­adas como anti­de­pre­si­vas y rela­jantes, y reg­u­lado­ras tam­bién de aspec­tos como la tem­per­atu­ra cor­po­ral o, jun­to con la testos­terona (favore­ci­da tam­bién por el sol), la activi­dad sexual.

La luz solar ayu­da asimis­mo a dormir mejor, debido a sus efec­tos sobre la mela­ton­i­na, la hor­mona que reg­u­la los cic­los del sueño.

Problemas

Quemaduras, insolación

Las con­se­cuen­cias más obvias e inmedi­atas de una exposi­ción pro­lon­ga­da y sin pro­tec­ción a los rayos solares son el enro­jec­imien­to de la piel, que puede derivar en que­maduras de has­ta segun­do gra­do, y el dolor de cabeza y esta­dos de fiebre rela­ciona­dos con la inso­lación.

Se conoce como inso­lación, golpe de calor, icto solar o infar­to de calor, al esta­do patológi­co pro­duci­do en el organ­is­mo por el exce­si­vo ardor del sol sobre la cabeza. Se car­ac­ter­i­za por náuse­as, vómi­tos, cefalea, calor en la piel, sopor y alteración de las fibras mus­cu­lares expues­tas a sus efec­tos. En casos extremos pueden obser­varse con­vul­siones y otras afec­ciones graves.

El golpe de calor no tiene por qué darse exclu­si­va­mente en una situación de exposi­ción, direc­ta o indi­rec­ta, a los rayos solares. Se pro­duce tam­bién por la com­bi­nación de altas tem­per­at­uras con alta humedad y poca ventilación.

Cáncer de piel

Aunque se gen­er­al­ice al hablar de cáncer de piel, exis­ten varias clases, entre las que desta­can los melanomas y los car­ci­no­mas cutá­neos. Según expli­ca la Aso­ciación Españo­la Con­tra el Cáncer (AECC), en ambos tipos el prin­ci­pal fac­tor de ries­go impli­ca­do en su apari­ción son las radia­ciones ultra­vi­o­le­ta solares, sobre todo las de tipo B (UVB) y las de tipo A (UVA). En la piel, estas radia­ciones son capaces de pro­ducir muta­ciones en el mate­r­i­al genéti­co (ADN) de las célu­las que com­po­nen la epi­der­mis (capa mas super­fi­cial de la piel) e impedir su reparación, ini­cián­dose así el pro­ce­so de la car­cinogé­ne­sis o for­ma­ción de un cáncer.

Melanoma

El melanoma es el tipo de cáncer cutá­neo menos fre­cuente (aprox­i­mada­mente el 5% de los tumores de piel), aunque en los últi­mos años está aumen­tan­do de for­ma con­sid­er­able. Las célu­las afec­tadas son los melanoc­i­tos o célu­las pro­duc­toras de melan­i­na (pig­men­to que da col­or a la piel). Las radia­ciones solares alter­an su ADN y comien­zan a dividirse y cre­cer descon­tro­lada­mente, inva­di­en­do los teji­dos sanos de alrede­dor y otros órganos a distancia.

Los efec­tos dañi­nos de la radiación UV depen­den no solo de la dosis recibi­da, sino tam­bién de la dis­tin­ta sen­si­bil­i­dad o tol­er­an­cia de cada indi­vid­uo. Esta sen­si­bil­i­dad se ve afec­ta­da en gran medi­da por la can­ti­dad de melan­i­na en la piel. La melan­i­na es el prin­ci­pal fac­tor de pro­tec­ción nat­ur­al del ser humano frente a la radiación UV, gra­cias a que absorbe esta radiación e impi­de su pen­e­tración hacia las capas pro­fun­das de la piel. A may­or can­ti­dad de melan­i­na, tam­bién deberá ser may­or la can­ti­dad de radiación UV nece­saria para provo­car efec­tos dañinos.

En con­se­cuen­cia, los melanomas se desar­rol­lan sobre todo en per­sonas de piel y ojos claros con difi­cul­tad para bron­cearse. La exposi­ción pun­tu­al, exce­si­va e inter­mi­tente al sol se rela­ciona con su apari­ción, lo que expli­ca que los melanomas se local­i­cen pref­er­ente­mente en zonas no expues­tas al sol de for­ma habit­u­al, como es el caso de la espal­da y las piernas.

El melanoma es mor­tal si no se tra­ta pre­coz­mente y de for­ma adecuada.

Carcinomas cutáneos

El melanoma es mor­tal si no se tra­ta pre­coz­mente y de for­ma ade­cua­daSon los tumores más fre­cuentes en el ser humano y, de acuer­do con los datos que mane­ja la AECC, en los últi­mos años se está pro­ducien­do un aumen­to de los mis­mos. Apare­cen sobre todo a par­tir de los 50 años de edad.

