Propaganda sin rubor: la prensa durante la Primera Guerra Mundial

Miguel Máiquez, 1/4/2014

La Primera Guer­ra Mundi­al (1914–1918) fue un lab­o­ra­to­rio dan­tesco en el que se ges­taron for­mas de enten­der la vio­len­cia, la comu­ni­cación y la políti­ca que acabarían mar­can­do todo el siglo XX, y cuyas con­se­cuen­cias son pal­pa­bles aún en nue­stros días. El empleo de arma­men­to quími­co en los cam­pos de batal­la es, tal vez, la más infame de esas primeras veces. El otro gran ‘hal­laz­go’ fue el uso masi­vo y sis­temáti­co de la pro­pa­gan­da, la cen­sura e inclu­so la men­ti­ra descara­da al ser­vi­cio de los intere­ses bélicos.

El con­tex­to en el que estal­ló la guer­ra era un cam­po abona­do para la manip­u­lación infor­ma­ti­va: un ambi­ente de extrema rival­i­dad inter­na­cional mate­ri­al­iza­do en acti­tudes hiper­na­cional­is­tas, cuan­do no abier­ta­mente chovin­istas, y en agre­si­vas políti­cas colo­niales; antigu­os con­flic­tos, como la guer­ra fran­co-pru­siana, vivos aún en la memo­ria de la gente; unos medios de comu­ni­cación (pren­sa y radio), asen­ta­dos ya como vehícu­los infor­ma­tivos de masas; y esta­dos con las manos prác­ti­ca­mente libres para ejercer su enorme poder sobre la sociedad civil.

La pren­sa pasó a ser con­tro­la­da y cen­sura­da por los gob­ier­nos, y la veraci­dad descrip­ti­va de los tit­u­lares al prin­ci­pio de la guer­ra fue ‘domes­ti­ca­da’ poco a poco a medi­da que el con­flic­to se alarga­ba y los muer­tos empez­a­ban a con­tarse por mil­lones. La moral, tan­to en el frente como en la reta­guardia, se iba minan­do, y los gob­ier­nos trataron de man­ten­er­la a flote con agre­si­vas cam­pañas de expre­sión patrióti­ca en las que se exalta­ban las haz­a­ñas de las tropas propias, al tiem­po que se ridi­culiz­a­ban las acciones del enemigo.

Los men­sajes pro­pa­gandís­ti­cos, muy sim­i­lares en su con­tenido en ambos frentes, intenta­ban evi­tar no solo el der­ro­tismo o las cada vez más numerosas voces de los paci­fis­tas, sino tam­bién cualquier atis­bo de malestar social que pudiera afec­tar al cur­so de la guer­ra, espe­cial­mente cuan­do, a par­tir de 1917, empezaron a mul­ti­pli­carse las huel­gas y las revueltas en los país­es ali­a­dos como con­se­cuen­cia del endurec­imien­to de las hos­til­i­dades en el frente occi­den­tal tras la reti­ra­da rusa del con­flic­to.

Ese des­gaste de la opinión públi­ca y entre los pro­pios com­bat­ientes fue, para los gob­ier­nos, el otro gran ene­mi­go a batir. Enrique Arroyas, pro­fe­sor de la Uni­ver­si­dad Católi­ca San Anto­nio de Mur­cia y miem­bro del grupo de inves­ti­gación Comu­ni­cación, Políti­ca e Ima­gen, lo ilus­tra con una de las grandes obras lit­er­arias del siglo pasa­do, Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remar­que: «Es una obra fun­da­men­tal para enten­der la psi­cología de la época y el cam­bio que se pro­duce durante la guer­ra, con el paso de una visión román­ti­ca y hero­ica del con­flic­to a la cru­da ver­dad de las trincheras, para acabar con una denun­cia durísi­ma de las men­ti­ras del nacional­is­mo, en for­ma de ese ale­ga­to por parte de un sol­da­do alemán con­tra el engaño de ‘nue­stros padres’ como cul­pa­bles del desastre».

Militares y periodistas

«La Primera Guer­ra Mundi­al mar­ca el comien­zo de una eta­pa que se pro­lon­ga has­ta hoy y en la que la lucha por la infor­ma­ción que libran los aparatos de cen­sura y pro­pa­gan­da y el peri­odis­mo se sis­tem­ati­za cada vez más», expli­ca Pablo Sapag, peri­odista, excor­re­spon­sal de guer­ra (Afgan­istán, Koso­vo, Argelia, Irlan­da del Norte, Ori­ente Medio…) y pro­fe­sor de His­to­ria de la Pro­pa­gan­da y de la Comu­ni­cación Social en la Uni­ver­si­dad Com­plutense de Madrid.

