La primera gran tormenta solar del siglo XXI

Miguel Máiquez, 31/5/2013
Ima­gen com­pues­ta de una eye­c­ción de masa coro­nal cap­ta­da por la nave espa­cial del Obser­va­to­rio Solar y Helios­féri­co: una ima­gen del sol en luz ultra­vi­o­le­ta extrema toma­da por el Tele­sco­pio de Imá­genes Ultra­vi­o­le­tas Extremas (EIT) el 4 de enero de 2002 fue ampli­a­da y super­pues­ta a una ima­gen toma­da por el instru­men­to de Gran Angu­lar y Espec­trómetro Coro­nó­grafo (LASCO): Ima­gen: NASA / ESA

Que­bec, 13 de mar­zo de 1989. A las tres menos cuar­to de la madru­ga­da, seis mil­lones de per­sonas se quedan de pron­to a oscuras. Es un apagón gen­er­al. Los que están despier­tos se aso­man a las ven­tanas de sus casas: no hay rayos ni truenos, tam­poco un vien­to espe­cial­mente inten­so, capaz de der­rib­ar los postes de la luz. ¿Un incen­dio? Las noti­cias no dicen nada. ¿Un prob­le­ma téc­ni­co? Podría lla­marse así. Que­bec está sin­tien­do los efec­tos de la may­or tor­men­ta geo­mag­néti­ca reg­istra­da en la Tier­ra en 130 años. La provin­cia cana­di­ense está sien­do lit­eral­mente bom­bardea­da por bil­lones de partícu­las car­gadas de energía, proce­dentes del Sol. Y cuan­do, más de nueve horas después, se empieza a restable­cer poco a poco el ser­vi­cio eléc­tri­co (en muchos casos, aún con gen­er­adores de gasoil, ya que las líneas de alta ten­sión tar­darán aún meses en ser reparadas por com­ple­to), los daños económi­cos ascien­den a cien­tos de mil­lones de dólares. Hoy en día, en una sociedad mucho más tec­nol­o­giza­da que la de finales de los ochen­ta, con la vida de nue­stro primer mun­do giran­do en torno a móviles, orde­nadores, satélites, dis­pos­i­tivos GPS y todo tipo de aparatos elec­tróni­cos, las con­se­cuen­cias podrían ser mucho may­ores. A menos, claro, que hayamos apren­di­do la lec­ción y este­mos prepara­dos. ¿Lo estamos?

Des­de hace unos dos años el Sol se encuen­tra, al igual que en 1989, en uno de sus cic­los de activi­dad alta, un momen­to en el que la prob­a­bil­i­dad de que ocur­ra una tor­men­ta mag­néti­ca es mucho más ele­va­da. Puede suced­er o no, y si sucede, puede ser ape­nas per­cep­ti­ble o tremen­da­mente inten­sa. Porque nues­tra estrel­la favorita parece uno de los ref­er­entes más con­stantes y pre­deci­bles en nues­tras vidas (sale y se pone cada día, giramos en torno a ella cada año), pero en real­i­dad está, todavía, llena de mis­te­rios, tan­to en su com­posi­ción (no es exac­ta­mente sól­i­da, ni líqui­da, ni gaseosa), como, sobre todo, en su com­por­tamien­to. Antic­i­par qué va a ocur­rir allá arri­ba no es tarea fácil, y la may­oría de los cien­tí­fi­cos lev­an­tan una ceja escép­ti­ca cuan­do leen tit­u­lares anun­cian­do una tor­men­ta solar «para el mes de junio».

Pero lo que sí está claro, pese a todas las incer­tidum­bres, es que el ries­go de tor­men­ta solar existe, y que es may­or de lo que lo ha sido en décadas. Así lo vienen advir­tien­do des­de hace tiem­po no solo los pro­pios cien­tí­fi­cos y las prin­ci­pales agen­cias espa­ciales y ser­vi­cios de predic­ción atmos­féri­ca del mun­do (des­de la NASA y la NOAA esta­dounidens­es a la ESA euro­pea), sino inclu­so gob­ier­nos y otras insti­tu­ciones ofi­ciales internacionales.