Las per­sonas de ojos claros y piel blan­ca expues­tas al sol de for­ma cróni­ca, como en el caso de los tra­ba­jadores al aire libre, son las más afec­tadas por estos tumores. Con gran fre­cuen­cia, las lesiones se local­izan en la cara, el cuel­lo y las manos.

Envejecimiento prematuro de la piel

Los efec­tos de la radiación UV solar depen­den de su lon­gi­tud de onda. La doc­to­ra Encar­nación Núñez Oliv­era, de la Uni­ver­si­dad de La Rio­ja, expli­ca que, mien­tras que la radiación UVB pro­duce prin­ci­pal­mente eritema y var­ios tipos de cáncer de piel, la UVA tiene un efec­to pro­nun­ci­a­do en la capa sub­cutánea y puede alter­ar la estruc­tura de las fibras de colágeno y elasti­na, aceleran­do el enve­jec­imien­to de la piel, que con el paso del tiem­po puede arru­garse, aumen­tar en espe­sor o tornarse áspera.

Trastornos en la vista

A difer­en­cia de la piel, cuya exposi­ción al sol es más peli­grosa en las horas cen­trales del día (entre el mediodía y las cua­tro de la tarde,), la vista es más sus­cep­ti­ble de ser daña­da por la radiación solar en el amanecer o el atarde­cer, cuan­do el sol está más bajo y sus rayos inci­den en los ojos de un modo más directo.

El sol, además, puede ser igual de dañi­no para la vista en un día nubla­do, ya que, cuan­do el cielo está cubier­to, las nubes absorben parte de la luz, pero no toda la radiación ultravioleta.

Los daños de una exce­si­va luz solar en los ojos pueden ser a cor­to pla­zo, como la quer­a­to­con­jun­tivi­tis, o acu­mu­la­tivos y per­ma­nentes, incluyen­do patologías cróni­cas como la pin­guécu­la, el pte­rigium o las cataratas.

Inhibición del sistema inmunitario

El sol puede ser igual de dañi­no para la vista en un día nubla­doSi la exposi­ción mod­er­a­da a la luz solar favorece el reforza­mien­to del sis­tema inmu­ni­tario, una exposi­ción exce­si­va a la radiación ultra­vi­o­le­ta puede lle­gar a inhibir el fun­cionamien­to nor­mal de las defen­sas nat­u­rales del cuer­po y, espe­cial­mente, de la piel.

Consejos

Moderación

La úni­ca defen­sa total­mente efec­ti­va con­tra las con­se­cuen­cias neg­a­ti­vas de la exposi­ción al sol es la mod­eración. Según un estu­dio recién pub­li­ca­do en la revista cien­tí­fi­ca Nature, y en el que ha par­tic­i­pa­do una inves­ti­gado­ra del Insti­tu­to de Neu­ro­cien­cias, cen­tro mix­to de la Uni­ver­si­dad Miguel Hernán­dez de Elche y el Con­se­jo Supe­ri­or de Inves­ti­ga­ciones Cien­tí­fi­cas (CSIC), el poder de los rayos del sol es tan fuerte que ni las cre­mas solares de fac­tor 50 –el máx­i­mo– pro­te­gen com­ple­ta­mente con­tra el melanoma.

Berta López Sánchez-Laor­den, coau­to­ra del estu­dio, ase­gu­ra que el uso de estas cre­mas pro­tege con­tra los daños inmedi­atos de la radiación, como las que­maduras solares, pero añade que esta radiación «puede pen­e­trar, dañar el ADN de las célu­las y provo­car cáncer».

El Factor de Protección Solar

En cualquier caso, el uso de cre­mas pro­tec­toras, com­bi­na­do con exposi­ciones mod­er­adas al sol, gor­ros para pro­te­ger la cabeza y gafas de sol ade­cuadas, sigue sien­do fun­da­men­tal, y es impor­tante ele­girlas y uti­lizarlas cor­rec­ta­mente. Para ello existe el lla­ma­do Fac­tor de Pro­tec­ción Solar (FPS), que aparece en las cre­mas solares y otros pro­duc­tos foto­pro­tec­tores, y que sirve para deter­mi­nar el tiem­po que podemos estar al sol sin quemarnos.