Este cam­bio en la relación entre mil­itares y peri­odis­tas tiene que ver con la Rev­olu­ción Indus­tri­al y las pro­fun­das trans­for­ma­ciones en las tec­nologías de la infor­ma­ción aso­ci­adas a ese pro­ce­so, tec­nologías que al comien­zo del siglo XX per­mitían ya pub­licar la infor­ma­ción casi en tiem­po real, hacién­dola lle­gar a un públi­co cada vez más alfa­bet­i­za­do, tan­to en Europa y América.

«El telé­grafo, que entron­izó al peri­odis­mo de guer­ra, pero tam­bién el telé­fono, el cine o la fotografía habían evolu­ciona­do tan­to que los mil­itares, a difer­en­cia de lo que ocur­ría ape­nas unos años antes, no podían ya con­tro­lar la infor­ma­ción sim­ple­mente echan­do mano de las difi­cul­tades tec­nológ­i­cas que tenían los peri­odis­tas y sus medios para recoger y difundir la mis­ma», indi­ca Sapag: «Como los ejérci­tos son insti­tu­ciones per­ma­nentes en el tiem­po que, con más o menos acier­to, sue­len extraer con­clu­siones de su desem­peño en con­flic­tos ante­ri­ores, entendieron que, des­de el pun­to de vista de la infor­ma­ción, en la Primera Guer­ra Mundi­al las cosas debían mane­jarse des­de otros parámetros».

Las rígi­das medi­das de cen­sura y las lim­ita­ciones de acce­so al frente no habían sido tan nece­sarias has­ta entonces. «El tiem­po, las dis­tan­cias, la pre­cariedad tec­nológ­i­ca y la escasa alfa­bet­i­zación eran sufi­cientes para con­tro­lar la infor­ma­ción, todo ello con la ven­ta­ja de que nadie podía acusar a los ejérci­tos de cen­surar abier­ta y descarada­mente», expli­ca Sapag.  En la Primera Guer­ra Mundi­al, sin embar­go, debieron hac­er­lo: «Des­de ese con­flic­to en ade­lante, la pro­pa­gan­da y su ali­a­da la cen­sura se sis­tem­ati­zan y se empieza a hablar de pro­pa­gan­da cien­tí­fi­ca, es decir, estrate­gias de per­suasión téc­ni­ca­mente dis­eñadas que con­trastan con las que se venían uti­lizan­do des­de la Antigüedad, infor­males, intu­iti­vas y depen­di­entes de indi­vid­u­os con­cre­tos y no tan­to de orga­ni­za­ciones estable­ci­das para hac­er pro­pa­gan­da y cen­surar con cri­te­rios y obje­tivos claros».

El bebé superviviente

Los cor­re­spon­sales y sus medios de comu­ni­cación debieron fir­mar declara­ciones en las que se com­pro­metían a obser­var estric­ta­mente las nor­mas de cen­sura y deposi­tar una fian­za por si se vul­ner­a­ban esas nor­mas. «A los cor­re­spon­sales que se autor­izó a estar en el teatro de opera­ciones se les puso uni­forme mil­i­tar y se les inten­tó asim­i­lar al ejérci­to del país respec­ti­vo», señala Sapag, aña­di­en­do que, «ante seme­jantes difi­cul­tades para tratar la parte mil­i­tar de la guer­ra, muchos cor­re­spon­sales comen­zaron a cen­trarse en los refu­gia­dos des­de un pun­to de vista humano, una opción que en no pocas oca­siones se trans­for­mó en sensacionalismo».

Como ejem­p­lo, Sapag rela­ta un caso que tiene al Dai­ly Mail británi­co como pro­tag­o­nista: «Su cor­re­spon­sal en Bél­gi­ca era F. W. Wil­son, un excapitán del ejérci­to británi­co. Sus edi­tores le exigieron una cróni­ca sobre las supues­tas atro­ci­dades cometi­das por los ale­manes durante la invasión de Bél­gi­ca. Wil­son les con­testó que no tenía ningu­na evi­den­cia de que eso estu­viese suce­di­en­do donde él esta­ba. Ante la pre­sión de sus jefes decidió escribir la his­to­ria de un bebé del pueblo de Courbeck Loo. Sin haber esta­do ahí, Wil­son relató que el úni­co super­viviente fue el bebé. La his­to­ria humana hizo que el Dai­ly Mail dis­parara sus ven­tas. Fue así como el per­iódi­co comen­zó a recibir car­tas de los lec­tores ofre­cién­dose para adop­tar al niño. Entonces el Dai­ly Mail pidió a Wil­son que via­jara a Lon­dres con el bebé. Sin inmu­tarse, escribió una cróni­ca sobre la muerte del niño en la que repro­du­jo un fal­so cer­ti­fi­ca­do de defunción».

Gran Bre­taña fue el primer país que reac­cionó des­de el pun­to pro­pa­gandís­ti­co. Ya en agos­to de 1914 fueron crea­d­os diver­sos organ­is­mos de pren­sa y pro­pa­gan­da ten­dentes a la cen­tral­ización, y en mar­zo de 1918 vio la luz el nue­vo Min­is­te­rio de Infor­ma­ción, dirigi­do por William Maxwell Aitken (Lord Beaver­brook), mag­nate de la pren­sa y colab­o­rador del Gob­ier­no. Su prin­ci­pal obje­ti­vo: atraer la colab­o­ración de los per­iódi­cos para man­ten­er la apari­en­cia de un rég­i­men de pren­sa lib­er­al. Cen­tra­do prin­ci­pal­mente en inten­tar con­seguir la par­tic­i­pación de EE UU en la guer­ra, el Reino Unido estable­ció el apara­to de pro­pa­gan­da exte­ri­or más potente, bas­tante más efi­caz que el desar­rol­la­do por Ale­ma­nia, donde faltó coor­di­nación y entendimien­to entre civiles y militares.

Propaganda total

Mien­tras, en Esta­dos Unidos, la ausen­cia de unidad entre la población, con una gran parte de la mis­ma en con­tra de par­tic­i­par en el con­flic­to, era la gran pre­ocu­pación del Gob­ier­no cuan­do el país entró final­mente en la guer­ra, el 6 de abril de 1917. Una sem­ana después, el entonces pres­i­dente, Woodrow Wil­son, creó el Comité de Infor­ma­ción Públi­ca (CPI, por sus siglas en inglés), para pro­mover el espíritu béli­co en casa y dar pub­li­ci­dad a las acciones esta­dounidens­es en el frente. Bajo el man­do del peri­odista George Creel, el CPI reclutó pro­fe­sion­ales no solo del peri­odis­mo, sino tam­bién empre­sar­ios, académi­cos y artis­tas, y puso en prác­ti­ca téc­ni­cas rev­olu­cionar­ias de pro­pa­gan­da a gran escala, con un sofisti­ca­do conocimien­to de la psi­cología humana. Todo ello, en un esta­do democrático.

Porque si, aparente­mente, la Primera Guer­ra Mundi­al fue la vic­to­ria de las democ­ra­cias lib­erales sobre los regímenes autori­tar­ios, lo cier­to es que el con­flic­to acabó reval­orizan­do los con­cep­tos de autori­dad y efi­ca­cia, lleván­donos al nacimien­to de nuevos mod­e­los políti­cos, con­trar­ios, en muchos casos, al de la democ­ra­cia liberal.

Des­de la entra­da en la guer­ra de Esta­dos Unidos has­ta el final del con­flic­to se fueron con­sol­i­dan­do las orga­ni­za­ciones de pro­pa­gan­da en todos los esta­dos, y, entre 1914 y 1918, se imprim­ieron mil­lones de carte­les pro­pa­gandís­ti­cos. Tam­bién se uti­lizó abier­ta­mente la lla­ma­da «atroc­i­ty pro­pa­gan­da», es decir, la difusión en los per­iódi­cos de his­to­rias sobre supues­tas atro­ci­dades cometi­das por el ene­mi­go con el fin de desa­cred­i­tar­lo, inde­pen­di­en­te­mente de su veraci­dad. El abu­so de estos con­tenidos hizo que en el futuro se cuidaran mucho este tipo de infor­ma­ciones, por temor a sus­ci­tar la descon­fi­an­za del públi­co que había cono­ci­do la falsedad de la pro­pa­gan­da durante la Gran Guerra.

