Una isla de esperanza en El Salvador a través del teatro

Miguel Máiquez, 18/6/2012
Tatiana de la Ossa, direc­to­ra ejec­u­ti­va del proyec­to EsArtes, durante su reciente visi­ta a Toron­to. Foto: Glo­ria Nieto

La idea de César no parece, en prin­ci­pio, nada del otro mun­do: Mon­tar una gran­ja en su pueblo, la local­i­dad de Suchi­to­to, al norte de El Sal­vador, y tratar de atraer a tur­is­tas urbanos para que pasen unos días en con­tac­to con la nat­u­raleza, lev­an­tán­dose al amanecer para salir al cam­po, tra­ba­jan­do con los ani­males, apren­di­en­do a hac­er que­sos orgáni­cos, o inclu­so, para quien lo desee, dur­mien­do en una hamaca, como duerme él mis­mo cada día.

El proyec­to, sin embar­go, es algo más que otra prop­ues­ta de tur­is­mo rur­al, y no solo por el hecho de que por las noches un grupo de jóvenes actores inter­pre­tará para los tur­is­tas his­to­rias de ter­ror en torno a una hoguera. La empre­sa en la que César, un joven de ape­nas 20 años, está dis­puesto a embar­carse es un sop­lo de esper­an­za en una región mar­ca­da por la vio­len­cia y el desem­pleo, y es tam­bién la prue­ba pal­pa­ble de que el arte, y, en con­cre­to, el teatro, puede ser un arma for­mi­da­ble cuan­do se tra­ta de con­quis­tar el futuro.

César es uno de los chicos par­tic­i­pantes en el proyec­to EsArtes, una ini­cia­ti­va de teatro para el desar­rol­lo pues­ta en mar­cha hace ya unos tres años por la ONG cana­di­ense Cuso Inter­na­cional, en colab­o­ración con la aso­ciación local Primer Acto, el Fes­ti­val de Strat­ford (Ontario) y el pro­pio munici­pio de Suchi­to­to. Su prin­ci­pal obje­ti­vo es ofre­cer alter­na­ti­vas de edu­cación y empleo para los jóvenes de la zona.

«La idea es crear una especie de isla verde en la región», expli­ca Tatiana de la Ossa, direc­to­ra ejec­u­ti­va del proyec­to, «encen­der un foco des­de el que poder expandir una nue­va cul­tura de paz a toda la zona, al tiem­po que se va generan­do desar­rol­lo económi­co en la comu­nidad y se con­struyen alter­na­ti­vas para los jóvenes, tan­to lab­o­rales como en lo ref­er­ente a su tiem­po libre».

Para empezar, en EsArtes los jóvenes no solo apren­den teatro y mon­tan sus propias obras; tam­bién se for­man y, aprovechan­do todo lo que rodea a un mon­ta­je teatral (pro­duc­ción artís­ti­ca, escenografía, ves­tu­ario, util­ería, luces y sonido, elec­t­ri­ci­dad, carpin­tería), apren­den un ofi­cio y adquieren la con­fi­an­za sufi­ciente para lan­zarse después, como César, a desar­rol­lar sus pro­pios proyectos.

De la Ossa reconoce que la idea habría fun­ciona­do igual de bien en cualquier lugar donde los jóvenes se enfrenten a prob­le­mas sim­i­lares. «La elec­ción de Suchi­to­to se debió a que los índices de vio­len­cia son aquí menores que en el resto del país, y tam­bién a que se tra­ta de una zona con una enorme can­ti­dad de jóvenes sin alter­na­ti­vas lab­o­rales de futuro más allá de la agri­cul­tura, donde tra­ba­jan des­de las cua­tro de la madru­ga­da has­ta las once de la mañana, has­ta que lle­ga un momen­to en que se aca­ba el tra­ba­jo y entonces se aca­ban tam­bién los ingresos».

Suchi­to­to se encuen­tra en una de las zonas de El Sal­vador que sufrió con más dureza las con­se­cuen­cias de la guer­ra civ­il que dev­astó el país durante aprox­i­mada­mente doce años, has­ta la fir­ma de los acuer­dos de paz en 1992. En total, el con­flic­to causó más de 80.000 muertes en todo el país. Antes de la guer­ra, el munici­pio con­ta­ba con unos 35.000 habi­tantes, población que quedó reduci­da a poco más de 8.000 al tér­mi­no de los com­bat­es. Hoy, más de 20 años después, en Suchi­to­to y sus alrede­dores viv­en unas 25.000 personas.

La situación de la región se vio agrava­da además por la pér­di­da de riqueza que, según señala De la Ossa, supu­so la con­struc­ción de un lago arti­fi­cial para una cen­tral eléc­tri­ca: «Actual­mente, cuan­do los jóvenes lle­gan a los 18, 19 o 20 años, jus­to la edad en la que uno tiene más vig­or para pro­ducir y crear, esto es como la muerte en vida», afirma.

Pero los jóvenes que par­tic­i­pan en el proyec­to (chicos y chi­cas de entre 14 y 25 años de edad, a quienes se les exige per­manecer en el sis­tema educa­ti­vo mien­tras están en EsArtes) no son los úni­cos ben­e­fi­ci­a­dos. Como expli­ca Tatiana, la activi­dad revierte en la comu­nidad al desar­rol­lar una ima­gen pos­i­ti­va del pueblo, atraer tur­is­mo y, lo más impor­tante, implicar a com­er­cios y empre­sas de la local­i­dad. «En La casa de Bernar­da Alba, nue­stro primer mon­ta­je, par­tic­i­paron más de 200 per­sonas, incluyen­do los com­er­ciantes locales, la gente que nos prestó todo tipo de ser­vi­cios, los sas­tres, las cos­tur­eras, los trans­portis­tas… Fue cuan­do la gente se dio cuen­ta de lo intere­sante que podría ser para todos ten­er algo así de for­ma permanente…».

