Del último paraíso neoliberal a la primera rebelión ciudadana: las claves del plante islandés

Miguel Máiquez, 12/4/2011

Por segun­da vez en poco más de un año, los islandeses se han nega­do en refer­én­dum a pagar por los exce­sos cometi­dos durante el boom financiero que acabó hacien­do aguas al estal­lar la cri­sis. La cuestión era si esta­ban dis­puestos a pon­er de su bol­sil­lo unos 50.000 euros por famil­ia para que el Esta­do pud­iese sal­dar con Gran Bre­taña y Holan­da la deu­da con­traí­da cuan­do uno de los prin­ci­pales ban­cos islandeses que­bró en estos dos país­es. Más del 60% ha dicho que no, y aho­ra Islandia se enfrenta a una posi­ble deman­da por parte de los dos país­es afec­ta­dos.

En esta ocasión, los acree­dores, muchos de cuyos clientes encomen­daron a la jugosa ban­ca islandesa sus planes de pen­siones, habían reba­ja­do has­ta el 3% el interés que pedían al prin­ci­pio, cuan­do el pago fue rec­haz­a­do por primera vez. Tam­bién habían aumen­ta­do con­sid­er­able­mente el número de años con­ce­di­dos para sal­dar la deu­da. No ha sido suficiente.

En una primera lec­tura, los islandeses han logra­do con sus votos lo que en los demás país­es macha­ca­dos por la cri­sis financiera no lle­ga ni a plantearse, es decir, man­ten­erse firmes en la idea de que los des­man­es de la ban­ca los tiene que pagar la ban­ca, y no los ciu­dadanos. Eso, en un con­tex­to de mala gestión ban­car­ia de ahor­ros nacionales e inter­na­cionales, de ayu­das públi­cas milmil­lonar­ias a los ban­cos, y de recortes dra­co­ni­anos para ajus­tar déficits y deu­das públi­cas, les ha granjea­do la sim­patía de medio mundo.

En una lec­tura más críti­ca, sin embar­go, los ban­cos, aún sien­do los prin­ci­pales cul­pa­bles, no son los úni­cos: Por un lado, sus exce­sos fueron apoy­a­dos por las políti­cas económi­cas de gob­ier­nos neolib­erales que, vota­dos democráti­ca­mente por los ciu­dadanos, se man­tu­vieron en el poder durante una déca­da. Por otro, bue­na parte de la propia sociedad islandesa vivió esos años insta­l­a­da en la gal­li­na de los huevos de oro de la bonan­za financiera.

Como explic­a­ba al diario El País el econ­o­mista islandés Ásgeir Jon­s­son, «el país entero se vio atra­pa­do en una bur­bu­ja. La ban­ca exper­i­men­tó un desar­rol­lo repenti­no, algo que aho­ra vemos como algo estúpi­do e irre­spon­s­able. Pero la gente hizo algo pare­ci­do. Las reglas nor­males de las finan­zas quedaron sus­pendi­das y entramos en la era del todo vale: dos casas, tres casas por famil­ia, un Range Rover, una moto de nieve. Los salarios sub­ían, la riqueza parecía salir de la nada, las tar­je­tas de crédi­to ech­a­ban humo…».

Del neoliberalismo al cielo

A medi­a­dos de los años ochen­ta Islandia sal­ió de su ais­lamien­to y dejó atrás la eti­que­ta de «uno de los país­es más pobres de Europa» que arras­tra­ba des­de prin­ci­p­ios del siglo XX. Los gob­ier­nos islandeses con­sigu­ieron mod­ern­izar la arcaica y depen­di­ente economía del país y, para impul­sar el despegue, no dudaron en mon­tarse a lomos del cabal­lo neolib­er­al: Pri­va­ti­zaron la pesca (el sec­tor rey) y otras áreas clave, bajaron los impuestos y desreg­u­laron al máx­i­mo la activi­dad económica.

Durante un par de décadas la cosa fun­cionó. Islandia logró una de las rentas per cápi­ta más altas del mun­do, el paro se redu­jo, las inver­siones en energía verde y en tec­nología crecieron, el esta­do del bien­es­tar (incluyen­do enseñan­za supe­ri­or gra­tui­ta) se extendió y has­ta se con­sigu­ieron posi­ciones récord en los índices mundi­ales de bien­es­tar social: En 2008 Islandia fue elegi­da por la ONU como el mejor lugar del mun­do para vivir, en el mar­co del Índice de Desar­rol­lo Humano.

