El euro, en cuidados intensivos

Miguel Máiquez, 30/10/2011

Puede que el econ­o­mista cana­di­ense Robert Mundell no sea espe­cial­mente cono­ci­do más allá de los cír­cu­los espe­cial­iza­dos, pero si hubiese que señalar a alguien como ‘el padre del euro’, este pro­fe­sor, Pre­mio Nobel de Economía en 1999, y casi octo­ge­nario ya, sería, prob­a­ble­mente, el can­dida­to número uno.

Unos veinte años antes de que 17 esta­dos europeos deci­diesen dar el paso más ambi­cioso en la his­to­ria de la Unión y adop­tasen el euro como mon­e­da común, Mundell escribió, a prin­ci­p­ios de los seten­ta, una serie de tra­ba­jos sobre las «áreas mon­e­tarias ópti­mas» que acabaron con­sti­tuyen­do el armazón bási­co de lo que sería la Eurozona.

En aque­l­los tra­ba­jos Mundell lle­ga­ba a la con­clusión de que, en cualquier región den­tro de una zona mon­e­taria, si se quiere man­ten­er un niv­el de empleo, una condi­ción bási­ca es evi­tar los «choques asimétri­cos», recur­rien­do, por ejem­p­lo, a una movil­i­dad lab­o­ral real. En Europa, la elim­i­nación de bar­reras legales para el movimien­to de tra­ba­jadores creó un mer­ca­do lab­o­ral úni­co, pero las difer­en­cias económi­cas, lingüís­ti­cas y cul­tur­ales, así como la fal­ta de un autén­ti­co poder cen­tral y coor­di­na­do, hicieron que la movil­i­dad lab­o­ral al esti­lo esta­dounidense resul­tase inal­can­z­able. En este aspec­to, como en muchos otros, Europa no fue capaz de evi­tar los «choques asimétricos».

El resul­ta­do es que existe una mon­e­da úni­ca, pero fun­cio­nan­do en ter­ri­to­rios con real­i­dades muy difer­entes, y con poca posi­bil­i­dad de ser equi­li­bra­dos. Esto, en un con­tex­to de rece­sión económi­ca, con una cri­sis de deu­da galopante en las partes más débiles, y bajo el fuego con­tin­uo de los mer­ca­dos espec­u­la­tivos, aca­ba des­en­ca­de­nan­do una ten­sión difí­cil­mente soportable para la mon­e­da común.

Y la solu­ción quirúr­gi­ca de extir­par el órgano infec­ta­do para man­ten­er vivo al resto del organ­is­mo, es decir, la sal­i­da de Gre­cia de la zona euro, en este caso, no es con­sid­er­a­da acept­able por los gob­er­nantes de la Euro­zona, que temen un irre­versible efec­to dom­inó cuyo resul­ta­do sería, al final, la muerte del paciente. O, lo que es lo mis­mo, el fin del euro, o su trans­for­ma­ción en algo com­ple­ta­mente difer­ente, en un esce­nario en el que la mon­e­da úni­ca podría tal vez sobre­vivir en los país­es del norte (Ale­ma­nia, Fran­cia), con Italia y España como posi­bles acom­pañantes, pero en el que el euro, tal y como lo cono­ce­mos hoy, habría deja­do de existir.

¿Cómo se ha lle­ga­do has­ta aquí? ¿Qué se va a hac­er para inten­tar solu­cionarlo? ¿Con qué con­se­cuen­cias? ¿Hay otras alter­na­ti­vas? ¿Qué pasaría si se aca­ba el euro? ¿Vale la pena salvarlo?

Defectos de nacimiento

No son pocos los anal­is­tas que pien­san que la actu­al cri­sis del euro es con­se­cuen­cia de múlti­ples errores que se cometieron a la hora de crear la unión mon­e­taria. El argu­men­to prin­ci­pal es que no se puede crear una unión mon­e­taria sin ten­er antes una unión fis­cal y tam­bién políti­ca, y que una unión mon­e­taria sólo es económi­ca­mente factible en el caso de que los país­es miem­bros de la mis­ma con­sti­tuyan un área económi­ca homogénea.