El Sol, que fun­ciona en cic­los que duran unos once años, se encuen­tra aho­ra en una fase muy acti­va de su ciclo actu­al, y, aunque no es posi­ble pre­de­cir­lo con exac­ti­tud, se espera que la activi­dad alcance su máx­i­mo a lo largo de este año, prob­a­ble­mente durante la pri­mav­era. Y más activi­dad solar supone más y may­ores man­chas solares, que son las que provo­can cam­bios mag­néti­cos en la super­fi­cie del Sol. Cuan­do la eye­c­ción de estas partícu­las alcan­za la Tier­ra a lomos del lla­ma­do vien­to solar, esta­mos ante una tor­men­ta geo­mag­néti­ca, o, en lengua­je pop­u­lar, una tor­men­ta solar.

A prin­ci­p­ios del pasa­do mes de febrero, la Nasa detec­tó que la gran man­cha solar AR1654, un desco­mu­nal foco de lla­ma­radas y géis­eres de fuego diez veces más grande que la Tier­ra, había aban­don­a­do su lugar en el lado opuesto del Sol y esta­ba apun­tan­do direc­ta­mente hacia nue­stro plan­e­ta, con el con­sigu­iente ries­go de tor­men­ta mag­néti­ca. Y hace tan solo unas sem­anas, entre los pasa­dos 12 y 13 de mayo, el Sol lanzó, en menos de 24 horas, tres erup­cionones colos­ales, las más inten­sas en lo que iba de año, según infor­mó el Cen­tro de Pronós­ti­co Mete­o­rológi­co Espa­cial. La man­cha solar donde ocur­rieron estas eye­c­ciones, sin embar­go, no esta­ba encar­an­do aún la Tierra.

En cualquier caso, para que la tor­men­ta llegue a pro­ducirse no bas­ta con que la eye­c­ción de partícu­las esté ori­en­ta­da hacia nosotros. «Además, la veloci­dad del vien­to solar tiene que ser enorme, de unos 1.000 kilómet­ros por segun­do, y el cam­po mag­néti­co que trans­porta ese vien­to solar debe incluir una serie de com­po­nentes especí­fi­cos capaces de inter­ac­tu­ar con el cam­po mag­néti­co de la Tier­ra», expli­ca Miguel Her­ráiz, cat­e­dráti­co de Físi­ca de la Tier­ra de la Uni­ver­si­dad Com­plutense de Madrid.

«No bas­ta con estar en un ciclo de activi­dad alta; tienen que darse muchos otros fac­tores», indi­ca Her­ráiz, «pero es evi­dente que si al final se pro­duce una tor­men­ta inten­sa y no se han adop­ta­do unas mín­i­mas medi­das de pre­visión, hay muchas cosas que pueden verse afec­tadas en una sociedad tan depen­di­ente de la tec­nología como la nues­tra». Según este cien­tí­fi­co, cál­cu­los real­iza­dos en EE UU señalan que si no existe una preparación ade­cua­da y ocurre una tor­men­ta solar como la de 1859, las pér­di­das económi­cas podrían ser equiv­a­lentes a 30 veces los daños cau­sa­dos por el huracán Katrina.

La tor­men­ta de 1859 a la que hace ref­er­en­cia Her­ráiz fue ver­dadera­mente históri­ca. En la mañana del 1 de sep­tiem­bre de aquel año, Richard Car­ring­ton, un astrónomo afi­ciona­do, acaba­ba de subir a su obser­va­to­rio pri­va­do cer­ca de Lon­dres, cuan­do, al ajus­tar su tele­sco­pio y proyec­tar la ima­gen del Sol sobre una pan­talla, observó «dos grandes man­chas de luz blan­ca e inten­sa­mente bril­lantes». Al mis­mo tiem­po, las agu­jas mag­néti­cas del Obser­va­to­rio de Kew, en la cap­i­tal británi­ca, se esta­ban volvien­do locas. La elec­t­ri­ci­dad comen­zó a cor­rer por los cables del telé­grafo, los hilos se achichar­raron en grandes zonas del Reino Unido y de Esta­dos Unidos, y en algunos puestos los telegrafis­tas com­pro­baron que no nece­sita­ban baterías para seguir operan­do. Las auro­ras bore­ales, uno de los efec­tos más espec­tac­u­lares de la radiación mag­néti­ca, lle­garon a verse en lugares tan al sur como Hawai o Panamá, y muchas per­sonas pen­saron que sus ciu­dades esta­ban envueltas en llamas.

