Lo que cuesta de verdad la ropa

Miguel Máiquez, 5/5/2013

Tras la muerte en el mar del pescador Pas­cualet, su tía, atrav­es­a­da por la tris­teza y la indi­gnación, cla­ma con­tra los que regatean en las pescaderías y excla­ma: «¿Aún les parecía caro el pesca­do? ¡A duro debía costar la libra…!». La esce­na, inmor­tal­iza­da en el famoso cuadro de Joaquín Sorol­la en el que dos pescadores tratan de revivir a un com­pañero que ha sufri­do un acci­dente, pertenece a la nov­ela Flor de Mayo, de Blas­co Ibáñez, e ilus­tra bien las con­tradic­ciones de un sis­tema en el que las sacrosan­tas leyes de la ofer­ta y la deman­da siguen cebán­dose, más de un siglo después, con los eslabones más débiles de la cadena.

¿Cuán­to cues­tan de ver­dad esos vaque­ros por los que hemos paga­do menos de 20 euros? ¿Qué hay detrás de los seis euros que nos ha costa­do esa camise­ta? ¿Por qué tan­ta ropa que com­pro en España, de mar­cas españo­las o euro­peas, lle­va el típi­co «Made in Bangladesh» o «Made in Pak­istán» en la etiqueta?

Ha hecho fal­ta una trage­dia con más de 600 muer­tos y el efec­to mul­ti­pli­cador que las redes sociales dan actual­mente a las noti­cias para que nos pare­mos a reflex­ionar y nos planteemos estas pre­gun­tas, aunque solo sea por unos días, o por unas sem­anas, que es lo que suele durarnos la con­cien­cia social, más depen­di­ente de imá­genes fres­cas y grandes tit­u­lares que de las frías cifras.

El der­rumbe en Bangladesh de un edi­fi­cio que alber­ga­ba varias fábri­c­as tex­tiles en las que unas 3.000 per­sonas habían sido oblig­adas a seguir tra­ba­jan­do, pese a que la policía había adver­tido un día antes de la exis­ten­cia de gri­etas en las pare­des, ha dado vis­i­bil­i­dad a un prob­le­ma que hunde sus raíces en los cimien­tos mis­mos del sis­tema de división inter­na­cional del tra­ba­jo en el que vivi­mos. Porque, en defin­i­ti­va, esas fábri­c­as, donde los emplea­d­os cumplen ago­ta­do­ras jor­nadas de tra­ba­jo por salarios mis­er­ables, exis­ten solo porque nosotros, con nues­tra deman­da, lo per­miti­mos. El supuesto ros­tro humano con el que, cada vez menos, alivi­amos las durezas del cap­i­tal­is­mo sal­va­je en Occi­dente no es, en muchas partes del plan­e­ta, más que una ilusión.

La ecuación es sen­cil­la y no tiene ningún mis­te­rio. A las empre­sas de ropa (como a tan­tas otras en tan­tos otros sec­tores) les sale mucho más bara­to elab­o­rar sus pro­duc­tos en país­es donde el gas­to que supone pagar a los tra­ba­jadores es mín­i­mo. En Bangladesh, por ejem­p­lo, la paga media de estos emplea­d­os son 38 euros men­su­ales, equiv­a­lentes a un salario mín­i­mo que está entre los más bajos del mun­do. Ello per­mite a las fir­mas bajar los pre­cios en los pun­tos de ven­ta has­ta nive­les que, de ten­er que car­gar con los costes de los salarios, los impuestos y las condi­ciones de seguri­dad lab­o­ral del primer mun­do, no resul­tarían «com­pet­i­tivos».

La fór­mu­la se com­ple­ta con otros dos fac­tores igual­mente impor­tantes: Por un lado, por muy bajos que sean los salarios que las empre­sas de ropa pagan en el ter­cer mun­do, éstos sue­len ser may­ores que la media allí. En con­tex­tos donde además existe un desem­pleo endémi­co, siem­pre habrá per­sonas dis­pues­tas a tra­ba­jar. Por otro lado, los con­sum­i­dores occi­den­tales deman­dan, obvi­a­mente, ropa bara­ta, y son muy pocos los que que, espe­cial­mente en estos tiem­pos de cri­sis, están dis­puestos a pagar más o a mirar la eti­que­ta de una cha­que­ta antes de comprarla.