La con­se­cuen­cia fun­da­men­tal de estas caren­cias sería la exis­ten­cia de dos gru­pos de país­es clara­mente difer­en­ci­a­dos, con la con­sigu­iente ralen­ti­zación del crec­imien­to económi­co de la Euro­zona, a lo que habría que unir, según estos exper­tos, los per­juicios que ha oca­sio­n­an­do la políti­ca mon­e­taria impues­ta, prin­ci­pal­mente des­de el año 2001, por el Ban­co Cen­tral Europeo (BCE).

Una dis­ci­plina fis­cal úni­ca entre los país­es miem­bros habría per­mi­ti­do alcan­zar la aus­teri­dad en el gas­to públi­co con pre­supuestos equi­li­bra­dos y bajo endeu­damien­to sober­a­no, pero las difer­en­ci­asen­tre los país­es per­iféri­cos (Gre­cia, España, Italia, Por­tu­gal, Irlan­da) y el núcleo duro de la UE (Ale­ma­nia, Fran­cia), en vez de dis­minuir, aumen­taron, lo que ha acaba­do ponien­do en peli­gro el proyec­to de la mon­e­da única.

Por otra parte, los pactos de esta­bil­i­dad y crec­imien­to, vitales para apun­ta­lar el euro como mon­e­da con futuro, no se apli­caron con la sufi­ciente firmeza: Ale­ma­nia, por ejem­p­lo, incumplió des­de el prin­ci­pio los cri­te­rios para man­ten­erse en la zona euro. Eso sin con­tar con que Gre­cia mintió para entrar en la Euro­zona, ya que en real­i­dad no esta­ba prepara­da para su ingre­so en la unión mon­e­taria (cuan­do Yor­gos Papan­dreu ganó las elec­ciones desveló un déficit del 12,7% del PIB, frente al 3% que esgrimía el ante­ri­or gobierno).

La herida se abre

A pesar de estos prob­le­mas de fon­do, el euro se pre­sen­tó des­de un prin­ci­pio como una mon­e­da firme y estable. Esto hizo que los inver­sores no se pre­ocu­pasen exce­si­va­mente por la inflación cuan­do com­praron bonos de país­es de la Euro­zona y, como resul­ta­do, Gre­cia fue capaz de emi­tir bonos a tasas de interés más bajas de lo que hubiera sido capaz antes de adop­tar el euro. En parte debido a que podía pedir dinero presta­do más bara­to, Ate­nas dis­paró sus gastos.

El gas­to des­or­bita­do es, al menos, una de las inter­preta­ciones de las causas del déficit griego. Otra lo rela­ciona más con las deci­siones del ante­ri­or gob­ier­no con­ser­vador heleno de no aplicar políti­cas fis­cales más duras, y desta­ca que el prob­le­ma del déficit se basa más en la fal­ta de ingre­sos al Esta­do (impuestos), que en un gas­to públi­co capaz de gener­ar inver­sión y de impul­sar la activi­dad económi­ca y el empleo.

Sea como fuere, el caso griego es el más extremo, pero no el úni­co. La may­oría de los país­es de la UE nave­g­aron durante años en un supuesto mar de aguas tran­quilas que, con el estal­li­do de la cri­sis económi­ca glob­al, resultó ser un espe­jis­mo. El gas­to sin con­trol, la cul­tura de endeu­damien­to y los crédi­tos baratos que engros­a­ban las arcas de los ban­cos y el supuesto bien­es­tar de sus clientes, la demo­nización de los impuestos, y, en el caso de España, situa­ciones como la bur­bu­ja inmo­bil­iaria, acabaron dan­do sus frutos.

La activi­dad económi­ca cayó, las arcas públi­cas se vacia­ron y los Esta­dos se vieron oblig­a­dos recur­rir a la deu­da para hac­er frente a su déficit, incluyen­do el coste de ten­er que rescatar con dinero del con­tribuyen­tea enti­dades ban­car­ias que cor­rían, y aún cor­ren, el ries­go de hundirse.
Y es en este con­tex­to cuan­do lle­ga el páni­co de las bol­sas (a menudo, irra­cional, ya que la deu­da públi­ca de la Euro­zona en con­jun­to no es tan grande, com­para­da con la de otros país­es ricos, como Esta­dos Unidos o Japón) y los envites de los especuladores.