Lo que Car­ring­ton esta­ba obser­van­do era la may­or tor­men­ta geo­mag­néti­ca reg­istra­da has­ta aho­ra. Si real­izáse­mos un grá­fi­co que refle­jara su inten­si­dad en una bar­ra, aquel bom­bardeo solar (bau­ti­za­do como Even­to Car­ring­ton, en hon­or de su des­cubri­dor) alcan­zaría una altura tres veces supe­ri­or al niv­el que los cien­tí­fi­cos con­sid­er­an de «tor­men­ta extrema». En ese mis­mo grá­fi­co, el even­to de Que­bec, sien­do tam­bién una tor­men­ta extrema, quedaría muy por deba­jo. Más o menos, como com­parar el Empire State (443 met­ros) con la Torre Picas­so de Madrid (157 metros).

Hoy en día ya no ten­emos telé­grafo, pero ten­emos satélites, aviones cruzan­do los cír­cu­los polares y, al menos en Europa y Améri­ca del Norte, un telé­fono móvil casi en cada bol­sil­lo. «Las empre­sas y los oper­adores en gen­er­al han apren­di­do mucho des­de el apagón de Que­bec», expli­ca Juan Ale­jan­dro Val­divia, físi­co de la Uni­ver­si­dad de Chile, «pero tam­bién es cier­to que nues­tra elec­tróni­ca es mucho más sen­si­ble que la de hace veinte años». Una tor­men­ta geo­mag­néti­ca, añade, podría causar prob­le­mas, prin­ci­pal­mente, en el fun­cionamien­to de los satélites y en las comu­ni­ca­ciones tele­fóni­cas, pero tam­bién en los sis­temas de nave­gación de los aviones que sobre­vue­lan las zonas polares, ya que es allí donde más aumen­taría la pre­cip­itación de partícu­las car­gadas, al estar cer­ca de los polos mag­néti­cos. Podrían verse afec­ta­dos asimis­mo los cables lar­gos transoceáni­cos de comu­ni­cación y las señales de radio, así como los sis­temas de posi­cionamien­to con GPS y, por supuesto, las redes eléc­tri­c­as, con todo lo que ello supone, no solo a niv­el domés­ti­co, sino tam­bién indus­tri­al o de ser­vi­cios bási­cos (un hos­pi­tal, una línea fer­roviaria, una transac­ción bancaria…).

Son muchas pelícu­las de catástro­fes a la espal­da, la resaca de todo un año de pseudo­cien­cia mile­nar­ista al abri­go de las famosas predic­ciones mayas, y cada vez más y más foros de prep­pers (prepara­dos para el apoc­alip­sis) en Inter­net. ¿El fin del mun­do? «Pues no», responde con cier­ta sor­na Valen­tín Martínez Pil­let, prin­ci­pal inves­ti­gador del Insti­tu­to de Astrofísi­ca de Canarias: «Hay más posi­bil­i­dades de que antes acabe­mos nosotros mis­mos con él».