Al final, las empre­sas salen ganan­do, los con­sum­i­dores del primer mun­do salen ganan­do, y los tra­ba­jadores del ter­cer mun­do salen tam­bién ‘ganan­do’, tenien­do en cuen­ta que no tienen muchas opciones mejores de super­viven­cia. Has­ta que se der­rum­ba un edi­fi­cio, mueren cien­tos de per­sonas y entonces se hace evi­dente que algo no funciona.

Un dilema falso

El prob­le­ma de fon­do es asumir que el úni­co modo de que haya ropa bara­ta es que ésta se pro­duz­ca en condi­ciones indig­nas. En una economía de mer­ca­do todo es rel­a­ti­vo, y la últi­ma pal­abra la tiene siem­pre el con­sum­i­dor, por más que su com­por­tamien­to esté condi­ciona­do por el bom­bardeo de la pub­li­ci­dad, las posi­bil­i­dades que dan los sis­temas de crédi­to o la caduci­dad pro­gra­ma­da de los bienes que adquiere. Bas­taría, en prin­ci­pio, con no com­prar ropa prove­niente de país­es donde sabe­mos que las condi­ciones de tra­ba­jo son inhu­manas, más propias del siglo XIX que del XXI. Sin embar­go, la úni­ca alter­na­ti­va parece ser com­prar ropa más cara, y eso no resul­ta sen­cil­lo para tan­tas famil­ias (cada vez más) a las que les cues­ta un mun­do no ya lle­gar a fin de mes, sino lle­gar inclu­so a la sem­ana siguiente.

Una respues­ta a este teóri­co dile­ma es ser con­scientes de que el con­sum­i­dor tiene voz además de dinero. Como expli­ca Ellen Rup­pel Shell, auto­ra del libro Cheap: The High Cost of Dis­count Cul­ture (Bara­to: El alto cos­to de la cul­tura del des­cuen­to), pub­li­ca­do en 2009, «la for­ma más fácil que tienen las empre­sas de ropa de min­i­mizar sus cos­tos de pro­duc­ción es reducir los costes lab­o­rales, pero si los con­sum­i­dores protes­tan y exi­gen con la fuerza sufi­ciente, las empre­sas acabarán pagan­do mejores salarios y mejo­ran­do las condi­ciones de tra­ba­jo». En un mun­do tan inter­conec­ta­do y expuesto como el actu­al, las empre­sas cuidan al máx­i­mo su ima­gen y el daño pro­duci­do por una cam­paña neg­a­ti­va puede ser muy importante.

Tal vez bas­taría con empezar hacien­do pre­gun­tas. Muchas pági­nas web de empre­sas de ropa tienen aparta­dos sobre sosteni­bil­i­dad y sobre sus com­pro­misos con el tra­ba­jo dig­no, en las que ase­gu­ran que inspec­cio­nan reg­u­lar­mente sus fábri­c­as. Pero no sue­len decir, por ejem­p­lo, qué es lo que encuen­tran en esas inspec­ciones, o qué hacen al respecto.

La otra solu­ción, la más efec­ti­va, es, no obstante, más com­pli­ca­da, porque reside en la parte de las com­pañías: ¿Se lle­van sus fábri­c­as al ter­cer mun­do para abaratar costes o lo hacen para aumen­tar más aún sus ben­efi­cios? Kevin Thomas, direc­tor de la ONG Red de Sol­i­dari­dad de las Maquilado­ras, lo tiene claro: «Cuan­do una empre­sa real­iza mejo­ras en sus condi­ciones lab­o­rales, o inclu­so en sus salarios, el coste real en el pro­duc­to final es de ape­nas unos cen­tavos, no es algo que pue­da pre­ocu­par a los con­sum­i­dores. Lo úni­co que hace fal­ta es que las com­pañías renun­cien a parte de sus enormes ganan­cias y se ase­guren de que están hacien­do las cosas bien», indi­ca en una reciente entre­vista al diario cana­di­ense The Globe And Mail.