Des­de prin­ci­p­ios del año pasa­do, los país­es de la zona euro han sufri­do un prob­le­ma de con­fi­an­za sin prece­dentes, con ataques espec­u­la­tivos sobre los bonos públi­cos de var­ios de sus miem­bros, tur­bu­len­cias en sus mer­ca­dos financieros y bursátiles, y una caí­da del val­or cam­biario de la mon­e­da úni­ca con respec­to al dólar, en un ambi­ente de incer­tidum­bre y difi­cul­tad por alcan­zar un acuer­do colec­ti­vo que muchos anal­is­tas no dudan en cal­i­ficar de lenti­tud exasperante.

No hay que olvi­dar que los mer­ca­dos financieros ganan fuerza pre­sio­n­an­do al euro y espec­u­lan­do sobre el fin de la mon­e­da (o su dis­olu­ción par­cial) porque saben que la alter­na­ti­va para muchos país­es (man­ten­erse en la Euro­zona a cos­ta de exi­gir grandes sac­ri­fi­cios a sus ciu­dadanos), es muy difí­cil y con­ll­e­va grandes cos­tos políticos.

La primera víc­ti­ma prop­i­ci­a­to­ria de esta cri­sis fue la propia Gre­cia, y de su sal­vación depende aho­ra, en bue­na medi­da, la sal­vación del euro mis­mo. Tras innu­mer­ables inten­tos fal­li­dos, rescates real­iza­dos y aún por definir, dra­co­ni­anas medi­das de aus­teri­dad y aplaza­mien­tos, los líderes europeos deci­dieron final­mente esta sem­ana en Bruse­las (bien podría haber sido en las Ter­mópi­las) entrar a quiró­fano, no para extir­par, sino, como dijo el líder par­la­men­tario alemán del opos­i­tor Par­tido Socialdemócra­ta, Frank Wal­ter Stein­meier, para «oper­ar a corazón abierto».

A corazón abierto

La operación acor­da­da el pasa­do miér­coles tras horas de nego­cia­ciones es una apues­ta clara por la con­tinuidad de la mon­e­da úni­ca y un inten­to de inyec­tar con­fi­an­za en los mer­ca­dos que, al menos de momen­to, parece haber dado cier­to resul­ta­do (las bol­sas de medio mun­do se des­bo­caron al día sigu­iente). Eso sí, costará una for­tu­na, ten­drá con­se­cuen­cias para los ciu­dadanos y, según muchos anal­is­tas, puede que solo sir­va para ganar tiem­po (lo que no es poco), antes de que el mar­ca­pa­sos vuel­va a fallar.

Para empezar, y a modo de corta­fue­gos para fre­nar la exten­sión del páni­co a impor­tantes país­es vul­ner­a­bles pero todavía sol­ventes (espe­cial­mente Italia, el país de la Euro­zona con la segun­da may­or car­ga de deu­da, después de Gre­cia, y a España), el refuer­zo de la capaci­dad de prés­ta­mo del Fon­do Europeo de Esta­bil­i­dad Financiera (FEEF) pasará de 440.000 mil­lones de euros a un bil­lón de euros.

La cifra es redon­da, pero aún no está del todo claro de dónde va a salir todo ese dinero. De momen­to se bara­jan dos opciones prin­ci­pales: Ofre­cer un seguro para los com­pradores de deu­da, lo que haría los bonos más atrac­tivos y bajaría los intere­ses a pagar, y estable­cer un instru­men­to de inver­sión espe­cial en el que podrían par­tic­i­par grandes oper­adores pri­va­dos y públi­cos, incluyen­do país­es emer­gentes como Chi­na, lo que no deja de ten­er su coste políti­co, dejan­do a un lado inclu­so el hecho de que el déficit en dere­chos humanos deje de ser un prob­le­ma cuan­do se tra­ta de solu­cionar el déficit económico.

