Esclavos del siglo XXI

Miguel Máiquez, 30/11/2012

Hyder­abad, India. Una niña descalza y sin ningún tipo de pro­tec­ción amon­tona blo­ques de arcil­la en lo que parece una mar inter­minable de ladril­los. Los dueños de la fábri­ca la han reclu­ta­do, como a otros muchos niños, entre famil­ias humildes a las que un día prestaron dinero para asis­ten­cia médi­ca, para un funer­al, para recon­stru­ir una casa, para cel­e­brar una boda, para poder seguir comien­do. Los intere­ses de los prés­ta­mos per­pet­u­aron la deu­da, que acabó pasan­do de padres a hijos. La niña la está pagan­do. Es una esclava.

Cada 2 de diciem­bre, la ONU cel­e­bra el Día Inter­na­cional para la Abol­i­ción de la Esclav­i­tud. Y fue tam­bién un mes de diciem­bre, hace aho­ra 64 años, cuan­do las propias Naciones Unidas apro­baron solem­ne­mente la Declaración Uni­ver­sal de los Dere­chos Humanos, cuyo artícu­lo 4 deja bien claro que «nadie estará someti­do a esclav­i­tud ni a servidum­bre», y que «la esclav­i­tud y la tra­ta de esclavos están pro­hibidas en todas sus for­mas». A la vista de la real­i­dad, sin embar­go, el tex­to parece más un deseo que un manda­to: actual­mente hay más per­sonas en situación de esclav­i­tud en el mun­do que en cualquier otra época de la his­to­ria de la humanidad, incluyen­do los más de tres sig­los en los que el com­er­cio transatlán­ti­co de esclavos africanos fue uno de los prin­ci­pales motores de la economía mundial.

La clan­des­tinidad del fenó­meno hace imposi­ble mane­jar cifras exac­tas, pero las aprox­i­ma­ciones que ofre­cen gob­ier­nos, insti­tu­ciones y ONG rev­e­lan la dimen­sión de un prob­le­ma que no solo sigue existien­do en pleno siglo XXI, sino que no ha deja­do de cre­cer. Uno de los informes recientes más exhaus­tivos, elab­o­ra­do por el Depar­ta­men­to de Esta­do de EE UU y pub­li­ca­do este mis­mo año, sitúa el número actu­al de esclavos en 27 mil­lones. Pero la cifra real, sin embar­go, podría ser mucho may­or, según mantienen orga­ni­za­ciones inter­na­cionales y reli­giosas que tra­ba­jan con cri­te­rios menos estric­tos. La Con­fed­eración Españo­la de Reli­giosos, por ejem­p­lo, denun­cia­ba el pasa­do mes de abril que unos 400 mil­lones de niños viv­en en situación de esclav­i­tud en el mun­do. Muchos de ellos, como la niña de Hyder­abad, tra­ba­jan en lo que se conoce como servidum­bre por deu­das, un tipo de esclav­i­tud no inclu­i­do en el informe del gob­ier­no estadounidense.

La heri­da, además, es plan­e­taria. A pesar de que la esclav­i­tud está legal­mente pro­hibi­da en todo el mun­do, hay esclavos en todos los país­es y ter­ri­to­rios, con una sola excep­ción: Groen­lan­dia, que tiene poco más de 15.000 habi­tantes. Cada año, entre 600.000 y 820.000 per­sonas son víc­ti­mas del trá­fi­co de seres humanos a través de fron­teras inter­na­cionales. El 70% son mujeres; el 50%, niñas. En Brasil hay esclavos pro­ducien­do el car­bón que se uti­liza en la fab­ri­cación de acero para automóviles; en Bir­ma­nia, las planta­ciones de azú­car están llenas de niños esclavos; en Níger, muchas mujeres (y niñas) son com­pradas y ven­di­das como esposas «no ofi­ciales», sin ninguno de los dere­chos que la ley reconoce a las mujeres casadas; en Ghana, traf­i­cantes intro­ducen en el país esclavos com­pra­dos en otros esta­dos para tra­ba­jar en cul­tivos de cacao; en Nue­va Del­hi, muchas tien­das de bisutería se nutren del tra­ba­jo que real­izan sin des­can­so, a menudo en el mis­mo edi­fi­cio, niños y ado­les­centes de entre 10 y 20 años; en la Repúbli­ca Democráti­ca del Con­go, miles de niños son esclav­iza­dos y explota­dos en la extrac­ción de la casi­teri­ta y el coltán con los que luego se fab­ri­can nue­stros orde­nadores y nue­stros telé­fonos móviles…