Según el sindi­ca­to inter­na­cional europeo Indus­tri­ALL, el coste lab­o­ral de una camise­ta fab­ri­ca­da en Bangladesh que se vende a 20 euros es de 1,5 céntimos.

Estas son, en pre­gun­tas y respues­tas, algu­nas de las prin­ci­pales claves del nego­cio de la ropa bara­ta y del acci­dente que lo ha puesto, como pocas veces antes, al descubierto.

¿Qué ha ocurrido en Bangladesh?

El pasa­do 24 de abril se der­rum­bó en Bangladesh el edi­fi­cio Rana Plaza, un inmue­ble ded­i­ca­do a la pro­duc­ción tex­til, situ­a­do en un par­que indus­tri­al (Zona de Proce­samien­to de Exporta­ciones, o EPZ, por sus siglas en inglés) de Savar, una local­i­dad cer­cana a Dac­ca, la cap­i­tal del país. En el momen­to del colap­so tra­ba­ja­ban en el edi­fi­cio cer­ca de 3.000 per­sonas, que habían sido oblig­adas a acud­ir a sus puestos, a pesar de que las autori­dades habían adver­tido el día ante­ri­or de la exis­ten­cia de gri­etas en las pare­des. Has­ta este domin­go habían sido rescatadas con vida 2.437. El número de muer­tos, que crece con­stan­te­mente según van avan­zan­do las tar­eas de desescom­bro, era ya de 610. La trage­dia, la may­or catástrofe indus­tri­al de la his­to­ria de Bangladesh, ha con­mo­ciona­do al país.

¿Por qué se derrumbó el edificio?

El ori­gen del der­rumbe parece hal­larse en cua­tro gen­er­adores situ­a­dos en el techo del inmue­ble y en la maquinar­ia indus­tri­al. Según explicó el fun­cionario del Min­is­te­rio del Inte­ri­or de Bangladesh que dirige la inves­ti­gación, el peso y las vibra­ciones de los gen­er­adores de elec­t­ri­ci­dad crearon una gran pre­sión sobre la estruc­tura del edi­fi­cio, ya de por sí en mal esta­do y debil­i­ta­da por el uso pro­lon­ga­do de maquinar­ia pesa­da, que acabó cedi­en­do. El edi­fi­cio, además, tenía nueve plan­tas pese a con­tar con per­miso solo para cin­co, esta­ba dis­eña­do para un uso com­er­cial, y no indus­tri­al, y con­stru­i­do con mate­ri­ales de «muy poca calidad».

Como recuer­da la ONG Oxfam, el prob­le­ma es la exis­ten­cia de un sis­tema que per­mite que miles de tra­ba­jadores arries­guen a diario sus vidas en edi­fi­cios inse­guros, durante largas horas y a menudo en condi­ciones ter­ri­bles y con salarios mis­er­ables. Pero, en este caso, la cul­pa hay que bus­car­la, tam­bién, más allá de la indus­tria de la con­fec­ción: «En Dac­ca pro­lif­era la con­struc­ción de edi­fi­cios altos, y el 90% de estos inmue­bles, según admite el pro­pio primer min­istro, no se con­struye respetan­do las nor­mas locales, y muchos menos las nor­mas inter­na­cionales, a pesar de que Bangladesh es un país de alto ries­go sís­mi­co», indi­ca la ONG.

¿Ha habido alguna detención?

Las autori­dades han detenido al dueño del inmue­ble ‑vin­cu­la­do al par­tido gob­er­nante en Bangladesh‑, a var­ios propi­etar­ios de talleres tex­tiles y a inge­nieros munic­i­pales. Un empre­sario español, David May­or, está bajo orden de búsque­da y cap­tura.

¿Qué empresas tenían talleres en el inmueble?

Las com­pañías multi­na­cionales Pri­mark, El Corte Inglés, Bon Marché y Joe Fresh han con­fir­ma­do que pro­ducían en algu­na de las empre­sas locales impli­cadas en el sinie­stro. Otras, como Man­go, habían hecho pedi­dos de prue­ba en los talleres.

¿Cómo han reaccionado tras la catástrofe?

La com­pañía cana­di­ense Loblaw, una de las may­ores cade­nas de super­me­r­ca­dos de Canadá, ase­guró que com­pen­sará a las famil­ias de las víc­ti­mas que tra­ba­ja­ban para uno de sus provee­dores en el edi­fi­cio que se der­rum­bó. Una de las empre­sas de Loblaw, la mar­ca de ropa Joe Fresh, pro­ducía pro­duc­tos en uno de los talleres situ­a­dos en el inmue­ble. Además, la cade­na irlan­desa de ropa Pri­mark anun­ció tam­bién que ind­em­nizará económi­ca­mente y prestará ayu­da ali­men­ta­ria de emer­gen­cia a las víc­ti­mas del derrumbe.

En España, El Corte Inglés ha anun­ci­a­do un plan de ayu­das para com­pen­sar a las víc­ti­mas y los famil­iares de los fal­l­e­ci­dos, que se canalizará a través de ONG locales. La empre­sa indicó asimis­mo que está desar­rol­lan­do un proyec­to de coor­di­nación inter­na­cional con otras empre­sas para dar soporte a largo pla­zo a las víc­ti­mas, y afir­mó que ha ini­ci­a­do las inda­ga­ciones opor­tu­nas, «deter­mi­nan­do que hubo relación com­er­cial con una de las cua­tro fábri­c­as afec­tadas, donde se había pro­duci­do un número reduci­do de prendas».

Por su parte, Man­go pub­licó una nota en su pági­na de Face­book en la que pun­tu­al­iza que la empre­sa Phan­tom, una de las propi­etarias de las fábri­c­as tex­tiles ubi­cadas en el edi­fi­cio Rana Plaza, no es provee­do­ra de la fir­ma, y apun­ta que tenía pre­vis­to realizar unas mues­tras para difer­entes líneas de la com­pañía que todavía no se habían iniciado.

¿Cómo han reaccionado en Bangladesh?

Cien­tos de tra­ba­jadores bangladeshíes se man­i­fes­taron este viernes en protes­ta por las cir­cun­stan­cias que hicieron posi­ble la trage­dia, y tam­bién para exi­gir la pena de muerte para los propi­etar­ios de los talleres y del edi­fi­cio. La man­i­festación acabó de for­ma vio­len­ta, al pro­ducirse enfrentamien­tos entre los man­i­fes­tantes y la policía.

Por otra parte, el Gob­ier­no de Bangladesh pidió este sába­do a la Unión Euro­pea que no san­cione a su indus­tria tex­til. La UE, que da tra­to pref­er­en­cial a Bangladesh en este sec­tor, había ame­naza­do con tomar medi­das de cas­ti­go para obligar al Gob­ier­no a que mejore la seguri­dad de los tra­ba­jadores. «Si la UE o cualquier otro com­prador endurece la reg­u­lación del com­er­cio con Bangladesh, la economía del país se verá afec­ta­da y mil­lones de tra­ba­jadores perderán su empleo», declaró el prin­ci­pal fun­cionario civ­il del Min­is­te­rio de Com­er­cio de Bangladesh, Mah­bub Ahmed.

La Orga­ni­zación Inter­na­cional del Tra­ba­jo (OIT) enviará una del­e­gación a Bangladesh para analizar sobre el ter­reno lo ocur­ri­do y recla­mar una acción «urgente» a las autori­dades locales.

¿Cómo es la industria textil en Bangladesh?

El sec­tor tex­til supone el 78% de las exporta­ciones del país (unos 20.000 mil­lones de euros), y rep­re­sen­ta el 17% de todo su Pro­duc­to Inte­ri­or Bru­to (PIB). La indus­tria tex­til da tra­ba­jo a tres mil­lones de per­sonas, la may­oría de ellas, mujeres. Los prin­ci­pales recep­tores de la ropa que se con­fec­ciona en las fábri­c­as bangladeshíes son Europa y Esta­dos Unidos.

Bangladesh no ha fir­ma­do las prin­ci­pales con­ven­ciones de la OIT. Según cifras de este organ­is­mo, en 2011 el país con­ta­ba solo con 93 inspec­tores para casi 25.000 fábri­c­as en todo su ter­ri­to­rio. El coste salar­i­al por hora es, además, el más bajo del mun­do: 0,32 centavos.