La segun­da pata del ban­co es reducir la deu­da grie­ga a la mitad. La lla­ma­da «qui­ta» (renun­cia de los acree­dores a parte de lo que se les debe) supone, al menos, acabar con la fal­sa ilusión de que Ate­nas podría acabar pagan­do todo lo que debe a base de ajustes y aus­teri­dad, pero algunos anal­is­tas la ven insu­fi­ciente: El últi­mo informe de la troi­ka super­vi­so­ra (UE, BCE y FMI) indi­ca que el país heleno nece­si­ta una qui­ta del 60% para que sus finan­zas sean sostenibles.

El obje­ti­vo es que la deu­da grie­ga se reduz­ca has­ta el 120% del PIB en 2020, aunque las pre­vi­siones apun­tan a que la deu­da ascen­derá al 172,7% del PIB este año. La qui­ta, además, es, en prin­ci­pio, vol­un­taria, por lo que el deu­dor (Gre­cia) deberá nego­ciar con los acree­dores (ban­cos) la for­ma en que estos renun­cian a su parte. Y tam­poco es gratis. Aún está por ver las exi­gen­cias que deberá cumplir Atenas.

La qui­ta de la deu­da grie­ga encon­tró una gran oposi­ción de Fran­cia, cuyos ban­cos se encuen­tran entre los prin­ci­pales acree­dores del país heleno. En este sen­ti­do, un prob­le­ma puede ser que, en fun­ción de los bonos sober­a­nos que ten­gan, los ban­cos sufran pér­di­das tales que acaben sien­do nece­sar­ios nuevos rescates.

La ter­cera gran decisión, por últi­mo, fue un com­pro­miso de recap­i­tal­ización de la ban­ca euro­pea con 106.000 mil­lones de euros, lo que impli­ca ele­var las exi­gen­cias de cap­i­tal de máx­i­ma cal­i­dad de las insti­tu­ciones financieras has­ta el 9% antes de julio de 2012. Esto sig­nifi­ca que los ban­cos ten­drán que con­seguir esa can­ti­dad de dinero (cap­tán­do­lo en los mer­ca­dos) en ese pla­zo de tiempo.

Los ban­cos (y espe­cial­mente la ban­ca españo­la, a la que, dado su tamaño respec­to a la economía nacional y su peso en Europa, le toca hac­erse con unos 26.000 mil­lones, 17.000 mil­lones restando los bonos con­vert­ibles) ten­drán que esforzarse en con­seguir finan­ciación por ellos mis­mos, lo que puede tra­ducirse en menos mar­gen para con­ced­er crédi­tos a los con­sum­i­dores, un gri­fo que ya está, de por sí, bas­tante cer­ra­do. El peli­gro es que se ralen­tice más aún la activi­dad económi­ca, al ten­er las empre­sas y las famil­ias más prob­le­mas para finan­ciar sus gastos.

¿Y el Banco Central Europeo?

En Bruse­las tienen claro que el BCE no es la Reser­va Fed­er­al de EE UU, pero algunos exper­tos creen que lo que de ver­dad mar­caría una difer­en­cia es la impli­cación explíci­ta del Ban­co Cen­tral Europeo como prestamista, y recuer­dan que, en tan­to ente emisor del euro, el BCE podría inyec­tar en el mer­ca­do can­ti­dades ilimitadas.

El prob­le­ma es que la idea de un ban­co cen­tral finan­cian­do de for­ma indi­rec­ta a los gob­ier­nos despier­ta temores de que se dis­pare la inflación, espe­cial­mente en Ale­ma­nia, donde aún no se ha super­a­do del todo el trau­ma de la cri­sis de los años 20, cuan­do para solu­cionar los prob­le­mas económi­cos tras la der­ro­ta en la Primera Guer­ra Mundi­al, el gob­ier­no recur­rió al viejo tru­co de imprim­ir dinero, y una bar­ra de pan llegó a costar 1 bil­lón de mar­cos. No en vano, una de las condi­ciones que impu­so Hel­mut Kohl para acep­tar el euro fue que el Ban­co Cen­tral Europeo no solo tuviese su sede en Ale­ma­nia, sino que, al igual que el Bun­des­bank, adop­tase como prin­ci­pal mis­ión con­tener la inflación.

