Francisco, ¿un ‘anti-papa’ o un papa como Dios manda?

Miguel Máiquez, 1/10/2013

La ima­gen que está trans­mi­tien­do el papa Fran­cis­co des­de que, el pasa­do mes de mar­zo, fue elegi­do tras la renun­cia de Bene­dic­to XVI, se ha ido ale­jan­do, cada vez a una may­or veloci­dad, del per­fil mar­ca­do por sus ante­cesores más recientes. Des­de el pon­tif­i­ca­do de Juan XXIII, hace ya medio siglo, no había sopla­do tan­to aire fres­co en la Igle­sia Católi­ca, o, al menos, eso ase­gu­ran quienes ven en el nue­vo obis­po de Roma, si no una rev­olu­ción, sí la ante­sala de un gran aperturismo.

Fran­cis­co, un jesui­ta argenti­no cuya ines­per­a­da elec­ción ya antic­i­pa­ba cam­bios, es un papa que no parece un papa. El bonaerense no duda en con­fe­sar sus fal­tas en públi­co («reac­ciona­ba sin escuchar», «actu­a­ba autori­tari­a­mente», «me falta­ba expe­ri­en­cia y era pre­cip­i­ta­do en mis juicios y acciones»), se define políti­ca­mente («jamás he sido de dere­chas») y, sobre todo, ni tiene pelos en la lengua («el actu­al sis­tema económi­co nos está lle­van­do a la trage­dia») ni elude los temas más escabrosos para la jer­ar­quía ecle­siás­ti­ca («no se puede hablar de la pobreza sin experimentarla»).

El papa habla claro, y lo hace, además, ante los medios de comu­ni­cación, en cualquier opor­tu­nidad y sin miedo a equiv­o­carse o a ten­er que mati­zar después, con­sciente, prob­a­ble­mente, de que la teóri­ca infa­bil­i­dad de su dis­cur­so solo se apli­ca cuan­do lo pro­nun­cia ex cathe­dra. Sus ideas, por otra parte, están empezan­do a conec­tar con muchos fieles pro­gre­sis­tas y cris­tianos de base, acos­tum­bra­dos a ten­er que hac­er jue­gos mal­abares para poder super­ar las con­tradic­ciones de su igle­sia oficial.

Porque, aunque Fran­cis­co no es, ni mucho menos, el primer papa que denun­cia la pobreza, la injus­ti­cias del sis­tema económi­co imper­ante o la bar­barie de la guer­ra, la novedad está en que, esta vez, el men­saje lle­ga (la rad­i­cal­i­dad de la pas­toral social de la Igle­sia que defendían tan­to Juan Pablo II como Bene­dic­to XVI qued­a­ba a menudo encer­ra­da en encícli­cas que solo lee una minoría). Y tam­bién en que, al menos de momen­to, en Fran­cis­co se empiezan a ver sig­nos menos con­ser­vadores, no solo en lo social, sino tam­bién en lo moral.

Homosexuales y mujeres

«No podemos seguir insistien­do solo en cues­tiones ref­er­entes al abor­to, al mat­ri­mo­nio homo­sex­u­al o al uso de anti­con­cep­tivos», dice Jorge Mario Bergoglio en su ya famosa entre­vista a la revista de la Com­pañía de Jesús La Civiltà Cat­toli­ca. «Ten­emos que encon­trar un nue­vo equi­lib­rio […]. La prop­ues­ta evangéli­ca debe ser más sen­cil­la, más pro­fun­da e irra­di­ante. Solo de esa prop­ues­ta sur­gen luego las con­se­cuen­cias morales». Antes, en declara­ciones a los peri­odis­tas durante su vue­lo de regre­so de Río de Janeiro, Fran­cis­co había dicho: «Si una per­sona es gay, bus­ca al Señor y tiene bue­na vol­un­tad, quién soy yo para juzgarla».

La otra gran inno­vación en el dis­cur­so del nue­vo papa tiene que ver, sin duda, con el papel de la mujer en la Igle­sia. Fran­cis­co ha deja­do muy claro que la puer­ta del sac­er­do­cio femeni­no «está cer­ra­da», pero, a la vez, reivin­di­ca un may­or y más deter­mi­nante pro­tag­o­nis­mo de la mujer: «Es nece­sario ampli­ar los espa­cios para una pres­en­cia femeni­na más inci­si­va en la Igle­sia. […]. Los dis­cur­sos que oigo sobre el rol de la mujer a menudo se inspi­ran en una ide­ología machista. Las mujeres están for­mu­lan­do cues­tiones pro­fun­das que debe­mos afrontar. La Igle­sia no puede ser ella mis­ma sin la mujer y el papel que ésta desem­peña. La mujer es impre­scindible para la Igle­sia». Ante las voces que, des­de den­tro de la Igle­sia, reclam­a­ban el sac­er­do­cio femeni­no, Bene­dic­to XVI respondía con­de­nan­do la «des­obe­di­en­cia orga­ni­za­da».