«Esta expectación por la tor­men­ta solar obe­dece a una serie de fac­tores muy con­cre­tos», indi­ca Martínez Pil­let: «Por un lado, es ver­dad que, aunque el Sol se encuen­tra aho­ra en lo que podríamos lla­mar un máx­i­mo nor­mal, viene de una eta­pa en la que se ha dado un mín­i­mo muy pro­fun­do. Durante tres años casi no había habido man­chas solares, y eso es muy raro. Por otra parte, vivi­mos en una sociedad con una gran depen­den­cia tec­nológ­i­ca, y, por tan­to, más sen­si­ble a este tipo de fenó­menos. Y si a eso sumamos que, gra­cias a satélites como el SDO [Solar Dynam­ics Obser­va­to­ry, de la NASA], ten­emos mejores predic­ciones que nun­ca y unas imá­genes cada vez más espec­tac­u­lares, o la fiebre que his­to­rias como lo de los mayas gen­er­an por este tipo de fenó­menos, pues ya está…».

Todos los exper­tos con­sul­ta­dos para este repor­ta­je huyen del alarmis­mo y crit­i­can el cier­to «sen­sa­cional­is­mo» con el que algunos medios están tratan­do el tema, pero tam­bién con­sid­er­an que, al menos en España, podría hac­erse más de lo que se está hacien­do, aunque solo fuera para evi­tarse un buen sus­to, o la pér­di­da de unos cuan­tos mil­lones. «Pro­tec­ción Civ­il ha orga­ni­za­do dos jor­nadas al respec­to, este año y el pasa­do, invi­tan­do a todas las enti­dades rela­cionadas, pero la ver­dad es que la respues­ta ha sido muy reg­u­lar», indi­ca Herráiz.

En la primera de estas jor­nadas téc­ni­cas, cel­e­bra­da en mayo de 2012, par­tic­i­paron 80 rep­re­sen­tantes de dis­tin­tas insti­tu­ciones y organ­is­mos (uni­ver­si­dades, empre­sas públi­cas y pri­vadas, y admin­is­tración públi­ca). Entre las con­clu­siones, los par­tic­i­pantes acor­daron «sug­erir la creación de un grupo de tra­ba­jo lid­er­a­do por la Direc­ción Gen­er­al de Pro­tec­ción Civ­il y Emer­gen­cias, con la par­tic­i­pación de rep­re­sen­tantes de los Min­is­te­rios del Inte­ri­or y de Indus­tria, Energía y Tur­is­mo, de los oper­adores de ser­vi­cios esen­ciales y del mun­do académi­co, con el fin de pro­pon­er recomen­da­ciones pre­ven­ti­vas para los tit­u­lares de infraestruc­turas críti­cas, el establec­imien­to de un sis­tema de aler­ta tem­prana y pro­to­co­los de coop­eración con los organ­is­mos com­pe­tentes tan­to nacionales como inter­na­cionales». «Pro­tec­ción Civ­il está hacien­do una bue­na labor, pero me daría con un can­to en los dientes si hubiese un mín­i­mo pro­to­co­lo ofi­cial», dice Martínez Pil­let. «Con la que está cayen­do, imag­i­no que el Gob­ier­no tiene otras pre­ocu­pa­ciones», añade.

A la pre­gun­ta de qué están hacien­do ante la posi­bil­i­dad de una tor­men­ta solar, un por­tavoz de Iber­dro­la remite a la Aso­ciación Españo­la de la Indus­tria Eléc­tri­ca (Une­sa), que agru­pa a las prin­ci­pales empre­sas del sec­tor. Des­de esta aso­ciación, sin embar­go, respon­den que «no es una mate­ria que se trate ni com­pe­ta a Une­sa». No obstante, algu­nas eléc­tri­c­as como Ende­sa sí han solic­i­ta­do informes y proyec­tos cien­tí­fi­cos para su red, sobre todo en Cataluña. Tam­bién han empeza­do a intere­sarse las com­pañías de seguros. Otra cosa son las tele­fóni­cas, que, según señala Her­ráiz, «no pare­cen muy pre­ocu­padas, a pesar de que son bas­tante vulnerables».

