Poyejali!

Miguel Máiquez, 23/05/2009

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Lo que hago es levantarme cada mañana, eso es lo que hago. Me levanto cada mañana y respiro. Me levanto cada mañana. Sí, eso es. Me levanto cada mañana, todas las mañanas. Me levanto y respiro. Cada mañana. Y ya no bebo. No tanto como antes, al menos. Tampoco me dedico a seducir enfermeras. No. Lo que hago es levantarme por las mañanas. Me levanto y respiro, ¿qué otra cosa puedo hacer? ¿Qué otra cosa puede hacerse? Siempre me preguntaban qué había sentido, qué había visto, qué había pensado… Pero no eran preguntas de verdad. No, no lo eran, no creo que lo fueran. Una pregunta se hace para saber algo que no se sabe, y no para… Bueno, para que alguien diga lo que se supone que tiene que decir. ¿Qué sentía? ¿Qué sentía «allí arriba»? ¿Qué pensaba? ¿Yo? ¿Eh? ¿Que sentía? ¿Qué pensé? La paz mundial, claro, la unidad de la especie humana. Qué otra cosa iba a decir. Bueno, dije, sí, creo que dije «Salvaguardemos esta belleza». Eso es, sí, «salvaguardemos esta belleza», dije, «no la destruyamos». «Salvaguardemos esta belleza». Eso es lo que dije. La belleza… Bueno, no sé muy bien qué es, la belleza. Pero supongo que eso es lo que sentí, belleza, sí. ¿Dios? ¿La paz mundial? No lo sé. Estaba solo. Completamente solo. No, ya no bebo. No bebo ni persigo enfermeras. Lo que hago es levantarme por las mañanas, respirar… Sí, la belleza. Es como… Como sentirlo todo a la vez, todo a la vez, y dentro de uno mismo. Qué demonios, ya no tengo edad para ser un cínico: es hermoso, es muy hermoso. Era tan hermoso. Tan, tan hermoso. Y no se veía nada, en realidad. No, si lo piensas un momento, en realidad no se ve nada. Se ven más cosas desde la ventana de tu casa. Y, sin embargo, todo estaba ahí. Todo… Todo… Así que ahora… Bueno, ahora me levanto por las mañanas, respiro, y me asomo a la ventana. Y lo que veo, vaya, lo que veo no es sólo la calle. Nunca más he vuelto a ver sólo la calle desde entonces. Lo que veo es… Veo la línea del horizonte. Y también las alas de un avión, las alas de un avión plateado brillando al sol. Y también un desierto rojo, y un lago en llamas. Y los ojos limpios de una niña mirándome fijamente. Veo una ballena saltando de un modo increíble, ¡splash!, y un monje envuelto en un manto naranja que está como incrustado en un monasterio esculpido en la roca. Y veo un pozo profundo, y la curva de un río, y el interior oscuro de un templo, y un alpinista colgado de una cuerda a siete mil metros de altura. Veo un campesino que desciende por un estrecho sendero de montaña a lomos de un asno y veo una mujer cubierta hasta los ojos y a otra tomando el sol en una playa blanca. Un chico con una pandereta… Veo delfines, delfines… suaves. Elegantes. Gráciles. Y un lobo que se acerca al agua fría para beber y se moja las patas. Y veo también una bandada de cuervos negros como el carbón, azules como el carbón, y torres de catedrales que se elevan hasta el infinito, y flores en la selva, y un glaciar y una multitud. Veo la hierba como si fuese una nube verde a ras del suelo, y gente danzando en círculos en mitad de la noche; veo una aurora boreal y la trayectoria que deja un cóndor al surcar el cielo, y huellas en la arena, y jeringuillas en un callejón, y la sombra fugaz de una lagartija diminuta, y también un vaso de licor que parece de mercurio. Veo la profundidad insondable del océano, un mapa extendido en una mesa iluminada por una luz tenue, un oso polar emergiendo del agua helada, un cachorro de tigre, una mujer que lleva a sus dos hijos de la mano por un camino inhóspito, millones de peces que de pronto giran, una colina hecha toda de sal, bosques interminables de palmeras, manchas en la piel de un jaguar, una pared abarrotada de jeroglíficos misteriosos y el brillo del agua al atardecer cayendo sobre el pelo de un hombre que se lava en la orilla de un estanque. Veo un músico ensayando a altas horas de la madrugada y una bailarina llorando en el rincón de un gimnasio gigantesco, desolado y solitario; veo el patio bullicioso de un colegio y cinco caballos corriendo por una llanura; el cráter de un volcán, un puente sobre un valle, un barco hundido, collares brillantes en el cuello de una joven, una cúpula de oro y una iglesia al pie de una cordillera; un niño jugando con un cubo rojo de plástico en mitad de una calle polvorienta. Turbantes, sombreros, faldas, corbatas, zapatos, guantes, hocicos, garras… Veo rascacielos y veo una escoba y veo también la línea perfecta que divide el cabello blanco de un anciano. Veo las sombras alargadas de los árboles al amanecer, las columnas alineadas de unas ruinas, mil molinos de viento y una máscara funeraria; seres humanos que corren, caminan, vuelan, gatean, se arrastran y saltan… Veo la nieve sobre las gruesas crines de un bisonte, las alas enhebradas de un mosquito, el interior húmedo de una boca, ríos de lágrimas, de semen, de sangre; músculos tensándose, tres adolescentes que se lanzan dando gritos al agua en el puerto de una ciudad sucia, dos hombres que se dan la mano frente a una taza de café, un estadio repleto de gente, muros, agujeros, un gato, un posit pegado en la puerta de un frigorífico, un arquero con una flecha de fuego y una alambre de espino. Veo un ramo de flores y un atleta exhausto, millones de libros, millones de luces, espirales; veo todos los colores, la lana de un jersey, una gorra gris, unas gafas redondas, el humo de un cigarrillo, una rueca, un bebé dormido, una placa de silicio como una ciudad diminuta, dolores de parto y dolores de muerte, tanques, farolas, martillos, laberintos, chabolas de caña, joyas de plata. Veo un grupo de hombres amarse mientras luchan contra un incendio y veo rayos de tormenta partiendo el cielo, dedos entrelazados y goterones de resina… Uniformes, ratas en la basura, redes de pesca, mares de barro, la luz solitaria de una vela, un pedazo de vídrio, una escultura, olivos, trigo, cortezas de madera… Veo una noria, una bañera de espuma y una mujer que se ha quedado dormida en el almacén de su tienda de comestibles de 24 horas. Y pupilas, labios, saltamontes, dientes, telescopios, limones, un hombre afeitándose y una mujer que escribe. Maletas, escaleras, escombros, una bicicleta, charcos de acéite que reflejan el arco iris, viejas fotos enmarcadas en una pared desconchada, una cesta llena de patatas recién cogidas y manchadas aún de tierra marrón oscuro, una calle llena de niebla y una feria llena de niños. Veo llover y nevar y granizar, y un violonchelo deslizándose suavemente por la ladera de una colina, y un hombre y una mujer desnudos que suben de la mano por una escalera de caracol, y una máquina de coser, y un río de coches en una autopista. Un acordeón, una barra de pan, la bufanda de un piloto, una camisa de cuadros, un reloj de bolsillo, un espejo redondo en la pared… Me levanto… Sí, me levanto de la cama y respiro. Eso es lo que hago. Me levanto, respiro, y me digo, qué demonios, vamos allá…