Bangladesh es uno de los país­es más pobres del plan­e­ta. Más de un ter­cio de la población vive con menos de un dólar al día, niv­el con­sid­er­a­do el umbral de la pobreza extrema.

¿Cómo funcionan las EPZ?

Las Zonas de Proce­samien­to de Exporta­ciones (EPZ, por sus siglas en inglés) fueron creadas en los años ochen­ta para impul­sar las exporta­ciones, aumen­tar el crec­imien­to económi­co y crear empleo en áreas deprim­i­das. En estas zonas de libre com­er­cio se elim­i­nan algu­nas de bar­reras com­er­ciales como los arance­les y las cuo­tas, y se reducen los trámites buro­cráti­cos con la esper­an­za de atraer nuevos nego­cios e inver­siones extran­jeras. El sis­tema de tra­ba­jo es inten­si­vo, e involu­cra la importación de mate­rias pri­mas o com­po­nentes, y la exportación de pro­duc­tos de fábrica.

La may­oría de las zonas de libre com­er­cio están ubi­cadas en los país­es empo­bre­ci­dos, o en zonas empo­bre­ci­das de país­es en desar­rol­lo, entre ellos, Brasil, Indone­sia, El Sal­vador, Chi­na, Fil­ip­inas, Mala­sia, Pak­istán, Méx­i­co, Cos­ta Rica, Hon­duras, Guatemala, Kenia, Mada­gas­car o el pro­pio Bangladesh.

Jun­to a las fábri­c­as tex­tiles asiáti­cas, las maquilado­ras de Cen­troaméri­ca y, sobre todo, del norte de Méx­i­co (jun­to a la fron­tera con Esta­dos Unidos), son el otro gran ejem­p­lo de este tipo de producción.

¿Qué otras tragedias recientes ha habido?

Un reciente informe elab­o­ra­do en el mar­co de la cam­paña Ropa Limpia, en la que orga­ni­za­ciones no guber­na­men­tales y sindi­catos inves­ti­gan y denun­cian la situación de los tra­ba­jadores tex­tiles en todo el mun­do, indi­ca que entre 2006 y 2009 murieron al menos 414 tra­ba­jadores de este sec­tor en al menos 213 incen­dios ocur­ri­dos en fábri­c­as de Bangladesh. Des­de 2009, infor­ma eldiario.es, al menos otros 165 han muer­to en cua­tro incen­dios de grandes fábri­c­as que pro­ducían para mar­cas internacionales.

En noviem­bre del año pasa­do, al menos 120 per­sonas murieron y otras 100 resul­taron heri­das en un incen­dio reg­istra­do en una fábri­ca tex­til cer­cana tam­bién a Dac­ca. El fuego se declaró en una fábri­ca de ocho plan­tas de la empre­sa Tazreen Fash­ion, situ­a­do asimis­mo en una EPZ. La trage­dia más grave ante­ri­or a ésta se pro­du­jo en febrero de 2006, cuan­do otro incen­dio, esta vez en la fábri­ca tex­til KTS, situ­a­da en las afueras de Chit­tagong, en el sureste del país, causó al menos 50 muertos.

En febrero de 2010 otro incen­dio en la fábri­ca de ropa Garib y Garib, en Gazipur (tam­bién en Bangladesh), dejó 21 muer­tos y más de 50 heri­dos, y en diciem­bre de ese mis­mo año otro incen­dio en una fábri­ca tex­til del grupo Ha Meen, a las afueras de Dac­ca, causó al menos 22 muer­tos y un cen­te­nar de heridos.

Bangladesh no es, en cualquier caso, el úni­co país que ha sufri­do estos acci­dentes. En sep­tiem­bre de 2012 un incen­dio en unos talleres de con­fec­ción tex­til, declar­a­do en la segun­da plan­ta de un edi­fi­cio en la local­i­dad de Yegórievsk, en la región de Moscú (Rusia), causó la muerte de catorce inmi­grantes viet­na­mi­tas. Ese mis­mo mes, un incen­dio provo­ca­do por un cor­to­cir­cuito en un gen­er­ador eléc­tri­co arrasó una fábri­ca de mate­r­i­al tex­til en Karachi (Pak­istán), en la sede de Ali Enter­prise, y causó al menos 280 muer­tos en el peor sinie­stro indus­tri­al de la his­to­ria de Pak­istán. Y tres meses después fal­l­ecieron catorce mujeres en un incen­dio, al pare­cer provo­ca­do, declar­a­do en una fábri­ca de lencería de la ciu­dad chi­na de Shantou.