En cualquier caso, el BCE sí inter­viene, pero de un modo más indi­rec­to, com­pran­do deu­da de los Esta­dos en los mer­ca­dos secundarios.

Un cirujano jefe

Además de las medi­das men­cionadas, la Comisión Euro­pea pre­sen­tará en las próx­i­mas sem­anas un plan de refuer­zo del gob­ier­no económi­co europeo que con­ver­tirá al actu­al comis­ario de Asun­tos Económi­cos, Olli Rehn, en comis­ario espe­cial­iza­do en el euro, una figu­ra que con­tro­lará las deci­siones de los socios de la mon­e­da úni­ca y asumirá la coor­di­nación de las políti­cas de vig­i­lan­cia de pre­supuestos pre­vista en la serie de seis medi­das de gob­ier­no económi­co prop­ues­ta hace más de un año por Bruse­las y a la que aho­ra se quiere dar nue­va forma.

«Míster Euro», como ya le ha apo­da­do la eurodiputa­da lib­er­al holan­desa Corien Wort­mann-Kool será, además, un nue­vo vicepres­i­dente de la Comisión Euro­pea (el séptimo).

Una vacuna con condiciones

El pres­i­dente de la Comisión Euro­pea, José Manuel Durao Bar­roso, con­fir­mó el mes pasa­do ante el pleno del Par­la­men­to Europeo que pro­pon­drá una serie de opciones para la creación de los lla­ma­dos eurobonos (emi­tir deu­da común euro­pea en lugar de títu­los nacionales), pero advir­tió de que «no serán la panacea».

Algunos gob­ier­nos europeos, inclu­i­do el español, ven en la emisión de estos eurobonos una posi­ble sal­i­da a la grave cri­sis de deu­da, que ha ele­va­do la pri­ma de ries­go de los país­es per­iféri­cos a máx­i­mos históri­cos. Ale­ma­nia, sin embar­go, ha man­i­fes­ta­do en múlti­ples oca­siones su rec­ha­zo a la creación de títu­los de deu­da comunitarios.

Los eurobonos supon­drían que país­es con una situación financiera tan difer­ente como Gre­cia y Ale­ma­nia equiparasen el pre­cio y las condi­ciones de su deu­da al pre­sen­tar­la en bloque y de for­ma homogénea ante los inver­sores. Así, los país­es en apuros reforzarían su con­fi­an­za en detri­men­to de las economías con­sid­er­adas a la cabeza de Europa.

Muchos defen­sores de los eurobonos creen que has­ta que Ale­ma­nia, la ‘loco­mo­to­ra’ de Europa, no avale la deu­da de todos los miem­bros de la euro­zona, la unión mon­e­taria seguirá de cri­sis en cri­sis, ya que los inver­sores y acree­dores siem­pre quer­rán que los más endeu­da­dos paguen un interés may­or cuan­do emiten títu­los públi­cos. El BCE puede reducir tem­po­ral­mente este interés com­pran­do deu­da de los Esta­dos, como ha hecho con España e Italia, pero no es una solu­ción permanente.

Ale­ma­nia, sin embar­go, no está dis­pues­ta a que se emi­tan bonos con­jun­tos, mien­tras los esta­dos ten­gan total lib­er­tad fis­cal y puedan recau­dar impuestos y gas­tar como quier­an. La solu­ción, por tan­to, sería una políti­ca de impuestos y gas­to común, fija­da en Bruselas.

Eutanasia

En medio de todas las voces que ofre­cen dis­tin­tos mod­os de sal­var al euro, son tam­bién cada vez más quienes pien­san que quizá lo más con­ve­niente sea, sim­ple­mente, dejar­lo morir. La opción es un autén­ti­co tabú para la UE, que ni siquiera se plantea la posi­bil­i­dad, pero algunos anal­is­tas, críti­cos con la políti­ca de la Euro­zona, o sim­ple­mente euroescép­ti­cos, lo con­sid­er­an la úni­ca alter­na­ti­va viable, ya sea de for­ma par­cial (dejan­do que Gre­cia aban­done la mon­e­da úni­ca), o total.