La mis­ma lóg­i­ca del sis­tema dic­tó el sigu­iente paso y, ya en el siglo XXI, el Gob­ier­no pri­va­tizó la ban­ca y aplicó una especie de per­mi­sivi­dad total al sis­tema financiero.

Los ban­queros islandeses salieron entonces a la con­quista del paraí­so, tan­to en su pro­pio país como en el extran­jero, y lle­garon a lograr rentabil­i­dades que mul­ti­plic­a­ban por 12 el PIB nacional. Los crédi­tos se dis­pararon (según infor­mó El País, 10 de los 63 par­la­men­tar­ios islandeses tenían con­ce­di­dos prés­ta­mos per­son­ales por un val­or de casi 10 mil­lones de euros cada uno), y la ban­ca comen­zó a gas­tar, com­pran­do otros ban­cos o invir­tien­do en ellos, en empre­sas den­tro y fuera de la isla, en clubes de fút­bol, en inmuebles…

Para­le­la­mente, la bur­bu­ja inmo­bil­iaria iba cre­cien­do, las famil­ias se endeud­a­ban, aumenta­ba el déficit por cuen­ta cor­ri­ente, y la ban­ca, en ple­na inter­na­cional­ización, se exponía más y más.

El final de la fiesta

En este con­tex­to, uno de los grandes ban­cos islandeses, Lands­ban­ki, abrió a medi­a­dos de la déca­da pasa­da una fil­ial por Inter­net en el Reino Unido, Holan­da y Ale­ma­nia. Gra­cias a los altísi­mos (y, como se com­pro­bó después, poco real­is­tas) intere­ses que ofrecía a los inver­sores (de entre el 5% y el 6%), la expan­sión, lle­va­da a cabo a través de una cuen­ta lla­ma­da Ice­save, fue un éxi­to total.

Pero llegó el año 2007 y el sis­tema financiero inter­na­cional, con­stru­i­do sobre la peli­grosa base de las hipote­cas basura, los crédi­tos masivos y un desar­rol­lo económi­co que toca­ba a su fin, empezó a desmoronarse y se cayó del todo cuan­do, en sep­tiem­bre del año sigu­iente, quiebra Lehman Broth­ers, el gigante de Wall Street.

Los ban­cos mundi­ales, como en un castil­lo de naipes, se fueron quedan­do uno tras otro con las vergüen­zas al aire, y los islandeses no resul­taron ser una excep­ción: Sus pér­di­das se  acer­caron a los 100.000 mil­lones­de dólares. El Gob­ier­no islandés avaló los depósi­tos financieros de las enti­dades que oper­a­ban en la isla, pero no los de las que lo hacían en el exterior.

Y es entonces cuan­do Lon­dres decide, apli­can­do nada menos que la ley antiter­ror­ista, con­ge­lar los fon­dos de los sobreen­deu­da­dos ban­cos islandeses, al detec­tar que están empezan­do a traspasar dinero de las cuen­tas británi­cas a Reiki­avik. La medi­da es la gota que col­ma el vaso, y la ban­ca islandesa quiebra. Ice­save tenía 300.000 clientes en el Reino Unido y 910 mil­lones de euros inver­tidos por insti­tu­ciones públicas.

El gob­ier­no islandés del con­ser­vador Geir H. Haarde reac­ciona nacional­izan­do los tres ban­cos prin­ci­pales, Lands­ban­ki, Kaupthing y Glit­nir. Lon­dres y Ams­ter­dam, por su parte,  pagan a los clientes de Ice­save el 100% de los depósi­tos y a con­tin­uación empiezan a recla­mar el dinero, unos 4.000 mil­lones, a Islandia. Es un ter­cio de todo el PIB del país nórdico.

Estallido y plante

Con la inflación descon­tro­la­da (la mon­e­da islandesa perdió el 80% de su val­or), un paro del 7% y un PIB que había caí­do has­ta el 15%, la sociedad estal­la. A prin­ci­p­ios de 2009, las numerosas protes­tas ciu­dadanas ante una cri­sis que había cau­sa­do la may­or emi­gración des­de 1887, fuerzan la dimisión del Gob­ier­no. El 25 de abril se cel­e­bran elec­ciones gen­erales y vence la coali­ción for­ma­da por el Par­tido Socialdemócra­ta y el Movimien­to Izquier­da-Verdes. Jóhan­na Sig­ur­dard­ót­tir es la nue­va primera min­is­tra.