El 26 de enero de 2013, un incen­dio en la fábri­ca tex­til de Dac­ca Smart Export Gar­ments, tam­bién en Dac­ca, oca­sionó la muerte de siete empleadas locales. En esta empre­sa, que no esta­ba reg­istra­da en la Aso­ciación de Man­u­fac­tureros y Expor­ta­dores de Artícu­los de Pun­to de Bangladesh, y no esta­ba autor­iza­da a tra­ba­jar para Indi­tex, aparecieron eti­que­tas de sus mar­cas de ropa Bersh­ka y Left­ies. Por ello, el grupo español rompió sus rela­ciones mer­can­tiles con el provee­dor español Won­nover Bangladesh y su sub­con­tratista Centex.

¿Qué es la Responsabilidad Social Corporativa?

La lla­ma­da RSC es el con­cep­to que resume los com­pro­misos éti­cos y sociales que deci­den adop­tar las empre­sas. El proyec­to que rep­re­sen­ta el lla­ma­do Obser­va­to­rio de Respon­s­abil­i­dad Social Cor­po­ra­ti­va define sus prin­ci­p­ios como «una for­ma de con­ducir los nego­cios de las empre­sas que se car­ac­ter­i­za por ten­er en cuen­ta los impactos que todos los aspec­tos de sus activi­dades gen­er­an sobre sus clientes, emplea­d­os, accionistas, comu­nidades locales, medio ambi­ente y sobre la sociedad en gen­er­al. Ello impli­ca el cumplim­ien­to oblig­a­to­rio de la leg­is­lación nacional e inter­na­cional en el  ámbito social, lab­o­ral, medioam­bi­en­tal y de  dere­chos humanos, así como cualquier otra acción vol­un­taria que la empre­sa quiera empren­der para mejo­rar la cal­i­dad de vida de sus emplea­d­os, las comu­nidades en las que opera y de la sociedad en su conjunto».

Según infor­ma El País, las grandes empre­sas españo­las de la con­fec­ción, Indi­tex y Man­go, sostienen que solo tra­ba­jan con pla­zos y volúmenes razon­ables, y que está «tajan­te­mente pro­hibido» que sus provee­dores sub­con­trat­en sin per­miso. Pero tam­bién es cier­to, añade el diario, que los fab­ri­cantes, ago­b­i­a­dos por los pla­zos, «sub­con­tratan con tal de cumplir con el pedi­do, como ha queda­do al des­cu­bier­to en varias tragedias».

¿Sirve de algo?

Los exper­tos desta­can que la situación ha mejo­ra­do en los últi­mos años, pero tam­bién que aún que­da mucho por hac­er. El men­ciona­do informe de la cam­paña Ropa Limpia indi­ca, en este sen­ti­do, que aunque muchas empre­sas real­izan audi­torías y pre­sen­tan cer­ti­fi­ca­dos, la infor­ma­ción que pro­por­cio­nan sobre el niv­el de cumplim­ien­to de las recomen­da­ciones de seguri­dad y san­i­tarias en sus fábri­c­as, no es fiable. Además, las ONG, los sindi­catos o las aso­cia­ciones de mujeres, no son siem­pre escucha­dos en esas audi­torías. Y en muchas oca­siones, denun­cia el informe, los jefes de las fábri­c­as pre­sio­n­an a los tra­ba­jadores antes de que sean entre­vis­ta­dos por los audi­tores para que den infor­ma­ción falsa.

En declara­ciones real­izadas a eldiario.es, Eva Kreisler, una de las respon­s­ables de la cam­paña Ropa Limpia, indi­ca que «es una indus­tria muy opaca, en muchos casos es imposi­ble saber cuál es su vol­u­men de pro­duc­ción en el país. Hace fal­ta hac­er públi­cas las lis­tas com­ple­tas de provee­dores y el resul­ta­do de las audi­torías sociales. Si, por ejem­p­lo, dicen que hacen audi­torías sociales, pero no revisan los edi­fi­cios, ¿cómo pueden situ­ar allí su pro­duc­ción sin saber si es un lugar seguro?».