En el caso de Gre­cia, Ate­nas podría declararse en sus­pen­sión de pagos (‘default’) y aban­donar el euro para así poder deval­u­ar el drac­ma de cara a ganar com­pet­i­tivi­dad y reducir la deu­da. Esta idea está inspi­ra­da en el ‘cor­ral­i­to’ argenti­no de 2001, y con­ll­e­varía un blo­queo de depósi­tos para evi­tar la fuga de cap­i­tales hacia otros país­es más seguros, la con­ver­sión de todas las cuen­tas ban­car­ias a la nue­va mon­e­da, y su deval­u­ación. La idea es provo­car un ajuste bru­tal y rápi­do, evi­tan­do entrar en una depre­sión económi­ca pro­lon­ga­da y, al igual que en Argenti­na, volver a cre­cer en poco tiem­po de man­era más acelerada.

Tras la hipotéti­ca sal­i­da de Gre­cia, otros país­es per­iféri­cos podrían verse ten­ta­dos a volver a sus mon­edas propias, lo que no solo con­ll­e­varía el ries­go de gener­ar (aún más) una Europa de dos veloci­dades, sino que, según los análi­sis más alarmis­tas, causaría el colap­so del sis­tema financiero y dis­pararía las pri­mas de ries­go, ponien­do la economía «al ralen­tí» y afectan­do a todos los mer­ca­dos, incluyen­do los de Asia y Esta­dos Unidos.

Otros exper­tos, sin embar­go, no solo rec­haz­an este esce­nario, sino que van aún más allá en el planteamien­to con­trario. El econ­o­mista esta­dounidense Mark Weis­brot, por ejem­p­lo, nie­ga que la desapari­ción del euro, o de la Euro­zona, supon­ga el fin de la Unión Euro­pea, recor­dan­do que se tra­ta de con­cep­tos difer­entes: «Dina­mar­ca, Sue­cia y el Reino Unido, por ejem­p­lo, son parte de la UE, pero no de la unión mon­e­taria. No hay razón para que no pue­da avan­zar el proyec­to europeo, y pros­per­ar la UE, sin el euro», indi­ca. Y añade: «Las economías más débiles de la zona euro ‑Gre­cia, Por­tu­gal, Irlan­da y España- se enfrentan ya a una per­spec­ti­va de años de cas­ti­go económi­co, incluyen­do nive­les extremada­mente ele­va­dos de desem­pleo. Puesto que la clave de todo este sup­li­cio autoin­fligi­do con­siste en sal­var el euro, vale la pena pre­gun­tarse si vale la pena sal­var el euro. Y vale la pena hac­erse esta pre­gun­ta des­de el pun­to de vista de la may­oría de europeos que tra­ba­jan para vivir».

En este sen­ti­do, Weis­brot  y otros desta­can el «carác­ter con­ser­vador» de la unión mon­e­taria y denun­cian que, en vez de inten­tar salir de la rece­sión por medio de estí­mu­los fis­cales o mon­e­tar­ios, como hicieron la may­oría de los gob­ier­nos del mun­do gol­pea­d­os por la cri­sis en 2009, los país­es europeos más cas­ti­ga­dos se ven forza­dos por Bruse­las a hac­er lo con­trario, con un enorme coste social.

«La nat­u­raleza derechista de la unión mon­e­taria quedó insti­tu­cional­iza­da des­de el prin­ci­pio. Las nor­mas que lim­i­tan la deu­da públi­ca al 60% del PIB y los déficits pre­supues­tar­ios anuales al 3% del PIB, aunque vio­la­dos en la prác­ti­ca, resul­tan innece­sari­a­mente restric­tivos en tiem­pos de rece­sión y ele­va­do desem­pleo. El manda­to del Ban­co Cen­tral Europeo de pre­ocu­parse sólo por la inflación y nada por el desem­pleo es otro feo indi­cador. La Reser­va Fed­er­al esta­douniense, por ejem­p­lo, es una insti­tu­ción con­ser­vado­ra, pero por lo menos la ley le exige que se pre­ocupe tan­to del empleo como de la inflación», afir­ma Weisbrot.

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