En el Gob­ier­no tam­bién se res­pi­ra bas­tante tran­quil­i­dad. Un por­tavoz del Min­is­te­rio de Indus­tria, Energía y Tur­is­mo explicó a El Men­su­al que los oper­adores de equipos, tan­to de tier­ra como en el espa­cio, «están al cor­ri­ente de la exis­ten­cia de tor­men­tas solares, y adop­tan las medi­das nece­sarias para cumplir con los req­ui­si­tos de la nor­ma­ti­va sec­to­r­i­al en cuan­to a inte­gri­dad de la red, la con­tinuidad del ser­vi­cio y la cal­i­dad». En el caso de los equipos ubi­ca­dos en el espa­cio, el Min­is­te­rio desta­ca que los satélites «ya están dis­eña­dos para sopor­tar las tor­men­tas solares, que se repiten en patrones de tiem­po cono­ci­dos», y que «el sec­tor con­sid­era que está prepara­do para sopor­tar tor­men­tas solares en 2013». El Min­is­te­rio añade que «lógi­ca­mente, una vez lan­za­do el satélite ya no se pueden hac­er cam­bios en el mismo».

Sin embar­go, ahí es donde puede estar, pre­cisa­mente, la clave. Una pequeña desviación en la ori­entación del satélite, o inclu­so apa­gar­lo, puede evi­tar muchos daños en el caso de una tor­men­ta solar, según expli­ca Miguel Her­ráiz. «El prob­le­ma es que el tiem­po de reac­ción será muy poco, por lo que cuan­to mas detal­la­dos sean los pro­to­co­los de actuación, mucho mejor», agrega.

Las eye­c­ciones de masa coro­nal tar­dan unos dos días en lle­gar del Sol a la Tier­ra, pero tan solo entre 45 min­u­tos y una hora des­de que son detec­tadas. Los avi­sos ref­er­entes a la inten­si­dad y ori­entación son emi­ti­dos por el Explo­rador de Com­posi­ción Avan­za­da (ACE, por sus siglas en inglés), un antiguo satélite de la NASA que será reem­plaza­do en 2014, y que, según algunos exper­tos, podría pre­sen­tar algu­na falla.

De todos mod­os, aún en el caso de que un satélite resul­tase daña­do, tam­poco es muy prob­a­ble que nos enter­e­mos. «Existe un gran secretismo en torno a este tema», indi­ca Martínez Pil­let. «Cuan­do se pierde un satélite nadie lo reconoce, porque al día sigu­iente la empre­sa baja en bol­sa. Hay que ten­er en cuen­ta que pon­er un kilo en el espa­cio cues­ta un mil­lón de euros. Y un satélite puede costar alrede­dor de 1.000 millones».

Muchos satélites, por tan­to, tienen ya incor­po­ra­dos mecan­is­mos de pre­ven­ción, algo que sin embar­go no sucede con la may­or parte de gen­er­adores y trans­for­madores eléc­tri­cos con tomas de tier­ra, para los que una tor­men­ta mag­néti­ca podría ten­er un efec­to cat­a­stró­fi­co. Según un exper­to de la Con­sul­to­ra de Análi­sis sobre Tor­men­tas Solares de EE UU, cita­do por la revista Nation­al Geo­graph­ic, una tor­men­ta mag­néti­ca como la que tuvo lugar en mayo de 1921 dejaría sin luz a la mitad de toda Norteamérica.

Los que más motivos tienen para pre­ocu­parse son, efec­ti­va­mente, los país­es que, como Esta­dos Unidos (por su parte norte) o, espe­cial­mente, Canadá, se encuen­tran más cer­canos a un polo mag­néti­co. En estos dos casos, ambos gob­ier­nos han pre­vis­to ya pro­to­co­los de actuación y han orde­na­do medi­das pre­ven­ti­vas. En con­cre­to, el Con­gre­so de EE UU hizo a finales de 2012 un lla­mamien­to a los ciu­dadanos para que desar­rollen planes de emer­gen­cias ante «la tor­men­ta solar del siglo». Además, en una res­olu­ción par­la­men­taria que está actual­mente en trámite, se pide a las comu­nidades locales que se doten de los recur­sos nece­sar­ios para abaste­cer a la población de un mín­i­mo de energía, ali­men­tos y agua. En la lista anu­al de peli­gros poten­ciales para el país, que elab­o­ra el Depar­ta­men­to de Seguri­dad Nacional de la Casa Blan­ca, se ha inclu­i­do, por primera vez, jun­to a posi­bles ter­re­mo­tos o aten­ta­dos ter­ror­is­tas, el impacto de una erup­ción solar.