¿Qué empresas están mejorando?

Nueve orga­ni­za­ciones de con­sum­i­dores euro­peas, entre las que se incluye la españo­la Orga­ni­zación de Con­sum­i­dores y Usuar­ios (OCU), han recopi­la­do una gran can­ti­dad de infor­ma­ción proce­dente de las propias empre­sas tex­tiles y de fuentes inde­pen­di­entes, como ONG e insti­tu­tos de inves­ti­gación, con el obje­ti­vo de val­o­rar el niv­el de respon­s­abil­i­dad social de algu­nas de las cade­nas de ven­ta de ropa más cono­ci­das de Europa.

Según indi­ca la OCU, la prác­ti­ca de sub­con­tratar la pro­duc­ción en país­es en desar­rol­lo está gen­er­al­iza­da en todas las empre­sas, «pero mien­tras que algu­nas han desar­rol­la­do códi­gos de bue­na con­duc­ta para sus provee­dores y se ocu­pan de que se pon­gan en prác­ti­ca, otras se desen­tien­den de lo que ocurre en sus cade­nas de pro­duc­ción, tan­to des­de el pun­to de vista social como medioambiental».

Los resul­ta­dos de este estu­dio, pub­li­ca­do por primera vez en 2007, indi­can que cade­nas como la sue­ca H&M, o la españo­la Man­go «mues­tran una may­or pre­ocu­pación por estas cues­tiones y están empezan­do a dispon­er los medios para mejo­rar, aunque siguen sin ten­er un buen con­trol de sus provee­dores y de obje­tivos medioam­bi­en­tales cuan­tifi­ca­dos». Adol­fo Domínguez, Spring­field, Zara y C&A «han hecho pro­gre­sos, pero aún podrían mejo­rar», mien­tas que Benet­ton, Celio y Pro­mod, afir­ma la OCU, «no están toman­do ape­nas ningu­na medi­da para garan­ti­zar que su ropa se ha fab­ri­ca­do de for­ma responsable».

¿Qué pasa con las leyes del país?

En Bangladesh los mecan­is­mos de inspec­ción para garan­ti­zar la seguri­dad en el lugar de tra­ba­jo son suma­mente defi­cientes. Según denun­cia Human Rights Watch, el Depar­ta­men­to de Inspec­ción del Min­is­te­rio de Tra­ba­jo, encar­ga­do de super­vis­ar que los empleadores cum­plan con la Ley de Tra­ba­jo de Bangladesh, pre­sen­ta «una fal­ta de recur­sos cróni­ca». Y cuan­do los pocos inspec­tores disponibles advierten infrac­ciones, las mul­tas que se fijan en vir­tud de esta nor­ma «son insu­fi­cientes para instar a los empre­sar­ios a cumplir las reglamenta­ciones». Si bien la ley pre­vé penas de prisión para quienes vul­neren las nor­mas sobre salud y seguri­dad lab­o­ral, en gen­er­al las infrac­ciones solo dan lugar a la apli­cación de mul­tas de aprox­i­mada­mente 13 dólares (cer­ca de 10 euros) por caso.

En junio de 2012, fun­cionar­ios del Depar­ta­men­to de Inspec­ción señalaron a Human Rights Watch que con­sid­er­a­ban pri­or­i­tario man­ten­er bue­nas rela­ciones con los ger­entes de las fábri­c­as, lo cual, según esta orga­ni­zación, impli­ca que es habit­u­al que se avise a los talleres antic­i­pada­mente cuan­do está pre­vis­to realizar una inspec­ción. Un sub­jefe de inspec­tores explicó al respec­to: «Inten­ta­mos siem­pre man­ten­er bue­nas rela­ciones con el sec­tor geren­cial. Nor­mal­mente les avisamos antes [sobre una inspec­ción]. A veces les envi­amos una car­ta, y en otras oca­siones nos comu­ni­camos tele­fóni­ca­mente si ten­emos el número».