Al final, es como una cade­na que va cre­cien­do y cre­cien­do: «En la zona se cul­ti­va achote, del que se puede obten­er el tinte que se nece­si­ta para col­ore­ar nues­tras telas, y en un pueblo cer­cano se pro­ducen telares que, a la vez, podemos uti­lizar tam­bién nosotros, con dis­eños que real­izan nue­stros dis­eñadores y que luego encar­gan a teje­dores, tam­bién locales… Es como un micromundo».

Des­de su nacimien­to en 2008, EsArtes, que está divi­di­do en tres grandes pro­gra­mas (for­ma­ción, pro­duc­ción cul­tur­al y emprendimien­to juve­nil) ha puesto en esce­na, además de a Gar­cía Lor­ca, a Lope de Vega (Fuenteove­ju­na) y a Moliere (El enfer­mo imag­i­nario), pero tam­bién his­to­rias tradi­cionales de la región o inclu­so obras escritas por los pro­pios jóvenes. En total, ocho obras (se mon­tan entre dos y tres pro­duc­ciones al año). ‘La casa de Bernar­da Alba’, por ejem­p­lo, ha sido rep­re­sen­ta­da, a lo largo de tres tem­po­radas, en el Teatro de las Ruinas del pro­pio Suchi­to­to, en el Teatro Nacional de San Sal­vador y en el teatro de Luis Poma, tam­bién en la capital.

¿Y el cri­te­rio de elec­ción de las obras? «Nues­tra úni­ca línea ‑expli­ca Tatiana- es la cul­tura, el desar­rol­lo de los jóvenes y la mejoría económi­ca para todos. Es una ini­cia­ti­va de la comu­nidad, que deja fuera la políti­ca y los par­tidos, la religión y cualquier tipo de pre­juicio que pud­iese com­pro­m­e­ter el proyecto».

Los que sí que están com­pro­meti­dos son los pro­pios estu­di­antes, algunos de los cuales, como Hernán (un chico proce­dente de la mis­ma comu­nidad de César), tienen que cam­i­nar entre 20 y 40 min­u­tos (más, si llueve) para poder lle­gar des­de la zona rur­al en la que viv­en has­ta la para­da del auto­bús que les lle­va al pueblo, un auto­bús que, como aclara Tatiana, es, en real­i­dad, una camione­ta llena de gente, con lo que a veces toca andar todo el camino.

Muchos se lev­an­tan a las cua­tro de la mañana para tra­ba­jar en el cam­po (la plantación de unos 50 met­ros de caña de azú­car se puede pagar a poco más de un dólar esta­dounidense), donde per­manecen has­ta cer­ca del mediodía. Después vuel­ven a casa, comen (o no), se dan una ducha ráp­i­da y se van al teatro, exhaus­tos, pero llenos de entu­si­as­mo. «Hay un interés inmen­so», dice Tatiana.

EsArtes paga a los alum­nos la ali­mentación durante el día de clases y el trans­porte, ya que la may­oría provienen del área rur­al. Tam­bién existe un apoyo en efec­ti­vo para los estu­di­antes de tiem­po com­ple­to, cuyo propósi­to es ayu­dar a cubrir las necesi­dades bási­cas de los chicos o que puedan con­seguir una per­sona susti­tu­ta en las tar­eas agrí­co­las o pro­duc­ti­vas que hacían con sus famil­ias. De la Ossa expli­ca que «para los que tienen más prob­le­mas, o no pueden dejar su empleo, o nece­si­tarían can­ti­dades que exce­den el límite de tiem­po de nues­tras becas, ten­emos tam­bién pro­gra­mas de medio tiempo».

El proyec­to cuen­ta actual­mente con un pre­supuesto anu­al de alrede­dor de 150.000 dólares, y tiene apoyo financiero de Sco­tia­bank y de Pow­er Cor­po­ra­tion. Cuso colab­o­ra con toda la parte logís­ti­ca y paga una mod­es­ta can­ti­dad a los vol­un­tar­ios que tiene desta­ca­dos en El Salvador.

Según infor­mó el diario Toron­to Star, los res­i­dentes de Strat­ford reunieron recien­te­mente más de 17.000 dólares para ayu­dar a la escuela de Suchi­to­to, en for­ma de pequeñas dona­ciones. Y es que la local­i­dad de Ontario y su fes­ti­val son, sin duda, los grandes ref­er­entes. A fin de cuen­tas, fue el teatro el gran pro­tag­o­nista de la res­ur­rec­ción económi­ca de la ciu­dad cana­di­ense, cuan­do, hace 60 años, se enfrenta­ba a las peo­res per­spec­ti­vas económi­cas después de la quiebra de una de sus prin­ci­pales fábri­c­as. Seis décadas después, el fes­ti­val de Strat­ford, ciu­dad con la que ya se ha her­mana­do Suchi­to­to, cuen­ta con un pre­supuesto en torno a los 60 mil­lones de dólares, es cono­ci­do en todo el mun­do y atrae cada año a miles de tur­is­tas y amantes del teatro.

El camino para la comu­nidad sal­vadoreña será largo y, sin duda, difí­cil, pero los cimien­tos ya están plan­ta­dos, y pare­cen firmes. La «isla verde» está en marcha.

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