En cuan­to al hem­is­fe­rio merid­ion­al, el país más vul­ner­a­ble es prob­a­ble­mente Argenti­na, no solo por su prox­im­i­dad al polo mag­néti­co sur, sino tam­bién por lo que se conoce como «anom­alía del Atlán­ti­co Sur», una zona donde el escu­do pro­tec­tor de la Tier­ra es más débil. «En Argenti­na hay más casos de cataratas en los ojos que en cualquier otro país», indi­ca Martínez Pil­let. «De hecho, la úni­ca empre­sa que ha con­trata­do has­ta aho­ra nue­stros ser­vi­cios en el Insti­tu­to de Astrofísi­ca ha sido Iberia, después de que sus pilo­tos exper­i­men­ta­ran inter­fer­en­cias en algunos vue­los a Argenti­na», señala.

En Europa, Ale­ma­nia, Fran­cia, Holan­da, Bél­gi­ca o el Reino Unido tam­bién están toman­do impor­tantes medi­das en la mis­ma línea pre­ven­ti­va. El Comité de Defen­sa del Par­la­men­to británi­co pub­licó el año pasa­do el informe Ame­nazas en desar­rol­lo: pul­so elec­tro­mag­néti­co (EMP), que venía elab­o­ran­do des­de sep­tiem­bre de 2011, y en el que iden­ti­fi­ca las tor­men­tas solares como una ame­naza para la seguri­dad nacional. Según esta inves­ti­gación, los ries­gos de un pul­so elec­tro­mag­néti­co para las infraestruc­turas del Reino Unido se cen­tran en las tor­men­tas solares extremas y los ataques humanos (en ref­er­en­cia al ter­ror­is­mo). Ante esta situación, el Par­la­men­to recomendó que se habiliten cen­tros regionales con reser­vas de comi­da y agua para la población, y que se pre­paren vehícu­los capaces de resi­s­tir el EMP, para garan­ti­zar el fun­cionamien­to de los ser­vi­cios públi­cos más esen­ciales. Además, desta­ca que hay que infor­mar del ries­go a «cada hog­ar», para que se pue­da preparar una reser­va de agua embotel­la­da y comi­da no pere­ced­era para un mes.

Nada de esto se ha hecho, de momen­to, en España, y esa aparente fal­ta de pre­ocu­pación es algo que, a pesar de que nue­stro país no está en una zona de espe­cial ries­go, al encon­trarse más al sur, pre­ocu­pa bas­tante a algunos organ­is­mos espe­cial­iza­dos. La ONG Obser­va­to­rio del Cli­ma Espa­cial, por ejem­p­lo, ya ha man­i­fes­ta­do su inqui­etud por la ausen­cia de comi­siones par­la­men­tarias de inves­ti­gación, mapas de impacto y otros prepar­a­tivos pre­ven­tivos especí­fi­cos en nue­stro país. «Infor­mar con nor­mal­i­dad a la población y ori­en­tar debe ser lo primero. No parece pru­dente que se desa­tien­dan las medi­das de pre­cau­ción», indi­can. El Obser­va­to­rio afir­ma asimis­mo que «el ries­go esti­ma­do por los exper­tos británi­cos de que algo así pue­da suced­er en el próx­i­mo año y medio ron­daría solo un 1%, pero es un 1% de la que podría ser la may­or catástrofe nat­ur­al glob­al de la his­to­ria, por lo que es nor­mal que las autori­dades británi­cas se planteen en serio medi­das pre­ven­ti­vas bási­cas. Y la difer­en­cia de lat­i­tud con España tam­poco es tanta».