La lista es inter­minable y no se limi­ta al lla­ma­do ter­cer mun­do. Tam­poco es un prob­le­ma cul­tur­al. La esclav­i­tud existe en los país­es ricos y en todas las cul­turas. En Occi­dente, España inclu­i­da, cien­tos de miles de mujeres son forzadas cada día a tra­ba­jar como esclavas sex­u­ales, víc­ti­mas de la tra­ta de per­sonas y de las redes de pros­ti­tu­ción. No hace fal­ta ir muy lejos para encon­trar ejem­p­los: En noviem­bre, la Policía Nacional desar­tic­uló una orga­ni­zación crim­i­nal que, des­de el año 2005, había traslada­do a unas 8.000 mujeres rusas para su explotación sex­u­al en España, con el pre­tex­to de fal­sas ofer­tas de trabajo.

Y, sin embar­go, la mis­ma pal­abra «esclav­i­tud» sigue evo­can­do en la sociedad imá­genes de otro tiem­po, de una lacra super­a­da. Se pien­sa en un escla­vo como en algo extraño, anecdóti­co, y, en cualquier caso, com­ple­ta­mente ajeno. «La sociedad percibe la esclav­i­tud como un prob­le­ma resuel­to», expli­ca a ‘el men­su­al’ Kar­lee Sapoznik, pres­i­den­ta y cofun­dado­ra de la orga­ni­zación Alliance Against Mod­ern Slav­ery (alian­za con­tra la esclav­i­tud mod­er­na): «Uno pien­sa: ‘Yo no ten­go ningún escla­vo y, por supuesto, estoy con­tra la esclav­i­tud, así que no soy respon­s­able’, pero lo cier­to es que esta­mos todos impli­ca­dos, porque con­sum­i­mos a diario cien­tos de pro­duc­tos pro­duci­dos por esclavos, des­de un orde­nador portátil has­ta una table­ta de chocolate».

La may­or parte de los exper­tos con­sid­era que para que pue­da hablarse de esclav­i­tud tienen que darse tres condi­ciones bási­cas: Ser forza­do a tra­ba­jar sin recibir un salario, tra­ba­jar bajo el uso de la vio­len­cia direc­ta o de ame­nazas, y no poder escapar. Kevin Bales, fun­dador de la orga­ni­zación británi­ca Free The Slaves (lib­er­ad a los esclavos), describe a un escla­vo como «cualquier per­sona que es trata­da como mer­cancía, en lugar de como un ser humano con necesi­dades, sen­timien­tos y derechos».

No todas las per­sonas que tra­ba­jan en condi­ciones pre­carias son, sin embar­go, esclavos. En este sen­ti­do, Fran­cis­co Rico, abo­ga­do espe­cial­ista en refu­gia­dos y dere­chos humanos, expli­ca que la ter­mi­nología es impor­tante: «Yo pre­fiero hablar de tra­ta de per­sonas, y no por minus­val­o­rar el prob­le­ma, sino por una cuestión prác­ti­ca. No me impor­ta que se aproveche la fuerza del tér­mi­no ‘escla­vo’ para crear con­cien­cia, pero a veces es más efec­ti­vo, ante un juez, uti­lizar tér­mi­nos que están mejor reg­u­la­dos en las leyes. Es más difí­cil que pros­pere una denun­cia por esclav­i­tud que una denun­cia por tra­ta de per­sonas. Y lo impor­tante es que en la tra­ta ya están inclu­i­dos muchos de los ele­men­tos que definen la esclav­i­tud, es decir, explotación, servidum­bre, mal­tra­to, abu­so y opresión».

La esclav­i­tud con­tem­poránea tiene muchas caras. Un informe respal­da­do por la Unesco enu­mera siete: La esclav­i­tud domés­ti­ca, la esclav­i­tud por deu­das, los con­tratos esclav­is­tas, el tra­ba­jo for­zoso para el Esta­do, la pros­ti­tu­ción forza­da, los mat­ri­mo­nios for­zosos y la esclav­i­tud en tiem­pos de guer­ra. «Las for­mas de esclav­i­tud son muchas, pero las víc­ti­mas son siem­pre los más vul­ner­a­bles, los dis­crim­i­na­dos, las niñas, los pobres… Y caer en la esclav­i­tud es más fácil cuan­do no tienes que com­er o nece­si­tas una med­i­c­i­na», señala Sapoznik. «El caso de las mujeres esclavas en Occi­dente, por ejem­p­lo, nos toca de cer­ca, y no solo esta­mos hablan­do de pros­ti­tu­ción sino tam­bién de niñeras o empleadas domés­ti­cas, muchas de ellas inmi­grantes, que tra­ba­jan en condi­ciones de autén­ti­ca esclav­i­tud, porque de ello depende que puedan seguir en el país».

