La alternativa anticrisis de Islandia empieza a dar frutos

Miguel Máiquez, 22/1/2012

A prin­ci­p­ios de 2009, el pueblo islandés, al bor­de del colap­so económi­co y financiero, se echó a la calle y dijo bas­ta. El Gob­ier­no dim­i­tió y la pequeña isla nórdi­ca se entregó a la difí­cil tarea de respon­der ante una cri­sis sin prece­dentes hacien­do jus­to lo con­trario de lo que esta­ban hacien­do los demás: Se negaron a rescatar a la ban­ca y votaron en con­tra de pagar sus deu­das con dinero públi­co, per­sigu­ieron judi­cial­mente (y, en algunos casos, lle­garon a encar­ce­lar) a los ban­queros y políti­cos respon­s­ables, hicieron caso omiso de las ame­nazas de los mer­ca­dos inter­na­cionales y de las malas notas de las agen­cias de cal­i­fi­cación de ries­go, redac­taron una nue­va con­sti­tu­ción a través de las redes sociales y, quizá lo más impor­tante, con­sigu­ieron nego­ciar con el FMI una sal­i­da adap­ta­da a sus pro­pios planteamientos.

¿El resul­ta­do? Tres años después de lo que se vino en lla­mar la «rev­olu­ción islandesa», el país no solo no ha regre­sa­do a la Edad Media con­ver­tido en un paria del sis­tema, sino que está empezan­do a ver, lenta­mente, la luz al final del túnel. En 2011 la economía islandesa cre­ció un 2,5% (la euro­zona solo el 1,6%), y, según las pre­vi­siones de la Comisión Euro­pea pre­sen­tadas el pasa­do mes de noviem­bre, Islandia cre­cerá en 2012 un 1,5%, cer­ca del triple que los país­es de la zona euro (0,6%), lle­gan­do a alcan­zar en 2013 inclu­so el 2,7%.

Eso no sig­nifi­ca que todo sea de col­or de rosa. El paro, que se situó el pasa­do mes de diciem­bre en el 7,3%, sigue en tasas que resul­tan escan­dalosas para un país en el que a prin­ci­p­ios de los años noven­ta tan solo el 2,5% de la población esta­ba sin tra­ba­jo, después de décadas de pleno empleo. La deu­da exte­ri­or bru­ta supera el 330% del PIB y la may­oría de los islandeses arras­tra prés­ta­mos que difí­cil­mente podrán pagar (según el ban­co cen­tral islandés, 25.000 propi­etar­ios están atrasa­dos con sus pagos, lo que supone un cuar­to de los propi­etar­ios de la isla). Los acree­dores inter­na­cionales, además, no han renun­ci­a­do a cobrar, y siguen dis­puestos a pasar por los tri­bunales inter­na­cionales si hace fal­ta. Y miles de jóvenes, muchos de ellos muy prepara­dos, siguen emigrando.

Pero Islandia ha con­segui­do man­ten­erse a sal­vo de recortes dra­co­ni­anos y pro­te­ger la may­oría de sus logros sociales, y el esta­do del bien­es­tar no se ha desmoron­a­do. Tal vez no pue­da hablarse aún de «mila­gro islandés», pero el país está aso­man­do la cabeza, y lo está hacien­do sin aplicar las rec­etas que los organ­is­mos europeos e inter­na­cionales han impuesto a otros país­es macha­ca­dos por la cri­sis de la deu­da, como Gre­cia, Italia, Por­tu­gal, Irlan­da o España.

Obvi­a­mente, el peso de la economía islandesa, con un PIB total en 2010 de 12.300 mil­lones de dólares, no es com­pa­ra­ble al de la ital­iana (1,7 bil­lones) o la españo­la (1,3 bil­lones). En 2010 las exporta­ciones de Islandia ascendieron a unos 3.500 mil­lones de euros, frente a los 185.799 mil­lones de las exporta­ciones españo­las. Como tam­poco es com­pa­ra­ble la pre­sión que, en con­se­cuen­cia, ejercen los mer­ca­dos sobre la economía islandesa.

Tam­bién es cier­to que el sec­tor públi­co en Islandia es reduci­do, con salarios más bajos que en el sec­tor pri­va­do, con lo que es más fácil reestruc­turar­lo. Y además está el fac­tor fun­da­men­tal de que, al no pertenecer a la zona euro ni estar someti­da a los dic­ta­dos del Ban­co Cen­tral Europeo, Islandia pudo deval­u­ar su mon­e­da para hac­er frente a la cri­sis y con­tro­lar el movimien­to de su cap­i­tal, asum­ien­do el ries­go de una inflación que alcanzó el 5,2% en 2011, solo por deba­jo de la de Turquía entre los país­es miem­bros de la OCDE.

Y prob­a­ble­mente sea tam­bién más fácil con­seguir que resulte efi­caz una democ­ra­cia a base de ref­er­en­dums en un país de 103.000 kilómet­ros cuadra­dos cuya población (318.452 habi­tantes en enero de 2011) equiv­ale aprox­i­mada­mente a la del munici­pio de Valladolid.