El 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin se convirtió, a bordo de la nave Vostok 1, en el primer ser humano en viajar al espacio, y el primero, también, en contemplar la Tierra «desde arriba». 

Convertido en una de las personas más célebres del planeta, y transformado en el gran héroe de la Unión Soviética, Gagarin fue enviado por todo el mundo para promocionar la hazaña. La presión de la fama, sin embargo, acabó venciéndole. Ello, unido a problemas en su matrimonio y a la orden del mando de no permitirle volar aviones, le llevó a entregarse a la bebida. El 3 de octubre de 1961, en un sanatorio de Crimea, Gagarin se hirió gravemente al saltar ebrio desde la ventana de un segundo piso cuando trataba de esconderse de su esposa, quien le había sorprendido intentando seducir a una joven enfermera. La herida le perforó el cráneo y estuvo a punto de morir, pero se salvó. Falleció algunos años después, en 1968, cuando el MiG-15 que pilotaba durante un vuelo rutinario se estrelló cerca de Moscú. Tenía 34 años. 

«Poyejali!» (en ruso: «Поехали!»: «¡Vámomos!», o «¡Vamos allá!») fue la palabra que pronunció Gagarin en el momento del despegue de la Vostok 1. La expresión ha pasado a formar parte de la cultura popular rusa: Se usa antes de iniciar algún trabajo o proyecto, especialmente si es complicado o arriesgado, y también como brindis.


Miguel Máiquez, 23/5/2009
Archivado en Están todos vivos
En el relato: Yuri Gagarin
Fotos: El astronauta Bruce McCandless II, flotando en el espacio a unos 100 metros de distancia de la bodega de carga del transbordador espacial Challenger, el 12 de febrero de 1984 (NASA), y Yuri Gagarin (Russian Institute of Radionavigation and Time)

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3 comentarios

  • kuki (i) dice:

    [3 comentarios en 1]
    — Cuánto Todo que ver…
    — Siempre me pasa igual con tus entradas; cuando termina ‘tu historia’ y empiezo a leer la parte en cursiva, lo anterior cobra un nuevo sentido… como los paraguas de Satie.
    — Poyejali acaba en i 🙂

  • denkraum dice:

    … tú has estado en el espacio y no nos lo has dicho! ; )

  • juanjomar26 dice:

    Y escuchas música en el silencio.
    El volcán está soltando lava, periódicamente lo hacen para liberar presión, y sobre ella crecen las mejores novelas, las flores más bonitas.
    T. S. Elliot dijo que el ser humano no soporta demasiada realidad. Y ahí andas tú, a medio camino entre el realismo y la no cordura. Andando por ese camino camino intermedio en el que todos los planos y manifestaciones de la vida se convierte en símbolos de un espacio que todo lo abarca y que sólo el arte y la espiritualidad, y el AMOR, aprehenden. Si lo piensas un momento en realidad no ves nada, y sin embargo todo lo sientes ahí.
    Ya no necesitarás más beber alcohol o fumar, pero esa sensación ‑inquietante- tampoco te abandonará más. Entonces, como en la terapia de un genial enfermo mental, levántate por las mañanas, siéntate, escribe, escribe, y luego respira, solo después respira. Te aliviará entonces recordar que todos lo hacemos al mismo tiempo.

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