No tan neutrales

En España, durante los años de la Primera Guer­ra Mundi­al se pub­li­ca­ban 280 diar­ios, de los que 20 lo hacían en la cap­i­tal. Ninguno de ellos alcan­z­a­ba las grandes tiradas que car­ac­ter­i­z­a­ban ya a los per­iódi­cos extran­jeros, pero el impacto de la Guer­ra Euro­pea poten­ció el interés por la lec­tura. A pesar de la neu­tral­i­dad españo­la, la sociedad vivió la guer­ra con mucha belig­er­an­cia y una con­cien­cia políti­ca que dividió a la población entre ali­adó­fi­los y germanófilos.

Los per­iódi­cos españoles tomaron par­tido a favor de uno y otro ban­doEs­ta división políti­ca tuvo tam­bién su man­i­festación en la pren­sa. Como expli­ca Cristi­na Bar­reiro Gordil­lo, doc­to­ra en Peri­odis­mo por la Uni­ver­si­dad San Pablo-CEU, los per­iódi­cos tomaron par­tido a favor de uno y otro ban­do, y pusieron sus pági­nas al ser­vi­cio de los intere­ses que estima­ban con­ve­nientes, ded­i­can­do artícu­los, edi­to­ri­ales y car­i­cat­uras a propa­gar la visión que les parecía cor­rec­ta: se habían con­ver­tido en medios de propaganda».

Bar­reiro señala que la agre­sivi­dad de la pren­sa fue tal que, el 4 de agos­to de 1914, La Gac­eta de Madrid tuvo que inser­tar una nota en la que se lee: «Con moti­vo de los suce­sos de orden inter­na­cional que en estos momen­tos pre­ocu­pan a los gob­ier­nos de los pueb­los europeos, parte de la Pren­sa españo­la, al dar cuen­ta de tales acon­tec­imien­tos, viene mostran­do des­de hace días sus sim­patías y afec­tos por unas u otras naciones, según el cri­te­rio de cada pub­li­cación, traspasan­do en algunos casos el límite que los muchos respetos impo­nen, mucho más oblig­a­dos aho­ra en que todos los ele­men­tos de la vida social españo­la deben coop­er­ar a la acti­tud de abso­lu­ta neu­tral­i­dad declar­a­da por el Gob­ier­no de Su Majestad».

Un siglo después

¿Hemos cam­bi­a­do mucho, cien años después? Pablo Sapag no es muy opti­mista: «Actual­mente, la pre­sión de los edi­tores, la fal­ta de éti­ca pro­fe­sion­al de muchos peri­odis­tas y la imposi­bil­i­dad de der­ro­tar la cen­sura de man­era pro­fe­sion­al con­tribuyen a que se sigan repro­ducien­do his­to­rias inven­tadas, que no cróni­cas peri­odís­ti­cas, como la de Wil­son. Véase, por ejem­p­lo la del exre­portero del New York Times Jayson Blair, que en la reta­guardia inven­tó una his­to­ria épi­ca sobre los orí­genes y la famil­ia de la sol­da­do Jes­si­ca Lynch, la mis­ma que había sido hecha pri­sion­era en Irak en 2003, y que el apara­to de cen­sura y pro­pa­gan­da esta­dounidense explotó, aprovechan­do el pro­tag­o­nis­mo que le dieron unos medios de comu­ni­cación que con ello quisieron demostrar un posi­ble fra­ca­so de la operación mil­i­tar esta­dounidense y británi­ca en Irak. O véase tam­bién la manip­u­lación pro­pa­gandís­ti­ca que ha exis­ti­do de la cri­sis en Siria, donde se ha ocul­ta­do delib­er­ada­mente la pres­en­cia des­de el prin­ci­pio de gru­pos ter­ror­is­tas islamis­tas y los intere­ses de las dic­taduras del Gol­fo Pér­si­co, Turquía y algu­nas poten­cias occi­den­tales. Han pasa­do casi tres años has­ta que los medios de comu­ni­cación han empeza­do a rev­e­lar, de man­era aún muy tími­da y poco pro­fe­sion­al, la real­i­dad de lo que ocurre en Siria».

«Los medios de comu­ni­cación –añade Sapag– han actu­a­do como cor­rea de trans­misión de poten­cias intere­sadas en deses­ta­bi­lizar Siria. Ese enfoque pro­pa­gandís­ti­co de la cri­sis ha aumen­ta­do el sufrim­ien­to del pueblo sirio. Y todo eso se hace con téc­ni­cas estre­nadas en la Primera Guer­ra Mundi­al y per­fec­cionadas en los con­flic­tos pos­te­ri­ores. Hablam­os de cen­sura, de la exageración de las bajas del ene­mi­go y la min­i­mización de las propias, de desin­for­ma­ción, y de ocultación de la realidad».

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