Sí se han dado, no obstante, algunos pasos. En sep­tiem­bre del año pasa­do, la Comisión Mix­ta para la Unión Euro­pea del Con­gre­so de los Diputa­dos aprobó por una­n­im­i­dad una prop­ues­ta social­ista para instar al Par­la­men­to Europeo y a la Comisión Euro­pea a dis­eñar un pro­to­co­lo de actuación que garan­tice la dis­tribu­ción eléc­tri­ca y las tele­co­mu­ni­ca­ciones en casos de tor­men­ta solar. Según infor­mó entonces el PSOE, «es con­ve­niente la redac­ción de un catál­o­go educa­ti­vo y pre­ven­ti­vo con­jun­to para todos los país­es inte­gra­dos en la UE, así como un pro­to­co­lo de actuación ante hipotéti­cas situa­ciones de emer­gen­cia derivadas de fal­los tec­nológi­cos pro­duci­dos por fenó­menos nat­u­rales de ori­gen solar que pud­iesen afec­tar a la gen­eración y dis­tribu­ción eléc­tri­ca y a las tele­co­mu­ni­ca­ciones». El diputa­do social­ista José Segu­ra, autor de la ini­cia­ti­va, indi­ca­ba que de este modo «se podrían pre­venir fal­los tec­nológi­cos deriva­dos de fenó­menos nat­u­rales solares como la lla­ma­da ‘tor­men­ta solar del siglo’, pre­vista para el año 2013».

Por comu­nidades autóno­mas, Pro­tec­ción Civ­il de Extremadu­ra fue el primer organ­is­mo de España en elab­o­rar una serie de recomen­da­ciones dirigi­das al públi­co en gen­er­al sobre cómo actu­ar en el caso de una tor­men­ta solar extrema que acabe afectan­do a ser­vi­cios esen­ciales. Pre­sen­ta­do en for­ma de decál­o­go, el man­u­al incluye con­se­jos seme­jantes a los que se ofre­cen ante otros tipos de catástro­fes (ver­i­ficar con cal­ma la situación, ten­er un plan famil­iar preestable­ci­do, pro­tec­ción per­son­al, reser­va de agua y ali­men­tos no pere­cederos, botiquines de emergencia…).

«Nor­mal­mente, cuan­do pen­samos en la Tier­ra pen­samos solo en el plan­e­ta, pero la Tier­ra, enten­di­da como nue­stro espa­cio en el Uni­ver­so, es tam­bién la mag­ne­tos­fera, es decir, toda esa región alrede­dor del plan­e­ta en la que el cam­po mag­néti­co ter­restre desvía la may­or parte del vien­to solar, for­man­do un escu­do pro­tec­tor con­tra las partícu­las car­gadas de energía que proce­den del Sol», expli­ca Her­ráiz: «Si ten­emos una casa con jardín, cuan­do hablam­os de nues­tra casa hablam­os tam­bién del jardín, no solo de la casa. Y sabe­mos que lo que pase en el jardín puede afectarnos».

La Real Acad­e­mia de Inge­niería de Lon­dres indi­ca­ba a prin­ci­p­ios de este año que «la ‘super­tor­men­ta’ solar es inevitable. La cuestión no es si se pro­ducirá o no, sino cuán­do». Pero, lejos de cualquier visión apoc­alíp­ti­ca, añadía: «Supon­drá un reto, no una catástrofe. Los gob­ier­nos deben acti­var planes de emer­gen­cia para pre­v­er impactos ines­per­a­dos sobre las nuevas tec­nologías. Nue­stro men­saje es: Que no cun­da el páni­co, pero este­mos preparados».

Grá­fi­co: Henar de Pedro

Observando desde España

Aparte de cen­tros espe­cial­iza­dos como el Insti­tu­to de Astrofísi­ca de Canarias (en la foto, el Obser­va­to­rio del Roque de los Mucha­chos), uno de los más pres­ti­giosos del mun­do, la Uni­ver­si­dad de Alcalá dispone actual­mente de un ser­vi­cio para aler­tar de posi­bles alteraciones en el cam­po mag­néti­co de la super­fi­cie terrestre.