La exclusión social no es, sin embar­go, una garan­tía de inmu­nidad. Jas­mine (pre­fiere no dar su apel­li­do) no pertenecía a ninguno de estos gru­pos teóri­ca­mente vul­ner­a­bles: «Yo iba a la uni­ver­si­dad, no pro­cedía de la calle, tenía una famil­ia que me quería y que me había edu­ca­do en val­ores muy firmes… Pens­a­ba que algo así no podría pasarme», expli­ca: «Tenía 18 años». Aho­ra, Jas­mine se refiere a sí mis­ma como una super­viviente del trá­fi­co de seres humanos, y se recu­pera en Toron­to, Canadá, donde vive, de una pesadil­la que la mar­có para siempre.

«Todo cam­bió cuan­do empecé a obse­sion­arme con las cosas mate­ri­ales, con el lujo. Quería joyas de Tiffany, un Mer­cedes, un Rolex..», cuen­ta Jas­mine. «Empecé a tra­ba­jar como camar­era en un club para poder pagar mis capri­chos, luego como streaper, solo los fi
nes de sem­ana… Has­ta que conocí al que iba a ser mi ‘chu­lo’. Era un hom­bre encan­ta­dor, rodea­do de todo el lujo al que yo aspira­ba. Durante seis meses pare­ció un sueño. Me daba todo lo que quería y yo podía lle­gar a ganar has­ta 10.000 dólares [unos 7.800 euros] por noche. Pero después empezaron los golpes, la nar­iz rota, lesiones en todo el cuer­po, san­gre, que­maduras. Y cada vez peor. Esta­ba atra­pa­da, forza­da a pros­ti­tuirme, esclav­iza­da. Pens­a­ba que tal vez si le daba más dinero dejaría de pegarme. Me sen­tía demasi­a­do ater­ror­iza­da como para escapar, pedir aux­ilio. Has­ta que nació mi hija y entonces supe que tenía que salir de allí como fuera. Me puse en con­tac­to con un grupo de ayu­da y acudí a la policía». Jas­mine tra­ba­ja aho­ra acti­va­mente con esta orga­ni­zación, Sextrade101, tratan­do de pre­venir casos como el suyo y ayu­dan­do a otras víc­ti­mas a través de su testimonio.

Según datos ofi­ciales cita­dos por el men­ciona­do informe del Depar­ta­men­to de Esta­do de EE UU, aprox­i­mada­mente un 20% de las mujeres que prac­ti­can la pros­ti­tu­ción en España lo hacen de for­ma forza­da, víc­ti­mas de orga­ni­za­ciones crim­i­nales. Pero las for­mas de explotación definibles como esclav­i­tud exis­tentes en nue­stro país no se lim­i­tan al trá­fi­co sex­u­al. El informe desta­ca que muchos de los inmi­grantes sin pape­les que tra­ba­jan en la agri­cul­tura, en labores de limpieza o en el ser­vi­cio domés­ti­co no reciben salario alguno, o son ame­naza­dos con denun­cias a las autori­dades (es decir, con la deportación) si inten­tan rebe­larse. El estu­dio señala tam­bién que el Gob­ier­no ha dado pasos pos­i­tivos con el endurec­imien­to de penas en el Códi­go Penal, pero añade que aún que­da mucho por hac­er, espe­cial­mente en lo referi­do a los inmigrantes.

«¿Cuán­to dirías que cues­ta com­prar un escla­vo actual­mente, de media, en el mun­do?», pre­gun­ta Kar­lee Sapoznik. «Noven­ta dólares. Seten­ta euros». Y añade: «Hay estu­dios que ase­gu­ran que con 10.800 mil­lones de dólares podría acabarse con la esclav­i­tud en 25 años. Parece mucho, pero es lo que gas­tan los esta­dounidens­es en el Día de San Valen­tín». Según un informe de la Comisión Económi­ca para Europa de Naciones Unidas (UNECE), traf­i­cantes de per­sonas y esclav­is­tas ingre­saron en 2004 entre 5.000 mil­lones y 9.000 mil­lones de dólares.