«El 50% de las fábri­c­as están fun­cio­nan­do con parámet­ros que no son seguros», declaró la BBC Main­ud­din Khond­ker, un fun­cionario del Gob­ier­no de Bangladesh que encabezó un grupo espe­cial de inspec­ción de fábri­c­as de ropa. Khond­ker admite que todavía no se ha san­ciona­do a ningu­na fábri­ca por vio­lar reglas de seguri­dad o las nor­mas de los edi­fi­cios. «El Gob­ier­no dijo hace dos años que tomaría medi­das para mejo­rar la seguri­dad en las fábri­c­as, pero nun­ca cumple sus prome­sas», denun­cia por su parte Scott Nova, direc­tor ejec­u­ti­vo del grupo por la defen­sa de los tra­ba­jadores con sede en Wash­ing­ton, Work­er Rights Con­sor­tium.

¿Deberían irse las empresas de estos países?

Tras las recientes trage­dias ocur­ri­das en la indus­tria tex­til de Bangladesh, varias empre­sas han anun­ci­a­do que cer­rarán sus fábri­c­as en el país. Entre ellas, Walt Dis­ney, la com­pañía con may­or vol­u­men de ven­tas a través de licen­cias del mun­do (aunque solo el 1% del total están en Bangladesh), que, según infor­mó The New York Times, anun­ció su sal­i­da a prin­ci­p­ios del pasa­do mes de mar­zo, tan­to de Bangladesh como de Pak­istán. El anun­cio de Dis­ney lle­ga­ba dos días después de que direc­tivos de dos doce­nas de empre­sas de ropa de ven­ta al por­menor, incluyen­do Wal­mart, Gap, Car­refour y Li & Fung, se reuniesen cer­ca de Frank­furt con rep­re­sen­tantes del Gob­ier­no alemán y de varias ONG para tratar de nego­ciar un plan úni­co de seguri­dad aplic­a­ble a las fábri­c­as de Bangladesh.

Sin embar­go, las ONG que tra­ba­jan sobre el ter­reno en el país asiáti­co no creen que la sal­i­da de las empre­sas occi­den­tales (o el boicot a los pro­duc­tos elab­o­ra­dos en estas fab­ri­c­as) sea la mejor opción. Lo deseable, argu­men­tan, es que se que­den, que ofrez­can empleos y salarios dig­nos, y que pre­sio­nen al Gob­ier­no para que las leyes locales se cumplan.

¿Hay alguna propuesta concreta?

Sí. Tras con­statar que «el colap­so del edi­fi­cio Rana Plaza desta­ca una vez más el fra­ca­so de los pro­gra­mas de audi­toría social de las empre­sas», Ineke Zelden­rust, de la cam­paña Ropa Limpia, indi­ca que «las mar­cas ya no pueden jus­ti­ficar la demo­ra en la fir­ma del lla­ma­do Bangladesh Fire and Build­ing Safe­ty Agree­ment» (acuer­do para la seguri­dad ante los incen­dios y en los edi­fi­cios de  Bangladesh).

Este pro­gra­ma, elab­o­ra­do por sindi­catos de Bangladesh y sindi­catos mundi­ales y orga­ni­za­ciones de dere­chos lab­o­rales, exige que se real­i­cen inspec­ciones inde­pen­di­entes en las fábri­c­as provee­do­ras, infor­ma­ción públi­ca y trans­par­ente, capac­itación y ensayos en caso de acci­dentes como incen­dios o der­rumbes, y que las repara­ciones y ren­o­va­ciones de licen­cias sean obligatorias.

El plan incluye tam­bién may­or poder para los sindi­catos, tan­to en la super­visión y como eje­cu­ción del acuer­do, inclu­i­da la creación de comités de seguri­dad com­puestos por per­sonas tra­ba­jado­ras. Tam­bién se tiene en cuen­ta la necesi­dad de con­tratos de provee­dores con una bue­na finan­ciación y que fijen unos pre­cios jus­tos, y un con­tra­to vin­cu­lante para que se cum­plan estos compromisos.

«Los tra­ba­jadores nece­si­tan una solu­ción estruc­tur­al, no una solu­ción ráp­i­da. Esta fal­ta de una acción inmedi­a­ta y con­tun­dente para afrontar este tipo de prob­le­mas equiv­ale a una neg­li­gen­cia crim­i­nal», añade Zeldenrust.

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