El Obser­va­to­rio del Ebro e Inge­niería La Salle (de la Uni­ver­si­dad Ramon Llull) ha desar­rol­la­do un proyec­to para la predic­ción y medición de las cor­ri­entes induci­das geo­mag­néti­ca­mente en subesta­ciones y trans­for­madores de la red eléc­tri­ca de Cataluña.

El Insti­tu­to Nacional de Téc­ni­ca Aeroe­s­pa­cial (INTA), entre otras cosas, inves­ti­ga la tol­er­an­cia a la radiación de los com­po­nentes elec­tróni­cos de los aviones, desar­rol­la nuevas her­ramien­tas para mon­i­tor­izar el entorno en tiem­po real y real­iza obser­va­ciones de la ionos­fera cada 15 min­u­tos, des­de la Estación de Son­deos Atmos­féri­cos El Arenosil­lo, que, situ­a­da en Huel­va, es la estación de este tipo más al suroeste de Europa.


Cronología

Las tor­men­tas solares van ganan­do pro­gre­si­va­mente en inten­si­dad has­ta alcan­zar un máx­i­mo cada 150 años aproximadamente.

  • 1859. Even­to Car­ring­ton: La may­or tor­men­ta geo­mag­néti­ca reg­istra­da en 500 años y has­ta aho­ra, y la primera que tiene una reper­cusión tec­nológ­i­ca, al darse en la incip­i­ente sociedad industrial.
  • 1923. Mar­coni obser­va anom­alías en las ondas elec­tro­mag­néti­cas rela­cionadas con la activi­dad del Sol.
  • 1958. Cer­ca de un cen­te­nar de aviones en vue­lo entre Europa y Esta­dos Unidos sufren inter­fer­en­cias en sus trans­mi­siones de radio, por causas que han sido atribuidas a un incre­men­to de partícu­las magnéticas.
  • 1972. El 4 de agos­to, una enorme lla­ma­ra­da solar noquea las comu­ni­ca­ciones tele­fóni­cas de larga dis­tan­cia en algunos esta­dos de EE UU. La NASA indicó que este even­to obligó a la empre­sa AT&T a redis­eñar el sis­tema de energía usa­do en sus cables transatlánticos.
  • 1989. Apagón de Que­bec. La provin­cia cana­di­ense se que­da sin luz eléc­tri­ca durante más de nueve horas. Es el primer gran efec­to de una tor­men­ta solar en la tecnología.
  • 1994. Fal­los en satélites de comu­ni­ca­ciones coin­ci­di­en­do con un peri­o­do de tor­men­tas geo­mag­néti­cas. Las redes de tele­visión y el ser­vi­cio de radio en Canadá se vieron afectados.
  • 2000. La «tor­men­ta del Día de la Bastil­la», lla­ma­da así porque se pro­du­jo el 14 de julio, Fies­ta Nacional de Fran­cia, causa cor­to­cir­cuitos en var­ios satélites y cor­ta la comu­ni­cación de algu­nas emiso­ras de radio. Fue la tor­men­ta más potente des­de 1989.
  • 2003. La denom­i­na­da «tor­men­ta de Hal­loween», parte de una cade­na de al menos nueve grandes erup­ciones solares en un peri­o­do de dos sem­anas, deja sin elec­t­ri­ci­dad por varias horas a amplias zonas de Sue­cia, afec­ta a var­ios satélites y obliga a desviar algunos vue­los com­er­ciales. Las pér­di­das económi­cas se vieron amino­radas porque ya se habían toma­do algu­nas medi­das preventivas.
  • 2006. La «tor­men­ta de antes de Navi­dad», reg­istra­da el 5 de diciem­bre, causa fal­los en satélites y en sis­temas de nave­gación GPS durante al menos 10 min­u­tos, según la NASA.

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