Fran­cis­co es, además, un papa que se ‘moja’. Juan Pablo II, por ejem­p­lo, clamó mil veces con­tra la guer­ra de Irak («las armas nun­ca podrán resolver los con­flic­tos humanos», insistía). Pero el paci­fis­mo de Bergoglio, que tam­bién se ha opuesto a una inter­ven­ción mil­i­tar en Siria, es menos ‘abstrac­to’: «Demasi­a­dos intere­ses han prevale­ci­do des­de que comen­zó el con­flic­to, impi­di­en­do encon­trar una solu­ción que evi­tase la inútil masacre a la que esta­mos asistien­do», dijo al pedir a los país­es del G20 que evi­tasen «solu­ciones militares».

Tam­poco se tra­ta, en cualquier caso, de un ter­re­mo­to doc­tri­nal. En sus declara­ciones sobre los homo­sex­u­ales, por ejem­p­lo, el papa no ha ido mucho más allá, y ha expre­sa­do clara­mente su oposi­ción a los «lob­bies homo­sex­u­ales». En el fon­do sigue existien­do, hereda­da de la doc­t­ri­na ofi­cial del Vat­i­cano, una con­cep­ción de la homo­sex­u­al­i­dad como algo «anor­mal», no juz­gable, pero sí dig­no de com­pasión; algo que se abor­da des­de un cier­to pater­nal­is­mo. A fin de cuen­tas, Bergoglio fue en el pasa­do un firme opos­i­tor del mat­ri­mo­nio entre per­sonas del mis­mo sexo. Y sobre el abor­to se sigue mostran­do tajante: «La Igle­sia ya se ha expre­sa­do, y no es nece­sario volver a hacerlo».

Agenda reformista

Tal vez lo más remar­ca­ble sea que este papa, en con­traste con la inflex­i­bil­i­dad doc­tri­nal de Bene­dic­to XVI y Juan Pablo II, no cier­ra puer­tas a cal y can­to (se ha mostra­do posi­bilista inclu­so con el celi­ba­to), y que está dis­puesto a escuchar, no solo a la curia vat­i­cana, sino tam­bién a la base. Y tam­bién que sus aparente­mente espon­tá­neos gestos pueden obe­de­cer a una agen­da muy con­sciente, des­ti­na­da a ren­o­var des­de sus cimien­tos la anquilosa­da estruc­tura ecle­sial (curia inclu­i­da, sobre todo tras las intri­gas inter­nas y enfrentamien­tos desve­la­dos por el escán­da­lo Vatileaks), aunque sin renun­ciar por ello a unos prin­ci­p­ios bási­cos que se han man­tenido durante más de dos mil años. No se pueden pedir peras al olmo, pero se puede ten­er un olmo mejor.

En ese sen­ti­do, no es casu­al que, tras ser elegi­do, Fran­cis­co apare­ciese en el bal­cón de la Basíli­ca de San Pedro vesti­do de blan­co, cal­i­ficán­dose asimis­mo de «obis­po» y pidi­en­do la ben­di­ción de la gente, como no lo es su aus­teri­dad y su renun­cia al lujo, o que haya declar­a­do sen­tirse «enjaula­do» en el Vat­i­cano.

El men­saje empieza a estar muy claro: El nue­vo papa está miran­do con lupa las activi­dades del Ban­co Vat­i­cano, ha aproba­do nuevas nor­mas para impedir el blan­queo de dinero, ha nom­bra­do un grupo de ocho car­de­nales para que le acon­se­jen en cues­tiones financieras (entre ellos, una joven mujer seglar) y revisen la curia, y ha aproba­do una refor­ma del códi­go penal de la San­ta Sede y del Esta­do de la Ciu­dad del Vat­i­cano que con­tem­pla, entre otras cosas, la intro­duc­ción del deli­to de tor­tu­ra y una amplia y may­or defini­ción de los deli­tos con­tra menores, entre ellos la pornografía infan­til y el abu­so de menores. Tam­bién ha afir­ma­do que «los sac­er­dotes tienen que ser pas­tores con olor a ove­ja, y no gestores», ase­gu­ra que «un cris­tiano no es cris­tiano si no es rev­olu­cionario» (un respiro para la Teología de la Lib­eración tras décadas de golpes), recla­ma la necesi­dad de «ir a la per­ife­ria a ayu­dar a los olvi­da­dos», pide a la Guardia Suiza menos seguri­dad para ten­er más relación direc­ta con las per­sonas, y afir­ma sin pes­tañear que los cor­rup­tos «son el Anti­cristo».

«Yo soy un pecador. Esta es la defini­ción más exac­ta. Y no se tra­ta de un modo de hablar o un género lit­er­ario. Soy un pecador», dijo Fran­cis­co en la entre­vista a La Civiltà Cat­toli­ca. En otra, pub­li­ca­da este martes en el diario La Repub­bli­ca, el pon­tí­fice arremete con­tra la curia romana, el gob­ier­no de la Igle­sia: «Tiene un defec­to: es Vat­i­cano-Cén­tri­ca. Ve y se ocu­pa de los intere­ses del Vat­i­cano y olvi­da el mun­do que le rodea. No com­par­to esta visión y haré de todo para cambiarlo».

Es pron­to aún para saber has­ta dónde lle­gará real­mente, y muchos los retos que tiene todavía por delante, pero no parece un mal pun­to de partida.

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