La deu­da, sin embar­go, sigue ahí, y el nue­vo Par­la­men­to aprue­ba una polémi­ca ley para poder sal­dar­la. La nor­ma suponía gravar los suel­dos de los islandeses durante 15 años con un 5,5% de interés, así que la gente vuelve a salir a la calle, y el pres­i­dente del país, Óla­fur Gríms­son, se nie­ga a rat­i­ficar la ley. En mar­zo de 2010, con­vo­ca el primer refer­én­dum. El 93% de los ciu­dadanos se opo­nen al pago.

La segun­da con­sul­ta, con­vo­ca­da de nue­vo por el pro­pio Gríms­son hace un par de meses, a pesar de que las condi­ciones del pago se habían suaviza­do, es la que se cele­bró el pasa­do domin­go. El rec­ha­zo, aunque mucho menor, se mantiene.

Entre tan­to, los ban­queros empiezan a sufrir una situación no muy común en su ofi­cio: A prin­ci­p­ios de 2010 el Gob­ier­no islandés ini­cia una inves­ti­gación para encausar a los respon­s­ables de la cri­sis, y en junio se pro­ducen las primeras deten­ciones. Ban­queros, altos ejec­u­tivos y otros antigu­os car­gos se enfrentan a pleitos de mil­lones de dólares.

¿Y ahora qué?

La vic­to­ria del ‘no’ en el refer­én­dum del domin­go abre un peri­o­do de incer­tidum­bre, tan­to económi­ca como política.

El Gob­ier­no islandés había apos­ta­do fuerte­mente por el ‘sí’, y aho­ra se encuen­tra ante una autén­ti­ca encru­ci­ja­da. Pero el rec­ha­zo no afec­ta sólo al Ejec­u­ti­vo y a los acree­dores, sino que influirá tam­bién en los anal­is­tas y los inver­sores. La agen­cia de cal­i­fi­cación Moody’s ya anun­ció que reba­jaría la cal­i­fi­cación de la deu­da islandesa si tri­un­fa­ba el ‘no’. El rec­ha­zo puede com­plicar tam­bién los crédi­tos a Islandia proce­dentes del Fon­do Mon­e­tario Inter­na­cional y de otros país­es nórdicos.

El rec­ha­zo no afec­ta sólo al Ejec­u­ti­vo y a los acree­dores. Influirá tam­bién en los anal­is­tas y los inversores

De momen­to, el asun­to puede acabar en los tri­bunales, ya que tan­to el Reino Unido como Holan­da han ame­naza­do con inter­pon­er una deman­da con­tra Islandia. Sería, en cualquier caso, un pro­ce­so muy largo.

Con respec­to a las opciones de Islandia de adherirse a la UE, la Comisión Euro­pea dijo este lunes que los resul­ta­dos del refer­én­dum no afec­tarán a las nego­cia­ciones, que se ini­cia­ron en julio de 2010, pero tam­bién es ver­dad que Bruse­las espera que la dis­pu­ta se resuel­va antes de que con­cluyan los trámites.

Lección de democracia

Pase lo que pase, y ten­ga la cul­pa quien la ten­ga, lo cier­to es que lo ocur­ri­do en Islandia se ha con­ver­tido en todo un acon­tec­imien­to en estos tiem­pos de cri­sis. El plante islandés ha sido tacha­do de irre­spon­s­able y de pre­ocu­pante por los gob­ier­nos afec­ta­dos y por muchos anal­is­tas. Pero otros tan­tos lo han vis­to como una autén­ti­ca lec­ción para el mun­do, aunque sólo sea por haberse toma­do la decisión de con­sul­tar a los ciu­dadanos ante una cri­sis tan importante.

La eurodiputa­da y ex mag­istra­da france­sa Eva Joly, que dirige una inves­ti­gación sobre las respon­s­abil­i­dad de la ban­ca en la cri­sis económi­ca, con­sid­era que la expe­ri­en­cia de Islandia mues­tra cómo en un país «que se con­sid­er­a­ba a sí mis­mo un mila­gro neolib­er­al, y donde se había per­di­do grad­ual­mente todo interés por la políti­ca, aho­ra la gente quiere ten­er su des­ti­no en sus propias manos».

Y el pro­pio pres­i­dente de Islandia, Óla­fur Gríms­son, ha man­i­fes­ta­do que estas dos con­sul­tas «han devuel­to al país la con­fi­an­za per­di­da tras el hundimien­to de la economía, y han reforza­do aun más la democracia».

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