En cualquier caso, Islandia parece haber demostra­do que hay otra for­ma de enfrentarse a la cri­sis. Estas son, paso a paso, las claves de cómo lo ha hecho:

Del paraíso neoliberal al infierno de la deuda

A prin­ci­p­ios de 2008 Islandia fue elegi­da por la ONU como el mejor lugar del mun­do para vivir. Era, sin embar­go, el final de una época. Tras años de bonan­za económi­ca, con crédi­tos a mansal­va (den­tro y fuera del país), per­mi­sivi­dad total en el sis­tema financiero, deu­das cada vez may­ores en las famil­ias, bur­bu­ja inmo­bil­iaria y gas­to descon­tro­la­do, el sobre­ca­len­tamien­to de la economía islandesa provocó un colap­so total en octubre de ese mis­mo año, debido al hundimien­to del sec­tor ban­car­io, que tuvo que ser nacionalizado.

Los ban­cos, no obstante, aún sien­do los prin­ci­pales cul­pa­bles, no fueron los úni­cos: Sus exce­sos habían sido apoy­a­dos por las políti­cas económi­cas de gob­ier­nos neolib­erales que, vota­dos democráti­ca­mente por los ciu­dadanos, se man­tu­vieron en el poder durante una déca­da, y, además, bue­na parte de la propia sociedad islandesa no solo no se opu­so sino que aprovechó la expan­sión financiera para vivir y gas­tar muy por enci­ma de sus posibilidades.

La rebelión

En enero de 2009 con­men­zaron las protes­tas de miles de islandeses con­tra el Gob­ier­no y el Ban­co Nacional, mien­tras se der­rum­ba­ba la economía, la inflación y el paro se dis­para­ban, y la mon­e­da alcan­z­a­ba mín­i­mos históricos.

Las nego­cia­ciones entre Islandia, Holan­da y el Reino Unido para que Reiki­avik ind­em­nizase a los ahor­radores de estos dos país­es que perdieron sus inver­siones con la quiebra del ban­co Ice­save fra­casaron en febrero de 2010, y, por dos veces, en mar­zo de ese mis­mo año y en abril de 2011, los islandeses rec­haz­aron en refer­én­dum la ley que habría per­mi­ti­do una ind­em­nización de 3.700 mil­lones de euros a los ahor­radores británi­cos y holandeses.

Las protes­tas pop­u­lares provo­caron en enero de 2009 la caí­da del gob­ier­no de coali­ción con­ser­vador-socialdemócra­ta. La izquier­da, en una coali­ción entre socialdemócratas y «rojiverdes», gob­ier­na con may­oría abso­lu­ta des­de 2009 un país que nego­cia su entra­da en la Unión Euro­pea, com­pli­ca­da por la dis­pu­ta que mantiene con el Reino Unido y Holanda.

Que cada palo aguante su vela

A difer­en­cia de lo ocur­ri­do en otros país­es europeos, con rescates mil­lonar­ios de dinero públi­co a la ban­ca, en Islandia, cuan­do los ban­cos se desplo­maron, se les dejó que­brar. En real­i­dad, sus deu­das eran tan grandes que tam­poco había muchas más opciones.

Pero la cosa, sin embar­go, no quedó ahí: Los respon­s­ables de la cri­sis, financieros y políti­cos, incluyen­do al aho­ra exprimer min­istro, Geir H. Haarde, fueron lle­va­dos ante la jus­ti­cia, y cua­tro ban­queros, que aho­ra están libres a la espera de juicio, fueron encar­ce­la­dos. Haarde se arries­ga a una pena de dos años cár­cel, después de que el Par­la­men­to islandés diera luz verde al pro­ce­so, sigu­ien­do el con­se­jo del informe de una comisión inves­ti­gado­ra crea­da para deter­mi­nar las respon­s­abil­i­dades en la crisis.

La receta del FMI, a la carta

En octubre de 2008, invi­ta­do por el Gob­ier­no de Islandia, lle­ga a al país el sub­di­rec­tor del Depar­ta­men­to Europeo del Fon­do Mon­e­tario Inter­na­cional, Poul M. Thom­sen, para ofre­cer al Ejec­u­ti­vo la asis­ten­cia de este organ­is­mo. Como escribiría después el pro­pio téc­ni­co, «la sen­sación de temor y el esta­do de shock eran evi­dentes; pocos país­es, o ninguno, había exper­i­men­ta­do jamás un colap­so económi­co tan cat­a­stró­fi­co como ese».

La primera pre­ocu­pación del FMI fue, como de cos­tum­bre, la inflación. El Fon­do temía que una depre­ciación des­or­de­na­da del tipo de cam­bio fuese ruinosa para los hog­a­res y las empre­sas, y que la reti­ra­da masi­va de depósi­tos par­alizara lo poco que qued­a­ba del sis­tema financiero.