La elec­ción del foto­pro­tec­tor idó­neo depen­derá del tipo de piel y de la can­ti­dad de radiación UV. Se recomien­da escoger siem­pre una cre­ma de pro­tec­ción solar Alta (FPS 30) o Muy Alta (PFS 50+), y con fil­tro físi­co para los niños menores de dos años y quími­co para el resto de la población. Depen­di­en­do de la sen­si­bil­i­dad cutánea de cada indi­vid­uo, la dosis de radiación inci­dente, el ángu­lo de inci­den­cia del sol y la duración de exposi­ción al sol, se deberá aplicar una cre­ma u otra.

El tiempo

Lo más impor­tante es evi­tar las horas de may­or inci­den­cia solar, es decir, entre las once de la mañana y las cua­tro de la tarde. Además, las primeras exposi­ciones al sol deben ser pro­gre­si­vas, en peri­o­dos de 10, 15 y 20 min­u­tos, y preferi­ble­mente en movimien­to. No es recomend­able más de media hora al día de exposi­ción directa.

Puede ser útil recor­dar que cuan­to más cor­tas son las som­bras (porque el sol está más alto), más peli­groso es el sol.

Cómo y cuándo aplicar la crema protectora

Antes de tomar el sol se debe evi­tar el uso de pro­duc­tos que con­tengan alco­hol y per­fumes, como colo­nias o des­odor­antes, ya que pueden dar lugar a man­chas oscuras en la piel. Además, la piel debe estar cor­rec­ta­mente hidrata­da, limpia y sin maquillaje.

Las cre­mas pro­tec­toras deben apli­carse unos 30 min­u­tos antes de la exposi­ción solar, que es el tiem­po que tar­da la piel en absorber­las, y se debe repe­tir la apli­cación siem­pre después de un baño o de una exce­si­va sudo­ración. Según la encues­ta Avène Hábitos Solares 2014, el 98% de la población españo­la usa pro­tec­ción solar, pero una gran parte desconoce cómo hac­er­lo cor­rec­ta­mente:  el 30% no se renue­va de for­ma ade­cua­da la pro­tec­ción, y solo un 5% declara pon­erse mucha can­ti­dad de crema.

Es preferi­ble no expon­erse al sol con el pelo moja­do o húme­do, ya que los rayos ultra­vi­o­le­tas hacen más daño al cabel­lo cuan­do éste no está seco, y es acon­se­jable hidratar la piel con­ve­nien­te­mente después de tomar el sol, medi­ante una ducha y la apli­cación de cre­ma hidratante.

Días nublados y radiación difusa

Las cre­mas pro­tec­toras deben apli­carse unos 30 min­u­tos antes de la exposi­ción solar, que es el tiem­po que tar­da la piel en absorber­lasLas cre­mas de pro­tec­ción solar deben usarse tam­bién en los días nubla­dos, puesto que, como se ha men­ciona­do, la radiación ultra­vi­o­le­ta atraviesa las nubes.

Se debe ten­er en cuen­ta asimis­mo la reflex­ión de la radiación UV por parte del agua, la are­na o, espe­cial­mente, la nieve. Son impor­tantes tan­to la radiación solar direc­ta como la lla­ma­da radiación difusa, refle­ja­da por el suelo.

Gafas

El uso de unas gafas de sol ade­cuadas es impre­scindible para pro­te­ger los ojos de la radiación solar, sobre todo en el caso de los niños menores de 12 años, ya que has­ta esa edad el cristal­i­no es espe­cial­mente trans­par­ente, lo que favorece la absor­ción de radia­ciones UV.

Hay que ten­er en cuen­ta que un col­or de lente muy oscuro no garan­ti­za automáti­ca­mente que las gafas fil­tren cor­rec­ta­mente la luz UV, y que, en caso de no hac­er­lo, la pupi­la dilata­da (al no lle­gar­le tan­ta luz vis­i­ble) recibirá aún más radiación UV.

Más que la may­or o menor oscuri­dad de la lente (o que el pre­cio de las gafas), lo impor­tante es com­pro­bar que las gafas de sol que vamos a usar incluyen una serie de códi­gos de seguri­dad, entre ellos, la mar­ca «CE», que garan­ti­za el mín­i­mo de cal­i­dad en la UE; el Están­dar Europeo sobre Gafas de Sol –UNE-EN 1836:2006+A1:2008 –; la ref­er­en­cia al fil­tro para la radiación UVA; y el número de cat­e­goría de fil­tro, o fac­tor de absor­ción –entre 0 y 4–.

Según datos ofre­ci­dos por la Aso­ciación Euro­pea de Gafas de Sol, el 30% de las lentes solares que se com­er­cial­izan en España provienen de mer­cadil­los o puestos calle­jeros y no pasan los con­troles san­i­tar­ios adecuados.