No todo son malas noti­cias. En los últi­mos años ha habido impor­tantes pro­gre­sos en la lucha con­tra la esclav­i­tud, gra­cias, sobre todo, al tra­ba­jo de con­cien­ciación que real­izan orga­ni­za­ciones como Anti-Slav­ery Inter­na­tion­al, Free The Slaves, Stop The Traf­fik o la propia Alliance Against Mod­ern Slav­ery. Algu­nas grandes empre­sas han empeza­do a boicotear pro­duc­tos proce­dentes de la esclav­i­tud, y el Par­la­men­to Europeo, por ejem­p­lo, rec­hazó el año pasa­do un acuer­do com­er­cial con Uzbek­istán que con­ll­ev­a­ba la com­pra de algo­dón pro­duci­do medi­ante tra­ba­jo forza­do. Como ha dicho el sec­re­tario gen­er­al de la ONU, Ban Ki-moon, «para erradicar las for­mas con­tem­poráneas de la esclav­i­tud nece­si­ta­mos nuevas estrate­gias que puedan unir a todos los agentes. Los gob­ier­nos tienen la respon­s­abil­i­dad pri­mor­dial, pero cor­re­sponde al sec­tor pri­va­do desem­peñar una fun­ción integral».

La esclav­i­tud, señala Kevin Bales, podría estar al bor­de de la extin­ción defin­i­ti­va, «pero ten­emos que dar­le el empu­jón final».

Personas con discapacidad vendidas por 60 euros

Uno de los casos más impac­tantes de esclav­i­tud con­tem­poránea sal­ió a la luz en Chi­na en sep­tiem­bre de 2011, cuan­do las autori­dades infor­maron de que habían rescata­do, en la provin­cia de Henan, a 30 tra­ba­jadores con graves dis­capaci­dades men­tales que esta­ban sien­do trata­dos como esclavos en una fábri­ca ile­gal de ladrillos.

Según infor­mó France Press, citan­do fuentes ofi­ciales, las víc­ti­mas recibían pal­izas de for­ma reg­u­lar. Algunos habían esta­do tra­ba­jan­do sin salario durante más de 7 años. Tras ser lib­er­a­dos, las autori­dades comen­zaron a bus­car a sus famil­ias, pero la dis­capaci­dad que sufrían muchos de ellos les impedía iden­ti­fi­carse o dar ref­er­en­cias sobre sus famil­iares. El diario ofi­cial Chi­na Dai­ly indicó que la may­oría habían sido secuestra­dos en sus pueb­los y ven­di­dos después a los dueños de la fábri­ca por entre 300 y 500 yuanes (de 36 a 62 euros).

Fechas clave en la lucha contra la esclavitud

  • 1794. La Fran­cia rev­olu­cionar­ia abole la esclav­i­tud, aunque el decre­to será revo­ca­do años más tarde por Napoleón.
  • 1814. España suscribe una serie de trata­dos con Gran Bre­taña en los que se pro­hibía el com­er­cio de esclavos.
  • 1864. Abra­ham Lin­coln fir­ma la enmien­da 12 a la Con­sti­tu­ción esta­dounidense, en la que se dec­re­ta la abol­i­ción de la esclav­i­tud en toda la Unión.
  • 1926. La Sociedad de Naciones reconoce la necesi­dad de «pre­venir que el tra­ba­jo for­zoso derive en condi­ciones análo­gas a la esclavitud».
  • 1948. El artícu­lo 4 de la Declaración Uni­ver­sal de los Dere­chos Humanos declara: «Nadie estará someti­do a esclav­i­tud ni a servidum­bre. La esclav­i­tud y la tra­ta de esclavos están pro­hibidas en todas sus formas».
  • 1956. La ONU define una serie de prác­ti­cas como sim­i­lares a la esclav­i­tud y leg­is­la con­tra ellas, incluyen­do el tra­ba­jo por deudas.
  • 1981. La Unión Africana declara que «todas las for­mas de explotación y degradación del ser humano, par­tic­u­lar­mente la esclav­i­tud (…), serán prohibidas».
  • 2005. El Con­se­jo de Europa lla­ma a com­bat­ir el trá­fi­co de seres humanos y a garan­ti­zar la igual­dad de género.

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