Final­mente, sin embar­go, el FMI renun­ció a impon­er sus rec­etas habit­uales y acordó con el Gob­ier­no islandés, por un mon­to de 2.100 mil­lones de dólares (casi 1.528 mil­lones de euros), un pro­gra­ma que, en pal­abras del pro­pio organ­is­mo inter­na­cional, «pro­por­cionó el mar­gen de man­io­bra nece­sario a las autori­dades para deter­mi­nar la mejor man­era de hac­er frente a los enormes desafíos y tar­eas pen­di­entes, con la ayu­da de los com­pro­misos de prés­ta­mo de los país­es nórdi­cos y de Polonia».

«Las autori­dades ‑explicó Thom­sen- se com­pro­metieron a imple­men­tar las medi­das acor­dadas, pero quisieron hac­er­lo a su man­era. Uno de los obje­tivos pri­mor­diales del gob­ier­no era pro­te­ger el esta­do de bien­es­tar, y ese obje­ti­vo se ha cumpli­do». Según dijo recien­te­mente el min­istro islandés de Economía, Árni Páll Árna­son, «la coop­eración con el FMI ayudó a preser­var el mod­e­lo nórdi­co de bien­es­tar de mi país».

Medidas «poco convencionales»

El FMI admite que tuvo que uti­lizar «her­ramien­tas de políti­ca al mar­gen del con­jun­to de her­ramien­tas tradi­cionales», aunque, eso sí, se cura en salud y aclara que «esta com­bi­nación ecléc­ti­ca de políti­cas ha sido efi­caz en el caso de Islandia, pero no está claro si las enseñan­zas apren­di­das en este caso podrían apli­carse a otras regiones, como a la zona del euro afec­ta­da actual­mente por la cri­sis».
El plan acor­da­do entre el Gob­ier­no islandés y el FMI incluyó cua­tro pun­tos fundamentales:

  • Ase­gu­rar que las pér­di­das de los ban­cos no sean absorbidas por el sec­tor públi­co (el Esta­do sí ha inter­venido para garan­ti­zar que los nuevos ban­cos crea­d­os estén sufi­cien­te­mente cap­i­tal­iza­dos, pero quedó al mar­gen de las enormes pér­di­das del sec­tor privado).
  • Esta­bi­lizar el tipo de cam­bio, incluyen­do «medi­das no con­ven­cionales», como con­troles tem­po­rales al movimien­to del cap­i­tal (una especie de ‘mini­cor­ral­i­to’ financiero, para con­tro­lar el flu­jo de mon­e­da y evi­tar la evasión de grandes fortunas).
  • Retrasar el ajuste fis­cal (con­sis­tente en tratar de recu­per­ar la esta­bil­i­dad económi­ca medi­ante subidas de impuestos y recorte del gas­to públi­co), con el fin de «apun­ta­lar la economía en un momen­to de grandes ten­siones» (en 2009 se subieron final­mente algunos impuestos, como el de las per­sonas físi­cas o impuestos espe­ciales ‑alco­hol, gasolina‑, pero tam­bién se bajaron otros, como el de sociedades, para fomen­tar la inver­sión y la creación de empleo. Por otra parte, tam­bién ha habido recortes de gas­to en sanidad, edu­cación, pen­siones y admin­is­tración del Esta­do, aunque com­par­a­ti­va­mente mucho menores que en otros país­es afec­ta­dos por la crisis).
  • Recon­stru­ir des­de cero el sec­tor financiero.

Los resultados

Las primeras con­se­cuen­cias fueron muy duras: La may­oría de los pro­duc­tos que se con­sumen en Islandia son impor­ta­dos, de modo que cuan­do la mon­e­da se deval­uó, los pre­cios (coches, comi­da, mate­ri­ales para la con­struc­ción) se dis­pararon, al tiem­po que dis­min­uían los salarios, los cajeros automáti­cos no daban dinero y crecía el desem­pleo has­ta nive­les históri­cos. Y el gri­fo del crédi­to inter­na­cional se cerró.

En junio de 2011, sin embar­go, el Gob­ier­no islandés logró emi­tir bonos sober­a­nos por un val­or de 1.000 mil­lones de dólares, lo que mar­có el regre­so del país a los mer­ca­dos financieros internacionales.

Además, aunque el niv­el de deu­da públi­ca (100% del PIB) es mucho may­or que antes de la cri­sis (28%), la apli­cación de un pro­gra­ma de con­sol­i­dación ha vuel­to a pon­er a la situación fis­cal del país en una trayec­to­ria sostenible, según el pro­pio FMI, y se ha reduci­do el niv­el de endeu­damien­to pri­va­do (empre­sas y famil­ias). Con respec­to a los ban­cos, el val­or de sus activos se ha reduci­do des­de un 1000% a un niv­el equiv­a­lente a alrede­dor del 200% del PIB, y aho­ra están total­mente recapitalizados.

Por otra parte, el paro, aunque sigue alto, empieza a fre­narse y, lo que tal vez sea lo más impor­tante para muchos islandeses, su red de seguri­dad social ha per­maneci­do intacta.

Islandia ha sufri­do una impor­tante pér­di­da de niv­el de vida, pero, de momen­to, ha logra­do salir a flote y empezar a nadar sin que la parte más vul­ner­a­ble de su población haya sido la prin­ci­pal víc­ti­ma del esfuer­zo. Y lo ha hecho a su manera.

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