Montaña

Cuan­to may­or es la alti­tud, la aten­uación de la radiación UV por la atmós­fera es menor. En la mon­taña se deben uti­lizar cre­mas con foto­pro­tec­ción más altas, ya que el ries­go de pade­cer que­maduras se incre­men­ta un 4% cada 300 met­ros de altura.

Bronceado cosmético (rayos UVA)

La may­oría de los exper­tos desacon­se­jan el uso de téc­ni­cas de bron­cea­do arti­fi­cial medi­ante lám­paras espe­ciales (cab­i­nas de rayos UVA), o insis­ten en que se util­i­cen con la máx­i­ma pru­den­cia, com­pro­ban­do per­iódica­mente el tipo de radiación ultra­vi­o­le­ta que emiten. La Orga­ni­zación Mundi­al de la Salud (OMS) ha recomen­da­do que los menores no util­i­cen este tipo de cabinas.

Un estu­dio real­iza­do en 2012 por inves­ti­gadores del Insti­tu­to Inter­na­cional de Inves­ti­gación en Pre­ven­ción de Lyon (Fran­cia), en colab­o­ración con el Insti­tu­to Europeo de Oncología en Milán, y con datos de 18 país­es (inclu­i­do España), con­cluyó que de los casi 64.000 nuevos casos de melanoma diag­nos­ti­ca­dos cada año en Europa occi­den­tal, el 5,4% están rela­ciona­dos con el uso de cab­i­nas de bron­cea­do. Según esta inves­ti­gación, los usuar­ios de estas cab­i­nas pre­sen­tan un ries­go de pade­cer cáncer de piel un 20% supe­ri­or a las per­sonas que nun­ca han acu­d­i­do a un cen­tro de bron­cea­do. El ries­go se dupli­ca si se empieza a recibir esta radiación ultra­vi­o­le­ta antes de los 35 años.

Mitos

Entre las creen­cias fal­sas más comunes sobre los efec­tos de la radiación solar están las sigu­ientes, recogi­das, en su may­oría, por la Uni­ver­si­dad de la Rio­ja en su pági­na web:

  • «El sol no es más peli­groso aho­ra que en tiem­pos de nue­stros abue­los». Fal­so: la capa de ozono estratos­féri­co está dis­min­uyen­do como con­se­cuen­cia de cier­tas activi­dades humanas y, por tan­to, está aumen­tan­do la can­ti­dad de radiación UV que lle­ga a la super­fi­cie terrestre.
  • «El sol en invier­no y pri­mav­era no es peli­groso». Fal­so: hay que tomar pre­cau­ciones en todas las esta­ciones del año, porque la can­ti­dad de radiación UV recibi­da depende tam­bién de otros fac­tores, como la lat­i­tud, la alti­tud, la reflex­ión des­de el sue­lo (o el agua, o la nieve), etc.
  • «Nun­ca te que­marás en un día cubier­to». Fal­so: aunque las nubes atenúan la radiación UV, no la blo­quean por com­ple­to, y la radiación difusa es sufi­cien­te­mente inten­sa como para que­marte, a no ser que las nubes estén muy bajas o sean muy gruesas.
  • «Nun­ca te que­marás mien­tras estás en el agua». Fal­so: el agua atenúa la radiación UV, pero te puedes que­mar inclu­so den­tro de ella.
  • «El bron­cea­do te pro­tege com­ple­ta­mente de las que­maduras por el sol». Fal­so: el bron­cea­do es una reac­ción de la piel a la exposi­ción a la radiación UV, y sólo pro­tege parcialmente.
  • «Si no sien­to calor cuan­do estoy al sol, no me que­maré». Fal­so: la radiación UV no se siente porque es absorbi­da por las capas más exter­nas de la piel. La sen­sación de calor pro­cede de la radiación infrar­ro­ja, no de la UV.
  • «Es nece­sario estar al sol mucho tiem­po para poder sin­te­ti­zar la vit­a­m­i­na D». Fal­so: el tiem­po de exposi­ción nece­sario para la pro­duc­ción de vit­a­m­i­na D es tan cor­to, que es sufi­ciente con la radiación UV recibi­da durante nues­tras activi­dades diarias al aire libre.
  • «Las cre­mas solares pro­te­gen durante tiem­po indefinido». Fal­so: las cre­mas solares pro­te­gen, pero su efi­ca­cia decrece después de la apli­cación. No se debe estar al sol más tiem­po del indi­ca­do por el FPS.
  • «Las som­bril­las pro­te­gen total­mente de los peli­gros del sol». Fal­so: la tela de la som­bril­la no es un fil­tro UV. Bajo la som­bril­la se mantiene un 35% de la radiación solar, y se puede gener­ar el efec­to con­trario al desea­do, al hac­er más pro­lon­ga­da la exposición.

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