Todos tenemos un frío

Miguel Máiquez, 10/01/2009

Oslo, 2 de enero de 2009

Querida Kathleen

Sólo una carta rápida para preguntarte por Robert. ¿Cómo está? Me preocupó verle aún con algunos temblores durante nuestro último encuentro en Mallorca, pero no quise comentarle nada.

Sé por experiencia que existe un tipo de frío del que uno no llega a desprenderse jamás, y me cuesta imaginar siquiera la intensidad del suyo. Puedo verlo a través de sus ojos.

Al menos te tiene a ti, querida. Sé que le cuidas como nadie podría hacerlo.

Quería decirte también que fue una auténtica delicia pasar esos días con vosotros junto al mar, disfrutando del sol, de la arena, de la conversación hasta altas horas de la noche en vuestra preciosa casa. ¡No fue fácil regresar a Oslo!

Cuídate y da un fuerte abrazo a Robert de mi parte.

Tuyo siempre,

Roald

Robert Scott (centro) y su equipo, en la Antártida (enero 1912)

Mallorca, 10 de enero de 2009

Querido Roald

Qué alegría recibir tu carta. Fue como si estuvieras otra vez aquí, con nosotros, fumando tu pipa y recordando viejos tiempos. Sabes que también para Robert y para mí fue una delicia tenerte aquí esos días. Lástima que fuesen tan pocos.

Robert está bien. Es verdad que hay una parte de ese frío interior que no se irá nunca del todo, pero este clima y este sol le sientan bien. A veces baja a la playa para escribir y se queda dormido con una paz que creo no había sentido desde antes de la Antártida.

El sol, sin embargo, no es suficiente. Ni el calor del fuego o de las mantas. A veces lo único que realmente funciona es abrazarle, abrazarle fuerte y durante mucho tiempo. Pasamos horas así, abrazados, en silencio, y yo siento que todo el calor de mi amor le va caldeando poco a poco los huesos, el alma. Hasta que al final deja de temblar. Él, y también yo, querido Roald. Porque también yo siento a menudo el gran frío, el suyo y el mío propio. Supongo que todos tenemos un frío.

Cuídate también tú, y da muchos besos a Camilla y a Kaconitta. Me gustó que nos trajeras fotos de ellas. Están preciosas.

Be­sos

Kath­le­en

Scott, escribiendo en su diario, en el campamento base de la Antártida

Robert Falcon Scott, capitán de la Royal Navy y explorador, dirigió dos expediciones a la Antártida. En la segunda, entre 1910 y 1912, logró alcanzar el Polo Sur, pero un mes después de que lo hiciera el explorador noruego Roald Amundsen. Exhaustos, sin víveres y a temperaturas por debajo de los 40 grados bajo cero, Scott y sus cuatro compañeros perecieron durante una tormenta cuando realizaban el camino de vuelta. Sus cadáveres y el diario de la expedición, escrito por el propio Scott hasta casi el final, fueron encontrados el 12 de noviembre de 1912: «Afuera, delante de la puerta de la tienda, todo el paisaje es una terrible ventisca. Resistiremos hasta el final, la muerte ya no puede estar demasiado lejos; es una lástima, no creo poder seguir escribiendo. Por el amor de Dios, cuidad de nuestras familias».

Su esposa Kathleen, escultora, realizó una estatua en su honor que fue erigida en la plaza Waterloo de Londres.

Roadl Amundsen, consultando un mapa

El explorador noruego Roald Engelbregt Gravning Amundsen dirigió la expedición a la Antártida que por primera vez alcanzó el Polo Sur, en diciembre de 1911. Fue también el primero en surcar el Paso del Noroeste, entre el Atlántico y el Pacífico, y formó parte de la primera expedición aérea que sobrevoló el Polo Norte.

Nunca se casó, pero tuvo dos hijas adoptivas, Camilla y Kaconitta, dos niñas esquimales que Amundsen recogió en Siberia.


Miguel Máiquez, 10/1/2009
Archivado en Están todos vivos
En el relato: Roald Amund­sen, Robert Scott
Imagen superior: Ross Sea, the sea ice, and Mt Erebus, Antártida (brookpeterson, Flickr)

Dejar un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *